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Ya por ser martes 13 de mayo, Diego Carlomagno no tenía muy pocas ganas de levantarse. Un tipo supersticioso por donde lo miren. Típico creyente que todo pasa por cábalas, mitos y la mala o buena suerte. Su flor de ruda, que ya de por sí sigue apestando, la lleva seca y marchita en el monedero de la billetera marrón de cuero. Ni les cuento de su clásica cinta amarilla, que ya parece un color ocre de tan negra que esta, que lleva atada en su muñeca izquierda. Siempre se levanta con el pie derecho y no habla ni una palabra con nadie hasta que su estómago acaricie un café, te y algo sólido.
Esta es la descripción cabalística de este personaje. Un enfermo de lo que vendrá, del futuro, de un mañana incierto. Pero vale aclarar que dentro de todo es un muy buen tipo.
Su aspecto físico lo favorece. Es un morocho, alto y de ojos marrón oscuro. Rasgos recios y mirada penetrante. Viste elegante y es todo un caballero. De lejos todas se enamoran de él, pero cuando se acercan y lo conocen más profundamente se dan cuenta que es verdaderamente un típico enfermo supersticioso.
Diego trabaja en un banco de primer nivel en un puesto para nada importante pero imprescindible para una entidad bancaria. ¿Cajero? ¿Gerente de sucursal pedorra del interior? ¿Atención al cliente? No. Nada de ello. Diego es un simple telemarketer full time de 6 horas diarias. “Puf, qué laburo” muchos dirán. Pero según el gerente comercial del banco son el motor y cada uno de los telefonistas es un engranaje que hace funcionar a la entidad. Flor de manera de incentivar al empleado.


La historia comienza un viernes de mayo. Pero no un viernes cualquiera, sino un viernes 13.
La leyenda es muy cruel al respecto con relación a un día 13. Se cuenta que corría el año 1307 y en Francia reinaba Felipe IV. En esos tiempos la corona francesa dependía en gran parte de lo recaudado y robado por la Orden del Temple. Las deudas contraídas eran enormes y podía decirse que Francia pertenecía a los Templarios. Estos eran Caballeros que propagaban el cristianismo por toda Europa. Debido a su enferma dependencia, el rey de Francia, en complicidad con el papa Clemente V, se propuso acabar con la esclavitud financiera que la Orden le ofrecía y quedarse con las arcas llenas de tesoros que le pertenecían a los Templarios. La mejor manera para intentarlo era urdir una trampa siniestra e inescrupulosa, para ello necesitó involucrar a los Caballeros Templarios y acusarlos de herejía asegurando que renegaban de Dios, escupían su imagen y adoraban a un ídolo cuando celebraban sus capítulos.
Con sigilo y avidez, preparó una ingeniosa acción para arrestar a los Templarios que vivían en tierras francesas. Se remitieron cartas de doble pliego a todos los alcaldes, senescales y caballeros del rey, en que se les detallaba precisas instrucciones para que se presentaran en el reino una fecha determinada a una hora especificada. Todos recibieron sus cartas un día 12 y se presentaron al alba de un viernes 13. Ese mismo día una gran cantidad de Templarios fueron arrestados y muchos de ellos asesinados. Desde entonces pasó a considerarse el viernes 13 como una fecha fatídica. En nuestro país el viernes cambia a martes y la leyenda dice: "martes 13 no te cases ni te embarques".
Esta creencia todavía existe y nuestro personaje es muy devoto de ella.
Ese masrtes 13 era para él tan fatídico como el de los Caballeros del Temple. Lo mejor para Diego era quedarse en casa, bien encerrado y no salir a la calle. Pero su jefe, Alejandro, lo mataba si le volvía a fallar en el mes. Ya de por sí estaba enojado con él porque hacía ya dos días que Diego no le venía haciendo las: 50 llamados, 6 contactos diarios y 1 venta por día.
Pero la superstición iba mucho más allá de los retos y las malas comisiones por ventas, lo lamentable era que no podía volver a fallarle a su jefe que confió mucho en él y se la jugó, muy valientemente, en los despidos del mes pasado.
Se lavó la cara tres veces, como siempre lo hace para seguir mantenido la cábala de todos los días, calentó el café en el microondas, tomo dos sorbos para probarlo y comió unas galletitas húmedas de un paquete abierto días atrás. A partir de ese momento, según sus absurdas cábalas, podía habar, y lo hizo por teléfono con su madre. La conversación fue corta. Respuestas monosílabas y desganadas. Sentía una obligación tremenda de llamarla y lo demostraba con su escaso interés.
Abrió la ventana. Un día soleado para todos pero oscuro para él. Era martes 13, un día que jamás creería que llegaría. Un día que por fin llegó.


