Los días se tornaron largos, los muertos era miles y la sangre era el aroma diario de nuestro cruel ambiente, recordándonos lo que ganamos y lo mucho que perdimos en esta guerra.
No pude evitar sentir una furia incalculable contra esos ¡malditos de raza aria!
Días enteros empezamos a luchar batalla tras batalla, mientras nuestro enemigo retrocedía poco apoco, una batalla que ya se veía ganar. Los días siguen su lánguido ritmo, y cada día me duelen las muñecas, esas marcas dolorosas , me recuerdan cuanto cambio mi vida, esos sueños locos enfermizos, se convierten en pesadillas empapadas de sudor y las imágenes de esa anciana y la maldita cama que me sujeta , hacen dudar de mi cordura.
Esta pesadilla interna y otra peor , la externa, esta que me obligo a ver a cuatro niños colgados en la capilla de Reims, marcados como animales con la estrella de David; las marcas de golpes y la sangre que salían de esas dulces caras, victimas de esa guerra racista.
Nos daba la impresión que ya estaban varios días colgados en ese desierto de ruinas, el frio impidió la descomposición. Lo más raro es que uno de los niños me parecía familiar, tan familiar que no puedo evitar las lagrimas, lagrimas que salen por dolor familiar, como si fuera un hijo mío, sin serlo.
Esa lluvia de octubre, fría como la comida enlatada que ya nauseas de comer, ese niño y esa vieja no salían de mi cabeza y su vos de la ultima me taladraba sin contemplación, cuando de repente una bala le perfora el ojo izquierdo de mi viejo amigo Ralph. Su cuerpo del ya inerte amigo cae junto con mi plato, y empieza la tormenta de balas sincronizadas.
¡Francotiradores! Grita un soldado mientras cae con su pronóstico exacto. Estos malditos nos vigilaron toda la mañana y esperaron el momento exacto para atacar, y su principal objetivo son los oficiales que gastan todo su arsenal contra ellos, estos caen como si fueran fichas de domino.
La lluvia tormentosa es su cortina de humo para el ataque, donde nos dispare a diestra y siniestra por todos lados , que no hay escondite. Y llega esa inesperada bala, es a bala que entra con su penetrante mirada a mi pecho. No sé de donde vino, solo miro a esos edificios muertos carcomidos pos la guerra.
Mis camaradas me cubren y me llevan a un lugar seguro, a eso hombres no los conocía, no sabia quienes eran. Mi confusión es tal, que recuerdo a Ralph como un simple cartero que venia a una casa, casa que no recuerdo que era mía.
Las imágenes se religan, los sueños se mezclan con mi realidad que también se vuelven sueños. ¡No se que es real! La anciana esta mi lado, el pecho me duele por la bala, estoy amarrado en la cama y sigo viendo las paredes carcomidas por la guerra en Reims.
Poco a poco voy recordando, sintiendo, la anciana es mi mujer, estoy recordando su compañía lo único real que me parece hasta ahora. El miedo me llena el corazón, empiezo a ver mis maños gastadas, con el cuerpo viejo, ese soy yo. Mis piernas, esas que corrían en la playa, saltando charcos de sangre, que subían los acantilados, esas piernas no son mías, las mías son unos palitos blancos que apenas soportan mi lánguido cuerpo.
Ese niño, era mi nieto, muerio en un atraco, yo estaba con él. Ahora recuerdo que desde ese día mi impotencia de no poder haber hecho nada me obligaron a recordar tiempos nuca vividos, me llevaron a una locura, ahora lo se, locura que poco a poco me absorbe por mi pronta senilidad.
Voy esperando en mi cuarto, junto con la ventana, esos días de gloria que lucho con mi viejo amigo el cartero Ralph.