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Semiconsciente sobre la hierba húmeda, desconectado de toda realidad, creyó escuchar la sangre brotando de su cuerpo como un grifo abierto pero cuando abrió los ojos descubrió a su lado, asombrado de su propia ingenuidad, el lento arroyo que producía ese sonido.
Un dolor pulsante, violentamente cálido justo a la izquierda de su pecho, aclaró sus pensamientos confusos.
Apretó fuerte con manos temblorosas la delgada varilla de metal blanco enterrada profundo en la carne y de un solo golpe, corto pero firme, extrajo la flecha. Talvez eran de plata, pensó, asombrado de la tecnología usada por el hombre para la depredación y la caza. Sin embargo no veía gran diferencia con las arcaicas flechas de punta de piedra que conoció antes de la maldición.
Respirando a la mínima capacidad de sus pulmones a causa del dolor, giró su cabeza y lamió el hilillo de sangre oscura que aún manaba de la herida. Cerró los ojos intentando ignorar esa sensación dolorosa mientras algunas imágenes escapaban de la espesa niebla que cubría su memoria.
Pudo verse asimismo corriendo en medio de la noche iluminada por una inmensa luna llena mientras dejaba atrás los cazadores y los ladridos de sus perros entrenados para matar. No tenía claro quien fue su última víctima, quizá un niño extraviado, una joven soñadora esperando su príncipe azul, talvez una madre buscando alimento para sus hijos; no podía saberlo. Solo sabía que querían cazarlo como la fiera herida que era.
Cuando despertó, el brillo de un sol muy alto en el horizonte hirió la pupila vertical de sus ojos. Miró la herida de la noche anterior ya cicatrizada y esto reconfortó su espíritu y su cuerpo.
Muy poco quedaba en su memoria de ese día cientos de años atrás, cuando aquel jefe indio, espantado e indignado, regara sobre ellos cual eterno y nefasto bautismo aquella maldición en represalia por la niña que él y sus seis hermanos habían raptado de la aldea y devorado después de muchos días de hambre e invierno en las altas montañas.
Seguramente, pensó, la anterior debió ser otra noche con el mismo ritual de los últimos mil años. Un ritual que obligaba a sus hermanos y a él especialmente, que fue quien tuvo la idea de raptar a la hija del brujo, a soportar aquella maldición que empujaba sus cuerpos y sus espíritus a vivir en otras dimensiones de la realidad. Realidad que siempre implicaba ver el mundo desde la óptica de los humanos y que los forzaba aún contra su voluntad, a destruir cuerpos humanos, devorarlos físicamente absorbiendo la innata vitalidad que era su propia supervivencia.
Una vez más descubría su propio yo con enorme lástima y profunda tristeza al saber que de nada servía el arrepentimiento porque cambiar el pasado era imposible.
Solo quedaba aceptar su destino y ser testigo otra vez de su cambio, de simple y rústico animal, cuya forma de lobo se transformaba bajo la palidez de la luna llena, entre dolorosas convulsiones, en el cuerpo de un ser humano.

Texto agregado el 29-11-2008, y leído por 109 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-11-2008 Muy buen cuento, felicidades, este género es parte de mi pasión, gracias. ***** JAGOMEZ
29-11-2008 Muy. muy bueno. Me recordó a metasmorfosis de poirot. Capo! ElnegroHinojo
 
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