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Inicio / Cuenteros Locales / franciscoparra / Una niña chica muy, muy grande.

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Un día seco, la tierra hiede, y traigo un piano de cola sobre mi hombro. La niña que lo toca está en el techo de su casa de seis pisos, dibujando notas entre los cables de la luz y comiendo trozos de nubes que endulza su mamá con un merengue casero. La niña es larga de piernas, pero el tronco aún no llega a su plenitud. En uno de sus pies descalzos dejo el piano de cola y ella lo levanta y me sonríe y le pega al piano con un dedo y se produce un sonido espantoso que yo aplaudo y oigo maravillado. Ella sabe que pienso en ella por las mañanas y que por las tardes me quedo mirándola desde más allá de donde pasa el río.
Jamás pensé que iba a terminar cargando pianos. Mamá siempre quiso que fuera escritor, papá que fuera médico. Pero bastó con la venida de un circo, cuando tenía yo apenas quince años, para que papá se olvidara del médico y mamá del escritor. Por cincuenta y dos monedas de oro me fui con la gente del circo. Era abril.
Con el circo lo he visto todo. He recorrido unas cuantas veces cada rincón del mundo, a zancadas grandes, como decía mi padre, a zancadas grandes vas a andar, muchacho. Y a zancadas grandes anduve por París y por Viena, por Katmandú y por Lima.
Un buen día el tragasables que me llevó con ellos tragaba sus sables, en un ensayo, y le vino una tos seca que lo dejó con las tripas cortadas y al poco rato, muerto. Luego vino la desgracia toda; se arrancaron los leones y devoraron a una población completa del norte de irlanda del norte. El circo nunca más pudo funcionar y nunca más fuimos la entretención de un pueblo, sino que acabábamos linchados donde fuera que fuéramos. Eran tiempos negros.
Sobreviví robando gallinas y vacas de país en país hasta que no quedó lugar en el cual pudiera estar en paz. De Europa nadé hasta el caribe. Hallé cocos y bananas fritas y estuve ahí toda la primavera. El primer día de verano llegó el rumor. Es el gigante del circo, decían, es el gigante que se comió una ciudad entera de Islandia. Debía entonces marcharme hacia nuevos aires.
A la niña del piano la conocí en la pampa argentina. Yo buscaba comida, ellos a un médico. Quise entonces haber sido médico. Ella era muy niña. Andaba con su padre y, antes que siquiera me presentara a ellos, el hombre se subió hasta mi oído. Me dijo que esperara unos años y me entregaría a la muchacha en matrimonio. Y así estoy, esperando hace cinco, seis, siete años, a ver si la muchacha crece. Mientras tanto le llevo pianos, girasoles, vacas o casas de chocolate. Y la miro desde acá, desde el otro lado del río.

Texto agregado el 21-04-2009, y leído por 134 visitantes. (1 voto)


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