Tomó el autobús de la línea 71 que pasa a las 07:43. Siempre trata de tomarse el mismo bus, esto no por cábala sino por tiempo. El viaje le demora 1 hora y 10 minutos en llegar. Pero como ese día era martes 13, empezó todo como él pensaba. Todo para atrás.
En la mitad del camino, justo antes que el autobús ingresara por la ruta, un olor a quemado inundo todo el interior del micro.
“Estos autobuses de mierda cada vez están peor”. Gritó una vieja del fondo.
“Siempre viajamos como ganado” Rezongó y se quiso morir cuando lo dijo la gorda del asiento elevado del fondo.
“Ya no tenemos más dinero para mantenerlos”, replicó el chofer. Todos tuvieron que bajar y tomar el siguiente. El último tramo del viaje tuvo que hacerlo de parado y aplastado contra uno de los asientos.
Llegó sobre la hora, con la lengua afuera y agitado. Siempre trataba de ingresar al banco antes que su supervisor para evitar reprimendas. Igual todo esto dependía del estado de ánimo de Alejandro. Una excelente persona, pero un maniático del trabajo. Todos sus supervisados debían cumplir al pie de la letra el manual de buen vendedor. Así también le respondían. Por lejos, su equipo era el primero en ventas del banco y el ganador de todos los galardones que se ofrecían como premio.
Prendió su computadora saco sus útiles de trabajo y tomó unos mates con sus compañeros cercanos. Al llegar su supervisor los reunió y les dijo.
- Bueno. Hoy es viernes 13. Mi día de mayor suerte. Espero que el de ustedes también.
Diego pensó por dentro. “¿Suerte? Este pelotudo me hizo acordar. Tendría que haberme quedado en casa tapado hasta la médula con la frazada. Ya empecé mal. No quiero imaginar como termino el día.”


