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Inicio / Cuenteros Locales / angelateo / La Memoria del Sabio que Muere. Parte II (Continuación)

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Un silencio absoluto por un momento. Los espectadores esperaban escuchar más de aquella historia desconocida de aquel hombre tan importante. Sus asistentes, sus asesores, sus editores, sus biógrafos, todos atentos, tan atentos – Al graduarme quedé de inmediato en el periódico como Periodista Aprendiz. Al principio cubría la fuente de Sucesos, que en esa época era el fondo del periodismo, no como ahora, que es la fuente que te convierte en una estrella instantánea y sin contenido. Sin embargo, poco a poco avancé. Uno de mis momentos más importantes, como dos años luego de graduarme, fue cubrir la fuente de arte. Eso me permitió conocer a tanta gente interesante y a algunos de los que fueron mis amigos más sinceros y también a mis enemigos más amargos. No saben lo crucial que fue aquello. Conocí a Marlon, un artista joven en ese momento que iniciaba una exposición en una galería ya desaparecida de la ciudad. Él nunca tuvo mucho éxito como artista pero me inspiró para escribir mi primera novela, Marlon al Óleo. Qué extraño, no recuerdo a Marlon, pero su nombre es evidentemente muy importante en mi vida. Qué fracaso, fue más conocido mi Marlon de fantasía que el Marlon real. ¿Qué derecho existe?, me dijo Marlon un día, ¿Qué derecho existe a que un personaje de fantasía sea reconocido de inmediato por todos en vez del hombre real que lo inspira? ¿Cómo es que una novela que escribiste en dos meses de repente tiene más valor que toda mi vida de artista? El círculo de críticos ya me conocía de repente y para algunos personajes del mundo de la cultura yo era parte de ellos. Claro, aún estaba por demostrar mis talentos. ¿Qué talentos? ¿Qué talentos? Para mí escribir se me hacía tan fácil. ¿Es casualidad? ¿Es una injusticia divina o es una facilidad entregada azarosamente por la naturaleza a mí? Y vean entones, mis queridos, que me encuentro aquí ahora, rodeado de todos y en todos los noticieros gracias, tal vez, a ese momento crucial. Mi carrera de escritor comenzaba, pero mi vida de niño terminaba a la vez. Es tan duro entrar de repente al mundo del adulto. Como Marlon al Óleo tuvo un éxito, si bien no muy contundente, sí bastantes bueno para un autor tan joven y tan novel, en el periódico me encargaron escribir una columna literaria todos los Domingos. Así fue que Palabras Domingueras surgió. Sólo tenía que escribir aquello de lo cual me provocara en menos de trescientas palabras. ¡Y por eso me pagaban! Por supuesto, que la Editorial Águila, la pequeña editorial que casi me hizo el favor de publicar con menos de quinientos ejemplares Marlon al Óleo me encargó escribir esta vez otra novela pero que tendría un tiraje de, por lo menos dos mil copias. ¿Qué les puedo decir? Así, en los próximos seis meses, estuve trabajando en La Otra Mirada, mi segunda novela. En paralelo llevaba mi columna del periódico y mi trabajo periodístico. ¿Qué edad tenía en ese entonces? Veinte años, creo, tal vez veintiuno, no sé. Arturo en aquel momento tenía unos treinta años y había dejado su trabajo de obrero de construcción para ser obrero del Puerto. Pagaban mejor y era un trabajo de mayor categoría, si eso existe acaso para trabajos tan rasos. La cuestión es que, de repente, un obrero como él estaba envuelto en una relación no con un muchachito que estudiaba periodismo, sino con un periodista no muy conocido como tal pero sí como escritor. Era una relación condenada al fracaso, evidentemente. Llevar a Arturo a cenas con artistas, a museos y recitales, a jornadas de firmas de libros, era una cosa extraña para él, que era tan reservado y tan básico. No pude olvidar jamás los ojos de desprecio que la gente de ese círculo de dirigían. No ponían reparos en que fuera un hombre, después de todo la mayor parte de ellos eran artistas y cosas peores habían hecho en sus vidas, sin duda alguna. Pero no podían perdonar la naturaleza popular de Arturo, su llaneza, su simplicidad. Él solía responder con naturalidad y algo de desafiante a la pregunta tan cínica ¿y tú que eres? Soy obrero, respondía sin más. Mostraba sus manos ásperas como una lija por el trabajo duro y decía “me gano la vida levantando cosas pesadas y soy el más fuerte de mi grupo. Ese es todo mi mérito”. Y risas entre burlonas y sorprendidas de repente se extendían por el salón.

