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Fausto y Yo

Las paredes suelen tratar de huir de mi todo el tiempo, y yo, detrás de ellas, todo el tiempo también, intento encontrar en sus colores un objeto que habitar. En sus rincones, quizá medio lerdo, como suelo ser, veo con los ojos entreabiertos restos de... vida, que usualmente no tienen nada que decir. A veces, son hormigas, que incómodas.. o constantes, dibujan una línea móvil en la pared. A veces, son poemas por mí escritos, olvidados en los viejos rincones de mi existir. En oportunidades, son simples restos de sangre, aquellos que mis venas suelen derramar cuando vivo.

Usualmente, frente a la pantalla iluminada de mi computadora, escribo con arrogancia deseos incumplidos, cuya realización son efímeros recuerdos de una inexistencia futura. Y a veces, cuando las esperanzas fallan, las paredes se mueven con más fervor. Allí, me veo corriendo con más fuerza detrás de ellas. Pero se alejan, se alejan inconmensurablemente hacia los rincones, allí, donde he dejado toda la basura de mi alma, en esos rincones, en esos escombros, en esos deseos, que una vez que encuentro preñados de promesas, de repente, corren. Cuando los persigo y los desgasto, caen en los rincones muertos. Allí paren sus abortos. Ya tengo montones de basura en esos rincones. Son montones de alma, cada vez, un poco más desgastada.

Y en aquellos mismos instantes, en los que la vida parece un tanto exagerada, cuando el ser se explora, cuando me desgasto de promesas, cuando yo mismo no veo otra alternativa que la felicidad absoluta, aparece, sin pedir permiso, sin preguntarme si puede pasar.

- Y las veces que tendrás que arrepentirte de este momento – me dice – te costarán otros muchos momentos perdidos escribiendo poemas.

La desgracia que trae consigo tomada de la mano... la agradezco. Y es que Fausto, siempre elocuente, con sus aires de eterno conocedor de mi alma, pero ingrato y cínico, otra vez, desgarra con sus labios mis paredes. Para él escribo.

- Si andas por las praderas – me dice – feliz entre las margaritas, oliendo la rosas y los campos corriendo, vienen los poemas y lo destruyen todo, porque las amarguras de su sabor te infunden el alma. Si estás caminando por el mar, sobre las aguas, ellos, con sus manos de miel, te hunden en sus sales, te atormentan adentro y te ahogan. Y cuando recorres los caminos de la felicidad, ellos, tiran los puentes al vacío, justo cuando los recorres y estás a punto de llegar hasta las promesas más añoradas de Fortuna. Entonces dime ¿Qué es lo buscas en los rincones? ¿Por qué caminas incansable por la rotunda ensenada que has hecho en el piso de un rincón a otro, si ya sabes lo que tienes? Allí, solamente hay poemas amargos, tristes y desesperanzados, porque a pesar que la felicidad infunde tu alma como a nadie en el mundo, cuando escribes, las amarguras manejan tus dedos sobre las teclas y la felicidad, que es una cosa llena de promesas, está prisionera en ti, no puede salir, de ninguna manera, de ninguna forma, y ni siquiera tú puedes ir a verla.

Yo siempre me pregunto que es lo que hace Fausto cuando no está a mi lado, diciéndome esas cosas. Me he imaginado que es el verdugo y carcelero que le cortó la cabeza a la felicidad, esa de la que tanto habla, cuando viene a mí.

.........
Las otras veces, cuando Fausto me habla, intento no escribir acerca de la noche, pero como ella siempre está afuera, incluso en medio del sol, reclama su inspirador manto. Fría, muerta, lenta y franca, ella, la noche, inspiró por primera vez mi corazón. Y el primer poema que escribí a alguna corta edad, hablaba sobre mis rituales de la noche.

