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Al abrir los ojos descubrió que seguía estando en aquel país extraño, y en aquellos arrabales que ahora con el paso de los años ya eran poco más civilizados, sin embargo pese a la familia que había formado seguía extrañando su tierra natal. Esa ciudad en la cual había crecido y que por cuestiones de elección azarosa había abandonado, ya eran casi dos décadas y aunque sabía que podía haber vuelto como un galeno exitoso, su narcisismo y orgullo no se lo permitían.

Como era cotidiano se levantó muy temprano, se puso una bata, echo una mirada a su joven esposa que aún dormitaba, bajó las escaleras mal hechas pero que él había insistido en construir a su modo, siguiendo las indicaciones de aquel ejemplar panameño sobre arquitectura. Su casa siempre le había gustado por la cantidad de árboles que se elevaban en el patio, su joven loro le lanzó el primer saludo matutino, esa ave solía identificarlo como su padre y solo permitía que él se le acercará e incluso lo tocara, se acercó a la jaula del loro, y mientras abría la puerta, le daba una delicada caricia en la cabeza, al tiempo que el animal salía presuroso y subía a uno de los almendros. Parte de la cotidianidad de aquel hombre era barrer las hojas de los árboles, asimismo colocaba una manguera de riego en todos los árboles y plantas que gustoso cuidaba.

Mientras lo hacía sus pensamientos se remontaban a la ciudad panameña que extrañaba, las palabras de su esposa lo sacaron del ensimismamiento, al tiempo que le preguntaba sobre lo que deseaba para el desayuno. Sin embargo unos golpes en la puerta de su casa, llamaron más su atención y se apresuró a abrir, la angustia de la mujer que lloraba y solicitaba su ayuda no lo sacó de su tranquilidad. “Médico me estoy desangrando, míreme!!!” exclamó la mujer. “Váyase a la otra puerta, le abriré el consultorio” aclaró el galeno.

Pasó por su mente que se trataba de un aborto incompleto, lo cual lo tranquilizó debido a que era muy hábil en las técnicas ginecológicas y que pese a que en aquella época no había entrenamiento de especialidad bien pudo haber sido un gran gineco-obstetra. La paciente aparentaba casi unos cuarenta años, no fue sorpresa que acudiera sola, pues en aquel pueblo guerrerense era habitual que las damas estuvieran solas, le preguntó sobre el embarazo y sobre la hemorragia, sin embargo al empezar a explorar a esta mujer se percató que estaba en trabajo de parto, y lanzó un grito a su mujer para que lo asistiera en el procedimiento. Aunque su rostro no lo manifestaba, la angustia estaba presente, por el tamaño del crecimiento abdominal no podría tratarse de un embarazo de más de veintiocho semanas, la multípara ya sabía de esas cosas y el nacimiento fue rápido, ese pequeño ser apenas cabía en una de sus manos, suceso inesperado, quizás extraño, pero aquel feto estaba respirando, se lo mostró a su madre quien lo observó desdeñosamente y su rostro con evidente desagrado, no quiso sostenerlo, el médico lo colocó en la mesa de exploración y acercó una lámpara para darle calor.

Al darse cuenta de la situación adversa del nuevo ser, rápidamente se puso a escribir un telegrama en el cual solicitaba la atención médica especializada del lugar más próximo que se encontraba a tan solo 450 kilómetros de distancia. Ya más tranquilo de la descarga adrenérgica explicó la situación a la madre, y diciéndole de las pocas posibilidades de supervivencia de aquel recién nacido de apenas 25 semanas de gestación, lo sorpresivo fue la decisión de aquella madre.
“La mera verdad médico hasta miedo me da esa creatura, mejor se lo dejo para que usted lo cuide y vea si vienen, como dice en la avioneta por él, chance y se compone y ya me lo entrega”
No supo si decirle algo o no, pero su enojo era evidente y le contesto “yo lo tendré mientras viene la avioneta, después no me hago responsable”.

Lanzó una mirada que acribilló sin palabras a la parturienta, comenzó a explorar nuevamente al pequeño que aun respiraba e implementó una mascarilla al tiempo que le abría ligeramente al tanque de oxígeno que pocas veces había usado, estaba seguro que moriría en unos minutos o quizás horas, aunque su esperanza era que el telegrama llegará rápido y alcanzaran a venir por el pequeño. Se dirigió a su esposa y le preguntó sobre los juguetes de su hija, le dijo que buscara un biberón de una de las muñecas, y que lo pusiera a hervir como hacía con la de sus hijos, su esposa lo considero, pensó que era muy raro, sin embargo lo hizo. Buscó también una caja de zapatos donde fabricó una especie de incubadora cubierta con plástico y un pequeño foco para proporcionar calor. Durante ese día pese a la consulta que llegaba, no pasaba una hora sin que monitoreara al pequeño, se convirtió en un ritual más de aquel centroamericano. En la noche colocó la caja de zapatos al lado de su cama sobre su buró y permaneció en guardia recordando sus días de internado médico. Pensaba en si duraría un día más. A la mañana siguiente acudió nuevamente a la oficina de telégrafos, para enviar otro mas a la ciudad de Acapulco, a ver para cuando enviaban el equipo para el cuidado especializado de aquel prematuro.

Durante once días que transcurrieron vigiló, atendió, cuidó, alimentó y protegió aquel pequeño ser, fue todo un acontecimiento en aquel pueblo “cuiniquero” pues muchos querían verlo, los religiosos lo llamaban milagro, sin embargo no lo permitió, aunque si tomó unas fotografías para mostrárselos, con aquella vieja polaroid que había traído consigo desde Panamá, y dejar una memoria de que había sucedido. Cuando llegaron los médicos por el prematuro, no dejó de sentir nostalgia y duelo por el pequeño que durante once días había sido además de su médico, el único que consideró que debía protegerlo.

Texto agregado el 23-09-2008, y leído por 78 visitantes. (0 votos)


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