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Hoy vi a Sara. Fue una visión fantasmagórica, una mueca cruel del destino que se burló de mí, una brizna que furtiva desfiló ante mis ojos sin darme tiempo siquiera para ensayar alguna reacción adecuada para la sorpresiva situación, sólo permanecí allí, perdido entre el tumulto de gentes que presurosas iban y venían, viendo como ella se escabullía como el humo entre los dedos , con su andar cansino e inseguro, como quien se dirige a ninguna parte, iba de aquí para allá , arrastrada por un pequeño perrito que la conducía a donde su olfato canino lo llevara, vagaba errante en un zigzag que la hacían balancear en todos los sentidos en una especie de danza ridícula.
- ¿Como estas Sara?
Te pregunté al encontrarnos
- ¿Tanto tiempo sin vernos?
Me miraste con ojos de pozo seco que me decían que no sabías quien era
- Soy yo, Javier, ¿recuerdas?
- ¿Javier?
Repetiste aquel nombre conjurando las sombras del olvido, pero el paso de los años hicieron de tu mente una vieja agenda de páginas amarillas, con nombres y recuerdos escritos con la tinta de los años, aquella que con el paso del tiempo se torna ilegible, re-leíste mi nombre en esas páginas y solo esa sensación de sentirte obligada a reconocerme hicieron que me contestaras con una sonrisa, de esas que se dan forzadas y que mas que sonrisa se te figura una mueca.
- ¿No me reconoces?
Una humedad brotó de esos dos pozos que antes me miraron y seguiste tu camino, gritándome con tu silencioso escape que te dejara, que no querías reconocer a este que ahora te hablaba, a este que plantado en un presente escarbaba tu pasado, y te perdiste dolorosa, herida en el orgullo, y asustada como quien ve aquello que nunca quiso ver.
A Sara no recuerdo exactamente cuando la conocí, lo que si sé exactamente es que siempre la amé, irrumpió en nuestro pueblo de vida bucólica en donde cualquier día era como cualquier día, en donde las gentes se morían de viejos y de aburrimiento y las horas transcurrían pesadas, pueblo gris y de alegría de convento.
El día en que Sara llegó , lo supo al instante todo el pueblo, el aire se pintó de primaveras y en el corazón de todos resonaron tambores que anunciaron la llegada de una Diosa, Sara la divina, Sara la hermosa, Sara la reina, Sara la estrella de mas brillo en el firmamento, la mas refulgente, la mas inalcanzable de todas, Sara la que me enamoró desde el primer momento en que me habló con unas palabras que de la emoción ya ni recuerdo, en un tarde de un Mayo de hace ya bastantes años por cierto.
Desde aquel día perdí por siempre la calma, acosado por la necesidad de verte caí preso de delirios en los que te llamaba y que pusieron en alerta a mi madre que se quebraba la cabeza dándome jarabes y remedios que aliviaran en algo mi mal, no sabía ella que mi enfermedad tenía tu nombre., no tardó en propagarse en el pueblo la epidemia, uno a uno fuimos cayendo todos, para susto del médico y deleite del boticario que nunca como antes había tenido tal bonanza en ventas de jarabes y remedios, mientras que tu, pavoneándote te resistías a darnos el lenitivo a nuestros tormentos.
Siempre permaneciste impertérrita a nuestros reclamos, tu voluntad fue un acantilado sobre el cual se estrellaron y naufragaron nuestros ingenuos intentos por conquistarte, inútiles fueron los acrósticos, las esquelas perfumadas, las rosas que le robábamos al campo, tú, mariposa altiva, volabas mas alto que nuestros sueños, apenas si dándote cuenta de nuestros desperados intentos.
Tú estabas para mucho mas, desdeñosa me miraste en una tarde y con una frase lapidaria enterraste para siempre mis sueños
- Yo a usted lo quiero Javier, como se quiere un hermano, no se haga historias conmigo, que yo soy una mujer y usted un mocosito.