Los días de mi vida son largos y fríos
A veces desterrados
De alma y vida
Y a veces se me intentan ver vedados
Contando los caminos
Sin tierra y cima

Camino los caminos más cortos y luengos
A veces de piedra
De arena o cal
Que llevan a los filos de abismos altos
Al mar sin norte
Y sabor de mal

Al fondo suenan las músicas gratas
Como de adorno
Para el blasón
Que a veces duran por tantas horas
Posando cimas
Al corazón

Me voy tan luego a los caminos
A los destinos
Del caminar
Después al mundo, después al sol
Contando horas
Al esperar.

Cada vez que escribía un poema por aquellas épocas en las que solía escribir, sin saber por qué, en la época en la que no conocía a Fausto, mis escritos tenía una forma propia, más grata, más fuerte, más limpia. Y cuando Fausto apareció en mi vida, aquel 10 de enero a las tres de la tarde, mis poemas murieron. Y ahora cada vez que escribo, no saco más que cadáveres que pudieron haber nacido alguna vez.

A las tres de la tarde lloró el lobo
Y a las tres lloró mi corazón
Dejé de buscar mis caminos
Dejé de ondear mi blasón

Desde esas tres de la tarde
La tarde a las tres dejó de ser
Una hora más en la vida
Para nunca más volver

Desde hace años en mi vida
Las tres de la tarde son
No han habido horas después de eso
Desde allí no tengo corazón

Los días de mi vida se hicieron
Más largos, más fríos y sin sol
La luna se murió ese día
La luz perdió su farol

Fausto una vez me dijo, en esas diarias conversaciones que solemos tener por la noche, que cuando yo muera, mi cadáver perdería sentido.

- Y es que eres más un espíritu andante que un cuerpo – me dijo – más un destino que un amor, un momento de sabiduría más que un silencio. Tú no entiendes nada de lo que escribes, pero yo sí.

Me convertí en un silencio de la noche, de esas a en las que me acuesto tarde, tarde, muy tarde, sin haber dicho nada, sin haber pensado nada, sin haber entendido nada. Y sin pretender hacerlo. A veces escribo un poema en esas noches. O si no, hablo con Fausto. Pero la mayoría de las veces, me acuesto a dormir sin haber pensado absolutamente nada durante todo el día. O por lo menos eso hubiera querido.

En las noches, tratando de ahogar mi corazón, voy y vengo infinidad de veces al agua, la tomo por sorbos las primeras veces, hasta que con final desesperación, la tomo un mar. Como al final, no puedo dormir, camino alrededor de la mesa pensando pero como hay algo en mí que no piensa, sin duda, sólo me queda un poema del corazón.

A Fausto lo encontré un día
Excavando en mi corazón
Una tierra fría y negra
En medio de una oración
Al Dios en el que no creo
Y al mar de su gran pasión
A un cuervo encima del cedro
Y al mal de desolación.

Y Fausto me habla en la noche
Sin días a mí volver
Porque yo no vivo de día
Que noches son mi querer
Que noches son mi asidero
Mi fuente en el manantial
Mi cara a la luz marcada
Mi calma en el gran hastial

A Fausto no lo conozco
Y nunca lo puedo ver
Pero en su cruel noche siento
Su voz en su recorrer
De toda la casa en cambio
Contada por su entrever
Que Fausto no ha sido grato
Mas es mi gran emprender

Al final, cuando ya he escrito todo lo que Fausto me ordena, o cuando ya he esperado por él demasiado y no llega, encuentro que no tengo otra cosa que hacer. Si ha venido, finalmente, se va. Y si no ha venido yo, finalmente también, ya muy avanzada las horas de la noche, puedo dormir y ya no escribo, ni pienso, ni dibujo y mucho menos sueño más.

Texto agregado el 15-12-2008, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
15-12-2008 Me alegro que Fausto haya entrado en tu vida y como un Moisés moderno te haya guiado a una tierra más fecunda y más sabia. (De paso, ten cuidado con lo que te dicen las paredes. A mi protagonista en "Esquizofrenia" no le fue nada bien) ZEPOL
 
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