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El coleccionador de ojos.


Me gustan los ojos. Desde que tengo memoria he amado la dulce forma que tienen de expresar lo que sentimos. Aunque también son sádicos. Muestran aspectos de nuestra alma que no deseamos se conozcan jamás. Extrañamente naci con un ojo color café claro y el otro negro. Me da una mirada ambigua, insegura, dudosa y a veces hasta demoniaca, según me han dicho. Yo, los amo. Ocultan mi verdadera forma de ser. Nadie al mirarme fijamente a los ojos descubriría alguna verdad. Así puedo engañar, mentir, odiar cuando amo, amar cuando odio, en fin, solo existimos algunos en el mundo con esta cualidad. Definitivamente soy único, especial.
Recuerdo que mi obsesión por los ojos comenzó cuando mi padre, un pescador trabajólico y que además odiaba el mar, me regalo unos ojos de pescado. Su intención era asustarme y seguramente querer generar en mí una fobia, pero no lo logro, al contrario, genero en mí una obsesión por tener el alma de las personas en las manos. Ya no quería solo mirarlos, sino que quería tocarlos, olerlos y hasta lamerlos. Creo que hasta me excitan. Generalmente cuando llego cansado del trabajo reviso “mis ojos”, que por lo demás son muchos; algunos de animales y otros de personas, me comienzan a provocar cosas, mi cuerpo se acalora y tengo erecciones con mayor facilidad que cuando observo mujeres. Finalmente me masturbo pensando en todo lo que podría hacer con esos ojos… con los seres a los que pertenecían esos ojos.

Cuando uno desea algo debe esforzarse por conseguirlo. Yo cada día me esfuerzo por conseguir más ojos. Considero que matar a personas es un esfuerzo y un poco agotador también. Cuando son adultos requieren un trabajo más metodológico, pero cuando son niños la tarea es fácil. Además la diferencia entre los adultos y los niños es importante para mí. Los ojos de los pequeños tienen un brillo esquicito. Es difícil describir la diferencia en sus sabores. Sólo puedo decir que son una delicia.
Mi atractivo me ha ayudado muchísimo a la hora de acercarme a las mujeres. Mi mirada las atrae, mi altura de modelo, mi piel canela y mi apariencia tan enigmática y misteriosa. Generalmente uso sombreros, los cuales los llevo inclinados ocultando un poco mi mirada.

En mi vida he cometido algunos errores y de ellos he aprendido como todo ser humano normal. Sin embargo hoy cometí el peor error de todos. Esta ceguera que me ataca desde hace un par de años dificulta mi preciada labor. Frente a mí, sobre un plato de porcelana comprado en la navidad anterior, tengo los ojos de la hija del primer ministro. Craso error. Lo acabo de descubrir gracias a las noticias en la televisión, en la cual apareció una foto de la muchacha. Sé que en pocos días la policía me encontrará o quizás en algunas horas o probablemente en sólo minutos. Todo un trabajo limpio echado a perder por una posición en la sociedad.
Ya no hay vuelta atrás, nunca fui bueno para esconderme y no enfrentar mis castigos. Estoy tranquilo.
Ahora, antes de saborear mis últimos ojos, los cuales tienen un color celeste brillante delicioso, quisiera que entregaran este testimonio a mi madre, ella es una anciana que vive al sur del país. Quisiera que se enterara que no soy un hombre malo, pero que si aún piensa en mi padre y donde estará, sólo le puedo decir que pago por todo lo que nos hizo. Lo único bueno que tenía aquel hombre eran sus ojos.
Bueno, por ahora sólo eso y bon appètit.

Texto agregado el 09-01-2009, y leído por 110 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-01-2009 Para que no se descompongan hay que conservarlos en Vinagre,como a las cebollitas para copetín.- chapicui
09-01-2009 De qué ojos habla, eh?,eh? marxtuein
 
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