Por consideración en algún momento tomé a la muerte como algo natural de la vida. Lástima fue que al darme cuenta del error, estaba yo sepultada ya bajo tierra. De mi propia mano salió mi funesta muerte; casi tan natural como un pálido brote de primavera.
Mis dulces sueños se volvieron tortuosas pesadillas, cuando recordé que el amarte fue casi un suicidio mientras que llamaradas de fuego cubrían mi piel como la metáfora viva del dolor que sentía.
Yo nunca pinté mis sueños; no los supe interpretar y murieron éstos junto conmigo, al igual que el preciado secreto que éstos pudiesen haber develado… el secreto más encantador, como la suave mano que te acarició con ternura, el secreto del susurro provocador que te regalaba yo cada noche y los miles de ósculos que eran sólo para tu boca.
Para consagrar mi acto debía yo ultrajar tu cuerpo, morderlo como a una ciruela madura, con azotes someterlo a mi dañina inocencia. Mi amor basado en la pasiva compañía nunca logró realizar tal acto y sintiendo dolores de parto lloraba maldiciendo la angustia.
Eliminaba las cenizas de tu retrato, esparciendo cada partícula en otra tela y con otros colores, preparando mi decaído ánimo para ahora retratar tu olvido, un rostro solventando mi enigma con cenizas y mentiras.
Se apagaba la luz de aquel día y se ocultaban los colores en mi horizonte…
…pude olvidar tu nombre, tu rostro, tu cuerpo, tus caricias; y me pareció olvidar la razón de mi vida.

Por un beso de ella, yo me hubiese acostado con todos los hombres del mundo, delegado mi vida al trabajo o me hubiese hecho fiel a alguna religión…
…así tan sencillo como que por su cuerpo yo vendería feliz el mío.