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Inicio / Cuenteros Locales / SacerdoteDePolimnia / Abril y La Paloma

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Al amanecer, cuando el Sol trae su antorcha y enciende con ella el hogar divino de los cielos, la niña Abril jugaba en el patio de su pequeña casa amarilla. Saltaba entre los charcos que había dejado la catarata que cayó de las nubes durante la recatada noche. Bandadas de voladores cruzaban los aires, dejando el campo inmerso en plumas de todo color. De pronto, junto con la lluvia de plumas, cayó una pequeña ave, tan blanca como la Luna, pero su blancura fue opacada cuando sus alas se azotaron contra el lodo mientras trataba de reincorporarse. La niña, de piel avena y cabellos del color de la tierra, se apresuró a recogerla, para ponerla a salvo de las feroces rapaces que merodeaban por los aires. Puso la paloma bajo su camisa, abrazándola contra su pecho para mantenerla caliente y viva. La llevó a su cuartito y la dejó en su cama, para luego ir a la cocina a buscar granos que darle a la herida. Mientras comía sus semillas, la paloma cojeaba.
- ¡Esos halcones! ¡Te hicieron caer con sus despiadadas embestidas y te has lastimado una pata!. No te preocupes, yo te cuidaré hasta que tu pata sane y tus alas recuperen todas sus plumas.
Aunque la paloma en un principio se tambaleaba y agitaba de miedo cuando la niña se acercaba, pronto comprendió que la pequeña, sólo quería ayudarla y ambas se hicieron grandes amigas.
Pasaron cinco días, y en la tarde, al regresar de la escuela, Abril notó que la paloma no estaba. Corrió hacia la ventana y vio con gozo como su amiga volaba de un lado a otro sin problemas. Luego la paloma regresó al cuarto, y Abril la tomó entre sus manos.
- Me da gusto por ti.- dijo la niña, llorando de alegría.
La paloma empezó a brillar con luz majestuosa y enceguecedora. Parecía que una estrella había bajado de los cielos y se había posado en las manos de la infante de diez años. Abril no podía creer lo que veía, pero sin duda sentía el ligero ardor de la poderosa luz en sus palmas.
- ¿Quién eres tú?- preguntó la niña, con una mezcla de admiración, curiosidad y miedo.
- Soy tu amiga, la paloma. Mas yo no soy cualquier paloma, como habrás notado. Soy una paloma sagrada, hija del sublime arco-iris. Te agradezco mucho tu ayuda, nunca te olvidaré, y tú tampoco me olvidarás, pues te regalaré un hermoso recuerdo. Manténlo caliente y seguro.
La paloma se marchó con una ventolina repentina, y la niña quedó con un pequeño huevo entre sus manos. Abril exclamó:
- ¡Un huevo! ¡Qué bonito obsequio! ¿Qué grata sorpresa me deparará su interior? No te preocupes, paloma sagrada. Lo cuidaré y lo incubaré como si yo fuera su madre.
La niña envolvió al huevo en un pañuelo, y luego lo forró con burbujas de plástico. Al acabar guardó el huevo entre su vientre y su ropa.
Durante días redujo drásticamente sus actividades: No corría ni en educación física, lo que le costó muy malas notas y que sus compañeros la apodaran "la lentona". No salía de su casa si no era sumamente necesario, y sólo salía de su cuarto para comer y realizar sus necesidades.
Pasaron dos semanas y un día despertó sintiendo que el huevo estaba muy caliente y se movía. Abril lo sacó de su ropa y lo puso entre sus dos manos. El huevo se rompió, y una llamarada de fuego, con forma de paloma, salió de este y se enredó en las manos de Abril. Ella gritó al sentir las abrasantes llamas entre sus dedos, y corrió donde su madre, espantada.
- ¡Mis manos están en llamas! ¡Ayúdame!- gritó Abril, pero su madre la vio con extrañeza.
Sólo Abril podía ver el fuego que ardía en sus manos. Trató de apagarlo con agua, soplidos y hielo, pero sus manos seguían llameando. Dado que aquel extraño fuego no la lastimaba, Abril se acostumbró y siguió su vida como si nada, ignorando el fogoso milagro que le ocurría.
A los días se encontró con un conejo herido al borde de una carretera. Era evidente que un carro lo había golpeado. Queriendo ayudarlo, lo agarró, pero, en el momento que alcanzó a tocarlo, un fulgor resplandeciente surgió de sus dedos. Ofuscada por el brillo, cerró los ojos.
Al abrirlos nuevamente, vio que el conejo estaba sano y corría alegremente hacia el bosque.
- ¡Este es el regalo que me dio la paloma! ¡Sano animales con sólo tocarlos!- gritó la alegre niña.
El tenue fuego que surgía de sus manos se hizo más hermoso y colorido, y todo su cuerpo se cubrió con un leve halo de luz brillante.
