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AMENAZA DE MUERTE

Vivo en un barrio que otrora era tranquilo, sus calles arboladas le dan en verano una frescura sin igual, el otoño e invierno hacen que sus veredas se cubran de hojas de los plátanos, que llevan varios lustros levantando las baldosas de las veredas. Era una noche de invierno, el viento y el frío se hacían sentir, pero me gustaba caminar esas cinco cuadras de la estación a mi casa. Había sido un día difícil en el hospital, varios heridos de bala ingresaron en la guardia, cada vez era más habitual este tipo de pacientes, algunos llegaban por sus propios medios, otros traídos por la policía.
No tenía apuro en llegar, ya nadie me esperaba en casa. Hacía un año que mi matrimonio había llegado a su fin, ella siempre se quejaba de mis escasos ingresos y mis extensos horarios, hace años nos habíamos amado mucho, pero todo cambia con el tiempo y los problemas económicos. No quedaron hijos de nuestra unión, ella inició una nueva vida con un empresario que conoció en el gimnasio, yo me dediqué aún más al hospital.
Llegué a casa esa noche cerca de las once, estaba cansado y hambriento. Al ingresar al living sentí un olor a cigarrillo que me extrañó, ya hacía dos meses que había dejado de fumar. Cerré la puerta y de inmediato sentí el frío del metal en mi nuca, el primer golpe fue en la espalda, caí sobre mis rodillas y recibí una terrible patada en el vientre. Eran dos, uno adulto de unos cuarenta años, el otro un chico quince, talvez dieciséis. Se reían entre ellos mientras me puteaban y pegaban sin misericordia, cuando terminaron los golpes casi inconsciente escuché que me decían –si Pablo se muere vos sos boleta- acto seguido recibí otro golpe en la cabeza y perdí el conocimiento. Desperté al amanecer, me dolía el cuerpo terriblemente y arrastrándome en el living llegué hasta el teléfono. El hospital mandó una ambulancia y las atenciones de mis colegas hicieron que me recuperara parcialmente, en un par de días me darían el alta. Recordando los hechos tuve en cuenta la advertencia, ¿pero que significaba?, ¿quien era Pablo? Y que tenía que ver yo con la muerte o no del tal Pablo, hasta que una duda cruzó por mi mente, llamé a la guardia del hospital, pregunté si en los últimos días había ingresado algún Pablo, y un asistente me lo confirmó, me recordó que hacía unos días había ingresado con herida de bala un joven que se llamaba Pablo al que yo había operado, tenía un proyectil cerca del corazón y pese a que la operación había sido un éxito seguía en coma en terapia intensiva.
Mi denuncia en la policía la realicé aún en mi cama de hospital, conté todo lo sucedido y el oficial escribiente tomó nota de todos los detalles, investigarían a la familia de Pablo tratando de ubicar a quienes me habían dejado en ese estado. Dos días después me reintegraba a las tareas, estaba aún atemorizado, pero peor me sentí al enterarme de que Pablo había hecho un paro y murió esa mañana.
Llamé a la policía, les notifiqué que Pablo había fallecido, y les pregunté por el avance de las investigaciones, no habían logrado nada, parecía que Pablo no tenía familia. El cuerpo permanecía en la morgue del hospital y nadie lo reclamaba.
Mi primera reacción aún no superado el temor, fue que tenía que armarme, no quería ser sorprendido nuevamente y temía cumplieran la amenaza. Tenía un viejo revolver Colt que había sido de mi padre, a partir de ese día no me desprendí de el. En mi juventud había sido un buen tirador y practicaba con pistola en el Tiro Federal, luego el trabajo y la edad me habían distanciado de ese deporte.
Ya no caminaba hasta mi casa, desde la estación tomaba un taxi por las cinco cuadras, y lo hacía esperar hasta que ingresara en mi domicilio, luego me saludaba con una bocina y se iba. Esa noche recuerdo que llovía, prendí la tele y me disponía a cenar, cuando se cortó la luz, pensé en los tapones, la lluvia podría haber originado el corte, busque con una linterna unos tapones de repuesto, y salí hasta el tapial de entrada para reponerlos, y entonces observé que estaban allí, eran ellos. Mi primera impresión fue de terror, un arma blanca en la mano del mayor reflejaba la luz de la calle, se me vino encima a la carrera, blandiendo su cuchillo, preso de pánico atiné a llevar la mano atrás y en mi cintura estaba el viejo Colt, lo empuñé y en el último instante antes que me apuñalara, la bala del 38 special le alcanzó el corazón. Se desplomó a mis pies, el joven quedo petrificado, aún apuntándole llamé al 911 desde mi celular.
El juicio fue largo dos meses, mis Abogados dijeron que habían hecho todo lo posible, el Tribunal había juzgado de acuerdo a lo que marca la Ley, les escribo esto desde la cárcel, me condenaron a ocho años de prisión por EXCESO EN LA LEGITIMA DEFENSA.

Texto agregado el 03-04-2009, y leído por 415 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
27-12-2012 excelente , muy real la narrativa, y del final para qué vamos hablar. un abrazo. HGiordan
20-04-2009 buena narrativa, se sostiene el texto, me gustó leerlo, saludos! gomez81
20-04-2009 Espejo fiel de la realidad. Creo que vamos a tener que pensar aquellos que pretendemos respetar las leyes cómo defendernos cuando éstas en lugar de protegernos nos hunden. Buen relato marea-rioplatense
19-04-2009 Crudo, real, incisivo y el final,jajajaj de una ironía sin parangón, mis respetos y ...5 online
17-04-2009 Muy buen texto, interesante. rhcastro
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