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La gente ruega y paga por nuevas oportunidades para cometer un mismo error ¿Cuántas veces hemos oído a otros o a nosotros mismos decir que darían lo que fuese por otra oportunidad? O tal vez en una situación más desesperada o fantasiosa ¿Cuántas veces hemos escuchado pedirle a Dios por volver en el tiempo?
Yo era, aunque mi imagen nunca lo hubiese asemejado, jefe de policía en la ciudad de París. Hacía poco tiempo que había terminado la guerra, pero como era de esperarse aún se seguían buscando a los criminales de guerra, especialmente a los nazis.
Mi trabajo en Paris consistía esencialmente en hallar suficientes y convincentes motivos como para poder colgar del cuello a los bastardos. Eran épocas difíciles, el Gobierno presionaba al departamento, y no me sorprendía, querían convencer a la gente de que los buenos habían ganado la guerra, por lo que me aprovisionaban de los medios necesarios para cumplir con mi trabajo.
Yo había perdido a mi familia en la guerra, no porque hayan participado, es decir, solo eran, en su gran mayoría, mujeres, exceptuando a mi padre quien, a pesar de la edad de mis hermanas, ya era demasiado viejo. Así mi familia estaba compuesta por tres de mis hermanas (una de ellas murió en el parto) y mi madre, quienes se quedaban en casa limpiando y cuidando al ganado y otras alimañas que teníamos en la granja.
Yo tampoco participé en la guerra, me escapé, y no fue mucho después que me enteré por un periódico local, que la casa había sido usurpada y destruida junto con la granja por un pelotón de la SS, quienes devoraron al ganado, violaron y mataron a mis jóvenes hermanas y destrozaron los ancianos cuerpos de mis padres.
Ustedes pensarán que soy un desalmado al contar este relato con tanta calma e indiferencia, pero mi corazón gritó de dolor en su momento y llora hoy en día desde la tumba invisible de los recuerdos por la familia que alguna vez tuve y que nunca en la eternidad llegaré a ver de nuevo.
Luego de la tragedia, no, no es correcto llamar así a la perdida de mi sanidad mental ya que, en definitiva, pudo haberse evitado y no llevado a cabo. Luego de la masacre (si es mejor así) huí destrozado a París, me había prometido a mi mismo vengarme de los cerdos.
Me uní al cuerpo policiaco empezando por un entrenamiento en la academia pero avanzando rápidamente. Solían decirme cuando entré en el departamento de crímenes no mucho después, que representaba la clara imagen del hombre que se hace a si mismo, recordándome, de vez en cuando, al emperador Napoleón.
Pasaron varios años, pero yo aún era joven cuando me encontré como jefe de policía en el departamento. Pronto empecé a realizar mi tarea de detective y comencé, casi al instante, a buscar a los malditos nazis.
Luego de muchas torturas, chantajes, engaños, espionaje, muertes ordenadas por mi mano y búsqueda, especialmente dura y obsesionada búsqueda, logré averiguar que la tropa que había asesinado a mi familia se hacía llamar “la cruz de hierro”. Integrada por dieciocho hombres de diferentes nacionalidades de los cuales dieciséis habían muerto en combate y uno había sido sentenciado a ser colgado por el cuello hasta la muerte en una prisión de la Unión Soviética, por lo que, a fin de cuentas, quedaba un solo integrante de este pelotón del cual no voy a mencionar su nombre. Este hombre iba a sufrir por todos los demás.
Dos días más tarde de haber hallado su dirección me dirigía, acompañado de gruesas gotas de agua y fuertes descargas eléctricas, al hogar del desgraciado.
Vivía en un barrio que podría considerarse pobre, lo cual me sorprendió de sobremanera ya que no era casual que criminales de guerra como lo era este hombre vivieran en un ambiente pobre y que mucho menos la vivieran, al menos no los capturados por mi departamento.
Acompañado por cuatro hombres de anchas espaldas quienes trotaban a más no poder detrás de mí, subía las escaleras del edificio de a dos observando sin prestar demasiada atención las paredes húmedas y descascaradas y los barrotes fríos y oxidados.
No me importó que viviera en el doceavo piso, tampoco me importó golpearme con las cañerías cagadas por ratas y palomas, en lo único que pensaba, lo único que esperaba, era el dulce momento de la venganza.
Tiraron la puerta abajo de una patada y entraron armados hasta los dientes con gritos y estruendos, como leones, como asustados por el latir de mis venas en mis manos y mis ojos, como soldados que matan sabiendo porque.
Encontramos al más miserable de los hombres sentado en un sillón, cansado y torturado como una bolsa de papas ya hecha puré. No me importó nada, solo veía las caras de mi familia en el periódico apiladas y destruidas como novillos en matadero.
Me abalancé sobre él y comencé a golpearlo sin siquiera darme cuenta. Su sangre salpicaba a gritos la alfombra y llegaba hasta las armas de mis hombres, que miraban, inútiles, su trabajo. Era el fuerte momento del éxtasis.
Ordené a mis hombres que lo sostuvieran, lo sostuvieron. Estaban dispuestos (lo veía en sus ojos) a hacer todo lo que yo les pidiera.