El día fue como los últimos. Diego era un excelente vendedor, pero la campaña nueva verdaderamente era un fiasco. Datos inexistentes, teléfonos erróneos, personas que no eran las contactadas y encima te ignoraban completamente y te insultaban de arriba a abajo. Por suerte los 45 minutos de refrigerio dieron el respiro necesario.
El almuerzo fue simple, plato del día: carne al horno con papas, una gaseosa y una ensalada de frutas espantosa.
Diego, y tres compañeros (una de ellos era una chica que se llamaba Nuria, un bombón sin abrir) hablaron de todo. La mayor parte de la charla era de fútbol, hasta que Nuria se agotó de escuchar que todos eran un gran DT, y deambularon por comentarios de política y chismes típicos de oficina. Que ésta se levanto a tal persona, que al supervisor del equipo de aquel están por echarlo, que no se vende, a dónde iremos a parar. Diego se cansó y gritó en voz baja:
- Baaasta. Todo el tiempo hablando de laburo. Déjense de joder. Ya bastante con el que tenemos arriba (señalando la oficina).
- Sí. Tiene razón. Hablemos de otra cosa. –Propuso Nuria.
Sin dudarlo sacó otro tema que verdaderamente interesó al grupo.
- ¿Vieron el nuevo sitie para bajar música en internet?
- A quién le importa eso. – Replico Pedro, otro de los de la mesa. – Eso no es nada. ¿Cuántos sitie de música hay? Millones. Lo que le voy a contar es una novedad en la red. Hay un sitie en internet que muy pocos conocen. Escuchen con atención:
“Resulta que hace un par de días un amigo me mando a mi email una dirección que cambió el rumbo de mi vida. Para algunos es creíble, para otros una boludez, pero para mi es verdad y yo lo doy como un hecho. Tomen nota: elrelojdeltiempo.com. Una página que me marcó para toda la vida. Es muy grosa. Resulta ser que vos pones la fecha de tu nacimiento y la hora justa del alumbramiento y te dice el día exacto de tu muerte. La página habla de hechos verídicos que no pudieron saltear la mala suerte. Pusieron sus datos y pufate, murieron.”
Nuria, apelando a su humor sarcástico, le dijo:
- ¿Ya sabés el día en que te vas a morir? Avisanos con tiempo así hacemos una fiesta. – Todos rieron.
- No sé si te seguiré viendo, Nuria. – Respondió Pedro. – Quizá vos te mueras antes. El día que me dijo que moriré de manera natural es el 12 de febrero de 2057. Tengo un largo trecho por recorrer. ¿No les parece?
- Eso es una tontería.- Replicó Diego. Quizás ahora mismo subís por las escaleras y al llegar al último escalón te caés para abajo y chau. Es imposible saber cual es tu día.
- Vos pensá lo que quieras, Diego. La pagina ya te la dí. Sólo tenés que cargar con justeza tu día y hora de nacimiento. La maquina hace un cálculo y en segundos aparece el día de tu muerte. Supongo que un tipo tan supersticioso como vos ya mismo lo hubiese averiguado.
Diego se quedó con el tenedor colgado de sus dientes. Lo miro desafiante y le respondió.
- No te creas. Tengo aún mucha tela por cortar.
El tema se fue dilatando de a poco. Comenzaban las peleas y discusiones. Cargadas fuera de lugar hicieron que los 45 minutos de refrigerio se resumieran en media hora. Subieron temprano para seguir su trabajo.
Todos volvieron a sus posiciones. Empezaron a llamar y a seguir sin vender, por supuesto.
A Diego se lo notaba muy incomodo. Sudaba de vez en cuando. La intriga sobre la charla de la mesa no lo dejaba trabajar en paz. Estaba como tentado en saber si lo que dijo Pedro era verdad o no. Estaba a un clic de saberlo. Sólo debía tipear en el buscador la página y listo. La ansiedad pudo más que la cordura. No pudo con su genio y lo hizo. Pero cuando ingresó en ella no se animó a leer el contenido de la misma, un poco por miedo y otro poco para evitar que lo descubrieran entrando a una página que nada tenía que ver con el trabajo. Hizo un primer intento, cargo su fecha de nacimiento, pero a la hora de cargar el horario en donde su madre dio a luz, no se lo acordaba con precisión. Tomo el tubo del teléfono y marco el número que lo llevaría a saber la verdad.
Su madre no le dio una precisión justa, le argumento un rango de 15 minutos, 9.15 o 9.30. No se acordaba de ese detalle. Prometió buscarlo en la partida de nacimiento. Ese certificado lo tenía guardado en la baulera del edificio. No pudo dale lo solicitado en el momento, pidió tiempo para hacerlo.
Diego colgó el tubo del teléfono y en lugar de haber sentido defraudación, tuvo un alivio impresionante. Quizá el dato del horario justo nunca lo tuviera y jamás podría visitar esa página.

