Una tarde, de golpe, trepaste al horizonte
de una tristeza tan profunda, tan tuya…
Infinita como ese océano
en el que me miré tantas veces.

Un beso era la orilla posible;
de allí regresábamos a salvo
- nunca supe bien de qué -
pero a salvo.

(ese atardecer
tuvo de todo menos
playa)


No imaginaba hasta entonces,
que aquella pena
era una pena sin fronteras.

Era la tuya
la mía…
la nuestra.

Fue el más elemental abrazo,
implícito pacto entre tus ojos y los míos;
de ahí mi pasión por el mar
antes y después de vos.

Algo me dijo que el Amor vivía allí
fuera de nuestro alcance;
para contemplarlo
para no tocarlo…

Luego fue el resplandor
de tu sonrisa…
también de la mía.

Fue el regreso del gesto agradecido
dulce, frágil
pero perenme y de pie;
con la nobleza
de este jardín nuestro
que le hace frente al invierno.

Secreto designio del Amor
que no nació para rendirse
- en definitiva -
a ningún amor.




© Cristina Chaca