Ahí parado, el hombre que arruinó una vida que ya estaba arruinada no entendía nada. Me miraba (y les confieso que no será fácil olvidar sus ojos de cachorro muerto), me miraba desconcertado, me miraba cobarde, no lo sabía, pero escuchaba el silencioso redoble de los tambores que, poco a poco, aumentaba anunciando su mirada final.
Le mostré el periódico con mi familia muerta en la primera pagina (lo conservaba completo por cada centavo que había pagado por él con dolor y angustia).
El desgraciado la observó, la observo un largo rato, y luego, no lo creerán, no creerían mi sorpresa, luego de un breve momento en el que el tiempo se paró, en donde los segundos se hicieron horas por puro castigo de Dios hacia mi, para que yo viese, para que yo pudiese notar su transformación.
Su cara, que proyectaba una tristeza más haya de la comprensible, una tristeza que solo los perros solitarios pueden mostrar, se transformó, muy lentamente, mostrándome cada detalle de las arrugas en movimiento de su cara, en una sonrisa, en una endemoniada carcajada tan poderosa, tan poderosa, que retumbó por todos los pasillos abofeteándome en la cara y azotándome la espalda haciéndome saltar por los aires como un animal con el puño alzado y mi boca furiosa, ¡furiosa como el mismo demonio! Dándole un golpe certero y hundiéndole la nariz en el rostro matándolo en el instante.
Relamí la sangre de mis dedos muertos y grite adrenalina por los ojos. Fue poco el instante, lo había desperdiciado por darme un solo momento de furia, no había valido la pena; quería más. La sensación se esfumó de repente y como en una película la imagen desapareció y yo estaba corriendo hacia la puerta del muerto con mi pelotón por detrás.
Me detuve un instante, sonreí y seguí adelante.
Ordené que tiraran la puerta abajo, lo hicieron, tal como antes su fidelidad hacia mí era imparable. Encontramos en un sillón al más miserable de los hombres. Me abalancé sobre él de la misma manera que lo pudo haber echo una leona con su presa. Le mostré la hoja del periódico, se rió, se rió a carcajadas, y yo, ágil de reflejos, lo lancé por la ventana en un parpadeo; reí, reí a carcajadas.
Me encontré nuevamente en el pasillo corriendo, esta vez pateé la puerta yo mismo. Le mostré la fotografía y al reírse le volé la tapa de los sesos con el primer revolver que encontré a mano.
La situación siguió repitiéndose. Corríamos por el patillo, derribábamos la puerta, y yo destruía el rostro del desgraciado bromista, o lo destripaba con un cuchillo, pero siempre le mostraba la foto y siempre le pedía su sonrisa.
La situación no duraba más de siete minutas, pero nunca era suficiente. Solo luego de haberlo matado y torturado de cincuenta maneras diferentes, sentí, por solo un instante, que mi sed de venganza era inagotable, es decir, me había aburrido.
El tributo siguió refiriéndose a mi venganza un buen rato más, luego fue a su costumbre y finalmente al miedo. Me fui dando cuenta que no podía parar.
No podía entender que había hecho para merecer semejante castigo ¡Pero ahora veo la causa de mi dolor! ¡Ahora puedo ver de cerca porque morimos! ¡No merecemos otra oportunidad! Es que somos seres apasionados, no somos estáticos, por lo que tendemos a cometer una y otra vez los mismos errores, nuestra existencia es peligrosa.
¿Por qué hiciste caso de mis deseos? ¿Te eh engañado con mi profundo deseo de venganza? ¿O me das una simple lección? Sea como sea el tiempo volvía en si, una y otra vez, se repetía siempre el instante, el momento, dándome la oportunidad de hacer cosas diferentes; llegue a matarlo de las maneras más horribles, llegué a matarlo novecientas cincuenta y dos veces.
Corría nuevamente por el pasillo, agotado, grité. Tomé una lámpara a mitad del pasillo y se la reventé en la cabeza a uno de mis soldados. Como prevenidos de este movimiento (debo admitir, algo había cambiado en sus ojos) me apuntaban con sus armas sin siquiera pestañar. Teniendo en cuenta mi inmortalidad, les sonreí.
Corté la luz dando un patadón a la pared. Se escucharon disparos y gritos (creo haber escuchado una voz más mandando a mis hombres). Cuando volvió la luz yo estaba parado, agitado, con mis hombres muertos en el piso.
Caminé hacia la puerta, la abrí, no tenía llave. El estaba ahí, sentado, miserable, mirándome alarmado, debió haber escuchado los disparos pensé. Le mostré la fotografía, se rió, se rió a carcajadas, pero esperé, esperé un momento más.
Me dijo, no lo creerán, me dijo que era del departamento y que espiaba a mi blanco. No dijo nada, no fue necesario, solo le pedí ver su placa, estaba en lo cierto. Poco me importó si me estaba mintiendo, tomé mi arma y le hice un agujero en la frente.
Miré tranquilo y calmado la habitación, no había mucho, pero pude ver que el tiempo seguía sin parar.
Caminé al otro lado de la habitación, encontré un candelabro, hermoso, lo observé con atención, y vi con horror que mi reflejo mostraba la cara de mi blanco.
Lo observé un poco más y me lo lancé a la cabeza; me había equivocado, finalmente era el momento de un solo instante.

Texto agregado el 18-10-2008, y leído por 82 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-10-2008 BUEN TEXTO MIS ABRAZOS sapoeta
 
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