Cuando el día laboral estaba por acabar, su interno sonó tres veces. Al atender y decir el nombre del banco, su madre respondió del otro lado. Ella le dio el horario justo y Diego sintió un fuego interno que quemaba sus venas.9.35 era la hora indicada.
Cortó el llamado y se quedo sentado mirando a un punto fijo, un rato largo.
Sus compañeros iban yéndose de a poco. Algunos lo saludaban, otros no. Más de uno lo cargó preguntándole si iba a hacer horas extras o si se quedaba limpiando la oficina. Él sólo dijo que ya terminaba y se retiraba a su casa.
La tentación fue tal que no espero a nada. Se sonó los dedos, ingresó a la página, escribió los datos del día y al rato le pidió la hora. La anotó y pulsó, con miedo, enter. La página comenzó a pensar y tardo unos minutos. Justo antes de que apareciera, su supervisor Alejandro se arrimó al escritorio. Lo primero que hizo Diego fue minimizar la información y prestarle atención a su jefe.
- Diego… - dijo sorprendido. - ¿Trabajando hasta tarde?
- No. No, - contestó nervioso. – Sólo estoy acomodando unas cosas.
- ¿Cómo te fue hoy?
- Más o menos. – Se justificó por su baja productividad. – La base de datos que estamos trabajando no es muy buena que digamos. –Sabía él que le preocupaba más saber el día de su muerte que vender tarjetas de crédito.
- Bueno. No importa. Estamos a mediado de mes. Todavía tenés tiempo de reivindicarte. Confío en vos. Sabés muy bien que no venís del todo afilado para la venta. Vas a tener que esforzarte. Sabés además que he peleado mucho por vos. No me falles.
Diego sintió que su supervisor le apoyó un piano encima. Un impresionante peso en sus hombros llevaba como mochila. Lo mejor era olvidarse de todas esas tonterías y ponerse en definitiva a trabajar.
Guardó, grotescamente, las cosas en el cajón del escritorio, lo cerró con llave y se fue.


El autobús de vuelta estaba repleto de pasajeros. Viajó apretadísimo, pero él ni cuenta se dio. Su cabeza estaba en otro lado. No en el trabajo, sino en saber, de una vez por todas, el día del punto final de su vida.
Llegó a su casa totalmente agitado. Como si hubiese subido los cuatro pisos del edificio donde vivía por la escalera. Se calentó un café en el microondas y se sentó frente a la computadora. Leyó el diario por internet y revisó sus mails. Uno de ellos era reciente. Nuria, su compañera de trabajo le escribió:
“Ja, ja. Qué bueno. Me muero a los 82 años. ¿Y vos? Conectate al Messenger y chateamos”
No lo hizo en el momento. Se quedó mirando fijo el monitor de su computadora y luego se decidió a encarar el tema una vez por todas.
Escribió en el buscador la pagina elrelojdeltiempo.com. Abrió rápido. La banda ancha contratada era muy buena. Bajó como por un tubo. Escribió los mismos datos que había escrito en el trabajo. Día, mes y año. Luego la hora y los minutos exactos que su madre le había dado por teléfono. Apretó enter y el reloj de arena del explorer empezó a girar. En un momento se detuvo y tiró los datos. Lo que estaba leyendo era impresionante.


Lo que acababa de ver no era un fantasma, era sin lugar a dudas, el día de su muerte. La fecha era clara y exacta: miércoles 14 de mayo de 2005. Indudablemente lo que acababa de ver lo dejo petrificado. No lo podía creer. Cualquier otra persona lo tomaría como una anécdota más. Pero no, él era lo suficientemente supersticioso para dejarlo pasar como una cosa más.
El cuerpo le temblaba como una hoja. El café que se había servido, lo tomo de un trago por más caliente que estaba. Se levantó, fue al baño y se miró al espejo. Se preguntaba en voz alta: “tan joven tengo que morir. Por favor, Dios. Decime si es verdad”.
Se lavó la cara tres veces y volvió a la computadora. La página de su muerte estaba en la pantalla como un wallpaper. La cerró de inmediato y trató de no pensar en ello. Pero era imposible. Iba a pasar los peores días de su vida. ¿Los últimos?
Quiso apagar todo pero su amiga Nuria lo invitaba para chatear. Para despejarse se conectó.
Apenas ella lo vio conectado le mandó un mensaje.
- Cómo andás?????????
El tardó en contestar pero al final lo hizo.
- Bien.
- Ah, qué onda!!!!!!
- Sorry – Contestó.
- Che, viste el día de tu muerte… yupy yo muero a los 82 años. Ja, ja, ja.
- Qué bueno.
- Y vos????????????
- No sé. Ni me interesa saberlo.
- Upa. Qué mal que volvimos del trabajo!!!!!!
- No. Para nada.
- Te fue a hablar el supervisor???????
- Sí. Me llenó la cabeza de reclamos. Me apretó por las ventas.
- Ah, fantástico. Por eso tu onda??????? Sacate el trabajo de la cabeza. Viví la vida.
Justo eso le fue a decir. Lo próximo que hizo al instante en contestarle.
- Chau. Me voy a bañar.
Apagó todo en un santiamén.

