¿CÓMO ESTÁ TU CORAZÓN?

Durante mis peores momentos,
en las bancas de los parques,
en las cárceles o viviendo con putas,
siempre tuve este cierto contento...
CHARLES BUKOWSKI

Me encuentro metido de nuevo en este cuchitril de table dance en Garibaldi, todos los que ganamos el salario mínimo acudimos a estos lugares a observar a las gordas que bailan en la pista. Es un espectáculo de carnes que se mueven de un lado a otro e intentan conmover a los clientes, agarrándose del tubo que está en medio del escenario. Han de pensar que sus lonjas pueden excitar a cualquiera. Es un verdadero show de no sé cuántos minutos, el caso es que ya quiero que se acabe.
Berenice no vino a trabajar, qué le habrá sucedido, tal vez se embriagó el jueves y no aguantó la crudota que de seguro le dio; es una de las chavas con mejor cuerpo; las demás son unos verdaderos jamones que aparecen cada que empieza una canción de Aerosmith o Metallica. ¿Qué pensarán después de que bailan en esta pista iluminada con luces de neón y uno que otro foco a medio encender, o la mayoría de las veces, fundidos?
Salgo a eso de las dos de la madrugada, cuando los mariachis están en su apogeo. Si no vino Berenice, a qué chingados me quedo. Pido mi coche en el estacionamiento donde primero te cobran barato al entrar, unos 30 pesos, y ya al momento de salir, te la dejan caer bien sabroso diciendo "son 150 pesos, por favor". Me pongo a discutir, pero de volada comienzan a amenazarte con que no te van a dar tu carro y todo lo demás; pido mis llaves y me voy bien encabronado. En una vinatería cercana me compró una botella de Puerta Negra, la pago y me subo de nueva cuenta al coche.
Al llegar a mi cuarto me doy cuenta de que todo está vacío; y no hay más que una nota pegada a la puerta que dice: "Ahí te quedas con tus pinches golfas, irresponsable! Me voy con mi madre, me llevo algunas de mis cosas y a mi hijo ¡Ni te atrevas a buscarnos!".
¡No me importa, al fin y al cabo que no sabías ni hacer de comer!, grito por toda al casa y sólo se escucha el eco. Tomo la botella de tequila y le hablo a mi compadre por teléfono. Fue lo único que no se llevó, estaba pegado a la pared y me imagino que no quiso llevarse los cables. Mi compadre no está. Me quedo dormido.

Eran como las diez y media de la noche cuando desperté y sólo me llevé a la boca lo que le restaba a la botella, mi única compañía. Al dejar a un lado el envase vacío encontré uno de mis libros de Charles Bukowski. Lo admiro mucho, y he querido siempre ser tan buen escritor como él. Lo estaba logrando, pero a veces la crítica no acepta cualquier tipo de libros. He ganado dinero por la venta de algunos que escribí cuando era joven; ahora sólo vivo de lo que allí va saliendo.
Regreso al mismo lugar de mala muerte, en esta ocasión pregunto por Berenice; uno de los meseros me dice que sí vino, pero todavía no le toca bailar. Me conformo con saberlo, la mando llamar y viene, me da mi beso de buenas noches y dice que le toca bailar después de Miriam, un jamoncito de baja estatura.
Me da gusto saber que ella va a subir a la pista y va a bailar aquella canción que en algún momento hizo que me enamorara de ella, es una de los Scorpions que me trae viejos recuerdos. Sube a la pista y siento que cuando está bailando, sólo lo hace para mí; no pienso en los demás, somos ella y yo escuchando cómo la rola sigue, parece que tuviera vida propia y nunca quisiera acabar, pero es una lástima que sólo en la fantasía se puedan encontrar los bellos momentos.
Regreso a mi casa y me topo con aquellas cuatro paredes que siempre están inertes ante mi llegada, tomo mi libro favorito de Bukowski y lo hojeo, ese viejo libro de poemas que tanto amo; y no me queda otro remedio que sólo leer aquella vieja página donde está el poema que muchas veces me hace reflexionar y preguntarle a tanta gente: "Cómo está tu corazón”.