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Las moscas revolotean alrededor del cadáver y de pañuelos y tapabocas están cubiertos los rostros indescifrables de las autoridades públicas y periodistas que rondan igualmente en cumplimiento de funciones; la película previamente ha mostrado las botas pantaneras de tamaño pequeño, de suerte que la presentadora con cara de circunstancias explica, innecesariamente, que los pies dentro del calzado corresponden a los de un menor de doce años, que perdió su guerra y abandonó el mundo para siempre.

El anuncio marcial del señor comandante de la brigada, informa del éxito singular del operativo, reclama voces de silencio e inventarios todo en uno y la disposición resuelta e irrevocable de la fuerza pública de cumplir el mandato constitucional a fin que la cotidianidad de la República discurra con buenaventura por la senda de la libertad y el orden.

Milena Tacumá, bachiller del sur del Tolima, no pudo menos que sonreír sin fuerza, al asociar la imagen del general triunfante al del zopilote mayor del escudo nacional que en sus patas agarra con fuerza la cinta con el mismo lema; desde pequeña siempre se preguntó que hacía el carroñero en ese sitio y ahora lo supo con certeza: más que un símbolo, ante la muerte de su hermanito menor, la figura tenía el amedrantable motivo de recordar que en Colombia el presente sin esperanza, se torna viejo en la carencia de un futuro para la gente joven y en verdad de escalofrío para la bella población que apenas estrena los dientes de la vida.

Estadísticas dan cuenta que el conflicto social que desangra la nación absorbe el censurable esfuerzo de la “clase” administrativa del país, cuya prioridad estriba en la cancelación de una deuda infinita, por encima de consideraciones elementales, de salud, educación, vivienda, recreación y un largo etcétera para las mayorías, de tal manera que el titular sobre los veintinueve millones y medio de colombianos que subsisten por debajo de la línea de pobreza, no deja de ser más que una cifra periodística llamada a engrosar el espacio informativo de los noticieros y el espanto secular de los que siempre callamos.

Un fantasma frío, letal, policéfalo, brutal recorre los campos y ciudades de Colombia; convierte la vida de los niños en un infierno y no es la droga. Es la escasez.

La pobreza ante la cual no hay salvación, revolotea como las moscas alrededor de las innumerables víctimas. La muerte al igual que los juzgados de menores ha dictado su sentencia con frecuencia inusitada en los últimos tiempos y pese a su mano inexorable, no se ha notado, nada ha llamado la atención. En esta otra guerra sin botas pantaneras hay miles de inocentes fallecidos a los que los titulares de urgencias los honran con el más impresionante mutismo. Similar al nuestro cuya atención está centrada en el último de los “realitys”.

Milena cierra los ojos y abre los brazos al cielo: “En fin, mejor a tiros que de hambre”.

Moscas baten el aire de un día sin afanes, el sol derrite lentamente las piedras del llano del Tolima y allá al fondo el río, el siempre eterno río, se desliza sin prisas como sabiendo el final y postergándolo otro día.

Texto agregado el 23-04-2009, y leído por 122 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-04-2009 Verdaderamente conmovedor, las dos caras de la medalla, la que da la prensa y ve todo el mundo y la otra, de la que solo alcanzamos a ver lo que nos toca porque lo tenemos al lado. Hay unos pocos que impulsan y sacan provecho de las guerras, y una gran mayoría que sufre sus terribles consecuencias. neige
 
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