Llena de alborozo, corrió al bosque, donde sanó toda enfermedad y padecimiento que animal alguno tenía. Llegaban ante ella ciervos baleados, roedores golpeados, y aves moribundas. Al pasar un mes, ella y su fuego se había hecho tan hermosos como un día claro, y donde fuera que entraran llenaban de luz el entorno. Tan exótica era su belleza y tan esplendoroso era el halo que la vestía que todos los que la miraban quedaban perplejos y atónitos. Por el pueblo corrieron rumores de que Abril estaba utilizando una crema para la piel experimental que el gobierno había ocultado en los años cincuenta. Pero un día, mientras sanaba animales en el bosque, un travieso niño, que se había escapado de su casa por cuarta vez, la descubrió, y observó la luz sacra que brotaba de las manos de ella cuando curaba un ciervo. Ante las inquietantes preguntas del niño, ella tuvo que contarle su secreto, llegando a un acuerdo: Él guardaba el secreto y ella sanaba el canario enfermo del niño. Ella cumplió con su parte, pero el niño era demasiado bocón. En poco tiempo había filas de personas llevando su mascotas con Abril, para pesar de ella. Pero ella no podía negarles aquella bendición a los pobres animalitos. Su pasatiempo se había vuelto esclavitud, y toda la tarde sanaba mascotas de todo pueblo donde se oyó de su poder, quedando sus momentos de juegos y diversión eliminados.
Abril había pasado de una niña más a el orgullo del pueblo. Todos estaban siendo beneficiados por la ola de personas que acudían a la casa de la niña: Vendían fotos y estatuillas de la pequeña, comida, parking, alojamiento. Y los demás niños del pueblo se sentían ignorados por sus padres, lo que en buena medida era verdad. La atención de todos estaba puesta en Abril. Una de las otras niñas del pueblo, llamada Cleopatra, fue con el niño bocón para que le contara la historia de lo que le había sucedido a Abril. Cuando oyó lo de la paloma sagrada, Cleopatra tuvo un plan:
- Bueno, Boca floja (ese es el apodo del niño), necesito que tomes tu biombo y derribes algunas palomas, y luego yo las salvaré. Repetiremos el procedimiento hasta que yo también encuentre mi paloma sagrada. Sí, señor.
Sólo el niño bocón sabía la historia completa, pues a los adultos, incluyendo a la misma madre de Abril, no les interesaba conocer como Abril había sido bendecida, pues sólo les importaba cuanto dinero podían obtener al respecto. Por otro lado, el plan de Cleopatra acabó siendo un rotundo fracaso a costa de las palomitas. Abril sanó a las que pudo durante el tiempo libre de quince minutos que tenía entre las clases y su "trabajo".
Un día, Abril recibió una llamada muy importante del terrateniente del pueblo, y tuvo que ir en persona hasta la hacienda de este, donde este le explicó su problema:
- Tengo un potro que se está muriendo. Es realmente importante para mí, pues es el único hijo de la yegua que me hizo ganar mis primeros cien mil dólares. ¿Podrás salvarlo?.
- Lléveme con él.- solicitó Abril, y el señor la condujo a sus establos. En una esquina de uno de estos estaba en potro, casi muerto.
- Cierre los ojos, tanta luz podría molestar su vista.- pidió Abril antes de comenzar.
Abril tocó al potro y en momentos este retozaba alegremente por la granja. El terrateniente sacó un maletín lleno con diez mil dólares en billetes diversa denominación y se lo entregó a Abril.
- Nunca cobro por hacer milagros. Yo no pagué nada por esta bendición.- explicó Abril
- No te estoy pagando. Tómalo como un obsequio.- respondió el terrateniente.
Tanta fue su insistencia que Abril finalmente lo aceptó. Todo lo que siempre había soñado era suyo: Muñecas, una piscina, un cuarto más grande, una bicicleta montañera. Tanto le había fascinado ver sus sueños al alcance de sus manos gracias al dinero que empezó a cobrar por sanar animales. En poco tiempo tenía muchísimo más de lo que había soñado... o necesitaba, y hasta un horario de consultas, una secretaria y una oficina, todo instalado en el patio de su casita... ¿O ahora debería decir mansión?.
Manejando su bicicleta, de regreso a su casa tras otro día de escuela, vio a una mariposita tirada en el piso, con una ala rota. Pensó en sanarla, pero recordó que la mariposa no podía pagar la consulta de cien dólares.
Siguió manejando por el caminito, hasta que de pronto se encontró con Cleopatra:
- ¡Tú!- gritó Cleopatra, entre lágrimas.- ¡Dime como encontrar una paloma sagrada! ¡Quiero la fama, la gloria, el dinero! ¡O al menos que mis padres me vuelvan a mirar!.
- No puedo decirte porque no sé. Encontrar una paloma sagrada fue un accidente.- dijo Abril.
- ¡Mientes! ¡Quieres todo el dinero para ti!- gritó Cleopatra.
- Yo no hago esto por el dinero, lo hago por amor a los animales.- dijo Abril, mientras le daba la espalda a Cleopatra, sólo para ver como un sapo se comía a la mariposa caída.
Abril gritó aterrada, y corrió, avergonzada de sí misma, a lo más profundo del bosque.
- ¡Soy mala! ¡Soy muy mala! ¡Pude salvar a la mariposa y no lo hice!.- se dijo Abril, gritando.
Los animales del bosque se acercaron a ella, alegres de volver a verla. Un ciervo se le acercó. En los preciosos ojos del venado ella pudo leer claramente los pensamientos de este:
- No eres mala, Abril. Has cometido un error y lo has reconocido. No está mal que recibas ganancias por tu esfuerzo. Estás gastando tu valioso tiempo y lo mereces. Pero no sobrepongas tus ganancias a la vida de los que te necesitan. Vale más una vida que todo el oro de la tierra.
La niña comprendió, y sonrió. Regresando al pueblo juro no volver a olvidarse de los animales salvajes: los que más la necesitaban, los que sólo podían pagar con eterno agradecimiento.

Texto agregado el 02-04-2009, y leído por 233 visitantes. (0 votos)


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