Y cuanta razón tuviste Sara, yo que me creí mayorcito, y te juraba amor de grande me aparte de tu lado llorando como un mocosito, re mordiendo el amargor del desprecio, de quien amando como hombre lloraba como un niño.
Y así seguiste por la vida Sara, pavoneándote de aquí para allá, exhibiendo tu belleza descarada, enrostrándonos a tu paso nuestra insignificancia, no hubo quien diera la talla para ti, muñeca de porcelana, demasiado exquisita para estos mocosos, ni los forasteros que llegaron al pueblo atraídos por los comentarios que hablaban de tu belleza hicieron mella en tu voluntad, envuelta en cuentos de hadas, de esos que son solamente cuentos, permanecías a la espera de un valiente caballero, tanto te alabamos tu hermosura que te creíste el cuento de ser una reina, sin saber que allí todos éramos plebeyos, nada de príncipes, nada de castillos, tan solo casas de barro, campesinos ignorantes y días de sagrado aburrimiento.
Y fueron pasando los años, los que no piden permiso, ni se gastan en explicaciones, y tu todavía suspirando por tu incumplido amor, asomada por la ventana a la espera del caballero que te rescatara de esta prisión de pueblo, que te llevara a volandas a esos sitios que veías en viejas postales apolilladas en el baúl de los recuerdos, París bajo la hermosa luna, Venecia acompañada por un gondolero, y eran tus suspiros en el aire telegramas que lanzabas con desespero, que rogaban a tu amante ignoto que se diera prisa que tu espera era ya demasiado larga y que el cansancio comenzaba a secarte por dentro.
Luego no supe mas de ti, te perdiste en la bruma de los recuerdos, en la maraña de los afanes del día a día, no se volvió a hablar de ti con el paso del tiempo, aquella ventana desde la que divisabas el firmamento, aquella en la que te sentabas horas tras horas en una espera que siempre fue vana se cerró para siempre, trancada desde adentro, y de aquella Sara, Sara la divina, Sara la hermosa, Sara la reina no quedó nada mas que un cuento, una leyenda lejana, de esas que se narran como si no hubiera sido cierto, que hablaban de una niña hermosa que en un día llego a un pueblo, tan hermosa como noche de luna llena, tan hermosa como estrellas y luceros, que se creyó el cuento que en un día le contaron de ser una princesa, de mucha estirpe para tanto montañero y que se quedó vieja y sola a la espera de un sueño.
Hoy te vi. Sara, y tantos años que creí sepultados se removieron en una sacudida violenta y brusca, y que dolor tan grande me diste, que amargura y que desconsuelo, que tu, la inspiradora de mis grandes deseos, la musa de mis noches de amor la dueña de mis delirios y mis desvelos seas esa misma que vieron mis ojos, una vieja fea, de rostro enjuto y pintarrajeada de un modo grotesco
Me arrepiento hoy el haberte encontrado, cuando me miraste con tus ojos de pozo y repetiste mi nombre entendí por que te escapaste, te asustó el verme tal y como yo me asusté al encontrarte, tus ojos fueron unos espejos en los que me vi. Feo y viejo
¿Cómo pudiste Sara convertirte en lo que hoy eres? ¿Acaso aguardas aún por tu príncipe? Yo me pregunto Sara como haces para sostener tu vida, ¿es que no te cansó la espera?, que sentirás todos los días al mirarte al espejo y descubrir que los años no pasaron en vano, que no te dio espera ni pausa, como pudiste Sara excluirme de tu castillo amurallado donde si me lo hubieras permitido también habría vencido todo para salvarte, para protegerte y para amarte tal y como lo hacen los enamorados que están pintados en las postales bajo la luna Parisiense o al vaivén de las góndolas., y como haces Sara para que después de tantos años , a pesar de lo vieja y fea que estas, me provoques estas inmensas ganas de llorar.

Texto agregado el 21-10-2008, y leído por 131 visitantes. (2 votos)


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