Trató de pasar el resto de la tarde y la noche tranquilo. Pero le fue imposible. No pudo. Comió, vio un poco de televisión y se fue a dormir temprano. Por su cabeza pasaba la sensación de que quizá mañana no despierte. Por eso trató de reducir todas las posibilidades de que algo raro le suceda a la noche. Apagó el calefón y la estufa por miedo a un escape de gas. Cerró bien la puerta y las ventanas y desenchufó todo por miedo a un cortocircuito o algo por el estilo. Es más, desenchufó también el despertador. Sólo dejo la alarma de su celular para despertarse en horario. Aunque no tuviera la seguridad de poderlo hacer.

Mientras dormía enroscado en su almohada y las ásperas sábanas, Diego sintió el ruido de un timbre. Al principio no le dio demasiada importancia, pero cuando el timbre volvió a sonar se despertó por completo. “Quién podría ser a esta hora”. Pensó. Miro la hora en su celular y vio que eran las 3.25 de la mañana. Se levantó muy dormido y preguntó quién era. Del otro lado le contestó el encargado.
- Señor Carlomagno. Soy yo, José. El encargado del edificio.
- José. Qué pasa?
- Abra por favor. Acaba de pasar algo grave. Abra por favor.
Al mirar por la mirilla y ver al portero del edificio se quedó tranquilo y abrió la puerta. Apenas lo hizo una mano se metió entre la puerta y el marco y empujó la misma, de tal forma, que Diego no tuvo ni fuerzas para evitarlo.
El encargado entró tomado de los pelos por un tipo de aproximadamente 40 años, alto y musculoso con una pistola en la mano. Apunto a la cabeza del anciano encargado y se metió de un saque. Cerró la puerta y obligó a Diego a levantarse. El delincuente tenía una media de nylon en la cabeza que deformaba su rostro para que no lo vieran. Empujó al viejo contra un sillón y agarró a Diego de su remera. Le apoyó el caño en el ojo izquierdo y le preguntó, dónde estaba la guita y si no le decía en ese preciso instante, él y el viejo terminaban en una bolsa de la morgue.
Diego no podía creerlo. Así sería su muerte?
Lo primero que le dijo fue que no tenía ni un centavo y que se había equivocado de departamento. El delincuente, más enfurecido que ates, lo tomó de los pelos y lo tiró al lado del viejo. Lo movió como si fuese una silla. Lo tiró y le apuntó nuevamente, pero esta vez desde más lejos. Le advirtió que si revisaba la casa y encontraba plata lo llenaría de agujeros. Diego recapacitó y lo llevó hasta la habitación y le dio los ahorros que tenía escondidos entre la ropa. El malviviente sonrió y le acarició la cabeza. Le dijo que era un buen muchacho y que volviera al sillón con el viejo. Dio vuelta toda la habitación y revisó los cajones. Sacó un reloj, gemelos de camisa y celular. Encontró un poco más de plata y volvió al comedor. Revisó los muebles y se llevó también chucherías: cubiertos de plata, teléfono inalámbrico y adornos importantes. Se dio vuelta y les recriminó que no quería denuncia alguna, que los dejaría encerrados y se iría sin problemas. Cuando se dio vuelta para coger la bolsa con las cosas que había robado, José, el encargado del edificio tomó de la mesa baja que estaba al lado del sillón un florero y se levantó del mismo para rompérselo en la cabeza. Lo logró antes de que el delincuente se diera cuenta del hecho. El problema fue que el florero no fue lo suficientemente contundente para apenas desmayarlo, aunque sea. Como no pudo tumbarlo del todo se aferró a su cuello e intentó quitarle la media de la cabeza. Lo hizo, pero ese fue su último esfuerzo, ya que el malviviente gatilló dos veces sobre el pecho del viejo y su cuerpo fue a para justo al lado de Diego. Con la cara descubierta y el rosto sacado del delincuente, este le apuntó a al muchacho y le dijo: “Te portaste muy bien, pero me viste la cara. Lo siente” Gatilló tres veces apuntándole a la cabeza. Al tercer tiro, Diego despertó.