Un silencio notorio. Unos pasos se escuchaban desde el exterior de la habitación. Mientas se acercaban, todos estaban expectantes. Entró un hombre vestido con un fino traje negro y corbata negra. Era joven, delgado y apuesto.

- Ya hemos notificado al señor Arturo de su petición, Señor – De dirigió a moribundo

- ¿Y qué les ha respondido?

- No ha respondido nada en específico. Pero dijo que era una gran sorpresa para él.

- Lo imagino. Claro que lo imagino. Habrá pensado que lo había olvidado del todo. Pero no es así. Ese mundo de ascenso cultural al que pertenecí no me hizo olvidarlo. Pero sí me hizo maltratarlo. Recuerdo que en una oportunidad, mientras discutíamos porque él no quería ir a la presentación del libro de alguien del medio, no recuerdo de quien, me dijo claramente: “Sabes que no soy uno de esos hombres elegantes que te rodean ni puedo hablar con esas mujeres elegantes de esos salones. No soy como ellos, no tengo la presencia, no tengo el vocabulario, no tengo ni siquiera el color de piel correcto, que estoy tan quemado por el sol que sólo por eso me desprecian” Yo le dije, también tan enojado, gritándole de hecho, que no sería por él por quien me quedaría en casa, que yo tenía derecho a estar en ese medio porque había trabajado duro por eso. “Cuando los eruditos del futuro tornen sus ojos al pasado y vean estos tiempos ¿Me encontrarán a mí o yo seré sólo una fama temporal de una ciudad perdida en la historia? Y si me encuentran ¿Qué dirán de mí? ¿Qué dirán de mí? ¿Dirán que logré todo lo que pude, que escribí todo lo que debí, que dije todas mis palabras? ¿O dirán, en cambio, que no avancé más por causa de un hombre desconocido a mi lado, quien me frenaba y cuyo único mérito es ser lo suficientemente fuerte como para levantar no se cuantas cajas grandes y pesadas en el puerto? ¿Qué dirán de mí? ¿Qué dirán de mí?” Tan obseso por el éxito en ese tiempo que yo miraba al futuro y pensaba en esos míticos seres sabios del porvenir, queriendo impresionarlos, queriendo sorprenderlos con mi inteligencia y mi delicada pluma, así como hoy aún nuestro eruditos modernos añoran el talento de Homero, de Rubén Darío, así como hoy hablamos de Aristóteles o de Hipócrates. Miraba en esa época de mi juventud al futuro con obsesión más allá de mi propia vida pero lo extraño es que ya, a la hora de mi muerte, en estos días, no puedo dejar de mirar a mi propio pasado, sin salirme de ella. Ha de ser lo que se llama experiencia. Pero en esa época no la tenía. Me dejé deslumbrar por la fama, me dejé seducir por el dinero y sentí tan suave la piel de otros hombres bellos que me rondaban y me decían susurrantes al oído: “¿Tú andas por allí con ese tipo tan inferior a ti? ¿Qué le ves? ¿Que es tan fuerte y tan bello? Hay otros como él por allí, más finos y delicados, de voz más tenue e inteligente. Mira a tu derredor. Mira bien y encuentra. Tú te mereces algo mejor.” Y yo, tan tonto, me lo creí.

Texto agregado el 23-02-2009, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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