Fue una pesadilla. Se levantó transpirado y consulto al celular que aún descansaba sobre la mesa de luz. Las 7.52 marcaba su teléfono. Se despertó ocho minutos antes de lo habitual. Había soñado con su muerte y todavía estaba vivo. Le quedaban poco mas de 16 horas para terminar el día y sentía mucho miedo de salir a la calle y enfrentar quizá al la parca que lo esperaba a la vuelta de la esquina. Por eso pensó un instante.
“Lo más seguro es quedarse en casa. Mejor me quedo aquí sin que nadie me mueva. Llamo al celular de Alejandro y le digo que no me siento muy bien. Que..., me duele, qué se yo..., el estómago.”




Obviamente antes que decir una palabra tomó un sorbo de café y siguió su cábala y llamó a su madre.
Hablaron muy poco y el le dijo que no iría a trabajar ya que no se sentía muy bien. Que seguramente se quedaría todo el día en la cama.
Cortó y lo siguiente que hizo fue llamar a su supervisor para informarle acerca de su ausencia en el día de hoy en el trabajo.
- ¿Alejandro?
- ¿Quién habla?- Respondieron del otro lado.
- Diego. Diego Carlomagno.
- Dieguito. ¿Cómo andás? ¿Pasa algo?
- No, nada grave. Simplemente quería decirte que no me siento para nada bien. Me duele el estómago. Estoy con náuseas. Prefiero quedarme en casa por cualquier cosa.
- Sí por supuesto. Tomate una semana si querés-. Sabía Diego muy bien que Alejandro no le estaba hablando en serio. – Escuchame una cosita Diego. Ayer no vendiste un carajo y me pusiste como excusa que necesitabas una clínica de ventas para revertir la situación. Moví cielo y tierra para conseguir las instalaciones para el curso, estuve trabajando gran parte de la noche para poder ayudarte a vos y a tus compañeros. ¿Y ahora me decís que no venís?
- No. Quiero que me entiendas, en verdad...
- En verdad, nada. Te cambiás, te tomás dos pastillas de carbón y venite a laburar. Te espero-. Cortó sin darle la posibilidad de respuesta.
Todo el plan que tenía hecho se había caído por la borda de la noche a la mañana.
Empezó a sudar. Sudar de una manera que nunca antes había sudado. Debía ir a trabajar sea como fuera. “No hay que entrar en pánico” se dijo. “Simplemente hay que tener cuidado en cada paso que doy. Tengo que estar atento a todo”
Se vistió rápido porque ya era un poco tarde. Tranquilo trato de terminar las cosas antes de salir a la calle. Bajo lentamente por las escaleras para evitar el ascensor. “Uno nunca sabe cuando..., puf” Abrió la puerta de salida del edificio y salió cautelosamente mirando para todos lados. Cruzó las dos calles que debe cruzar para tomar el colectivo esperando que el muñequito del semáforo esté en verde. De igual manera miró para todos lados antes de cruzar. En la parada del autobús, miraba para arriba para cuidarse de que nada le cayera encima. Mucho menos bajaba del cordón para ver si venía su colectivo. Al llegar el mismo, trató de no ser caballero y dejar subir a las mujeres antes que él. No quería quedar último por miedo a caerse del estribo. Se sentó en el mismo lugar que siempre. Tratando de seguir la cábala. Miró atentamente a todo y a todos. No quería perder un solo detalle. Quería cerciorarse de que todo esté en perfectas condiciones. Debía, sin lugar a dudas, contrarrestar lo dicho por la página de la muerte. Respiró hondo. Y comenzó su viaje.



El autobús por momentos iba lento y por otros momentos rápido. Era indudable que el chofer debía cumplir determinados horarios en distintas paradas para no ser castigado luego. Diego estaba tan nervioso, tanto cuando iba lento o ligero. En un instante se le subió el corazón a la boca. Una de las barreras que cruzaba el colectivo estaba baja hace ya mucho tiempo. Un policía daba la señal de que los automóviles pasaran ya que aún no venía el tren. Todos pasaban rápidamente. No quería ni ver. Antes de cruzar el colectivo, Diego se levantó estrepitosamente de su asiento y gritó al conductor:
- Cuidado por favor. Cuidado al cruzar. Mire bien a los dos costados.
El chofer lo miró por el espejo de arriba. No había mucha gente en el autobús. Pudo saber quién de los siete u ocho había dicho eso.
- Quedate tranquilo, pibe. No vez que hay un cana diciendo que pasemos.
El micro cruzó sin ningún problema. Diego pasó tal vergüenza que hasta las viejas que había arriba del colectivo lo miraban raro. A otros se les notaban, que ante el grito de desesperación, se reían de él.
Diego, pensó por dentro. “Debo serenarme. No puedo estar tan paranoico”. Tomó su reproductor de mp3, se puso los auriculares y trató de calmarse.
El viaje parecía tranquilo. El colectivo no se llenó mucho. La línea 71 tenía una buena cantidad de autobuses para que no se llenaran demasiado. Parecía que Diego había recuperado la cordura. Pero lamentablemente no sería por mucho tiempo. El colectivo subió a la ruta para hacer los 15 kilómetros que le faltaban para llegar al banco. En esos tramos se aceleraba al doble por que el tráfico lo requería. A parte parecía que el chofer estaba fuera de horario, porque en algunas paradas no se detenía. Se detuvo en una de ellas y un muchacho bajo apurado, como si tuviese miedo de pasarse de parada. Luego el autobús volvió a acelerar. Primera, segunda, tercera. Los cambios pasaban rápidamente para entrar en velocidad nuevamente.
Pero lamentablemente el momento cumbre llegó. El conductor se dio cuenta tarde de que en una de las paradas de la autopista había alguien haciéndole señas para que se detuviera. Se percató de ello y realizó una maniobra estrepitosa en la cual tuvo que esquivar a un motociclista que iba demasiado lento por el borde de la carretera. Con el volantazo que pegó el autobús mordió el cordón del principio de la parada. Diego se aferró del asiento pero su fuerza de mucho no le sirvió. El vuelco era inevitable. Comenzó a dar vueltas el colectivo. La gente que estaba dentro caía de sus asientos y no entendía qué parte era el techo y cuál el piso. Todos iban de un lado para el otro.

La rueda delantera del autobús ardía en llamas. Los vidrios estaban totalmente rotos. El micro estaba destruido al igual que el coche que había quedado debajo. La gente gritaba de dolor y espanto. Todos estaban desesperados. Algunos salían por su cuenta. Otros quedaban atrapados entre hierro y terror. El olor a gasolina era tremendo. El tanque estalló y la nafta comenzó a esparcirse por el suelo. Era muy riesgoso entrar a sacar gente del autobús. Un patrullero de la policía, que había llegado hacía un minuto, apartó a la gente que se agolpaba junto al micro en llamas. “Hay más gente dentro del autobús”.- gritó una señora envuelta en sangre. Uno de los policías intentó ingresar a buscar a alguien más. Pero el fuego era tan fuerte que debió salir corriendo, justo cuando el colectivo estalló. Todo se resumió en una nube negra de humo que invadió la carretera. Un humo que no se sabía si era del incendio o de las almas que habían quedado para despedirse.
Como el alma de Diego. Como el alma de tantos otros que no sabían que su hora había llegado. El reloj de la muerte marcó su destino para siempre. ¿Marcará el tuyo también?




Texto agregado el 14-10-2008, y leído por 232 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-10-2008 Tuve la sensación de que cada módulo lleva vida propia.Podrían leerse en forma separada e independiente.Afectuoso saludo chapicui
 
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