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Hubo una época en que la gente viajaba en tren; cientos de personas colmaban las estaciones por las mañanas. Los vagones iban siempre llenos y todos se atrevían a mirar por las ventanillas (todavía sin darse cuenta de nada). Desde la estación de Constitución, una de las más concurridas, salía un tren cada quince minutos. Luego comenzaron a salir a cada hora, después cada dos días y por último, una vez a la semana. Recuerdo con nostalgia los tristes titulares de aquel lejano día. Cuando Retiro, Constitución, Once y Chacarita cerraron para siempre.
En sus últimos días, algunos seguíamos rondando las estaciones; era un paisaje desolador: casi todos los locales habían desaparecido, dejando fantasmas y huellas de antiguos negocios; la basura se acumulaba y formaba pequeñas lomas, porque los barrenderos se negaban a limpiar; las personas se paseaban con la mirada fija en el piso, para que nadie los pudiera reconocer… Por donde antes, gloriosamente, había pasado el tren, apenas quedaban suciedad y vías que iban oxidándose.
Todo era cuestión de enfoque. Todavía hoy lo es.

Sin embargo, como ya les he mencionado, en esos últimos días algunos seguíamos viajando en tren; los que creíamos que el enfoque no era tan importante. Claro, varios de los otros también utilizaban el tren; los boletos eran muy baratos y, como lo es ahora, la gente andaba corta de dinero (supongo que es una de las tantas cosas que nunca van a cambiar). Estas personas, las enfoquistas, apenas se subían a los vagones, cerraban las ventanas, bajaban las persianas de acero y se ponían anteojos de sol; además, si iban en grupo se pasaban discutiendo tonterías durante todo el viaje. Todo esto lo hacían para no tentarse y mirar por las ventanillas, para no recordar que sabían.
Una tarde, al salir de la Facultad, decidí tomarme el tren. Era el único en todo el vagón. Viajé unos minutos en medio de la oscuridad, respirando la humedad y el olor a encierro, cuando me surgió una pregunta: ¿sería cierto todo eso que se decía? No lo pensé dos veces, subí una de las persianas y abrí la ventana; la luz bañó el triste suelo y el aire se renovó. Me senté junto a la ventana y observé sin ningún temor: las calles iban pasando rápidamente, al igual que los edificios, los autos, la gente… y no había nada más que eso, ninguna imagen terrorífica. ¿Era el enfoque algo tan terrible como para que todo el mundo se hubiese asustado tanto? Fue entonces que me di cuenta de que no: el enfoque no era tan importante. No tenía nada de malo mirar por las ventanillas.
En todo esto pensaba cuando el tren se detuvo en la estación Belgrano R. Se abrieron las puertas y subieron dos señoras al vagón. ¡Para qué! ¡No saben la que se armó! Al verme sentado junto a la ventana abierta, empezaron a decirme de todo. Una se puso a llorar y a gritar con gritos cargados de espanto y angustia; la otra no paraba de insultar y me amenazaba con llamar a la policía. Para calmarlas, cerré todo y cambié de vagón.
A partir de esa tarde mi vida cambió radicalmente, como si hubiera descubierto mi destino: tenía que salvar al tren. Con este lema pegado en la frente, comencé a juntarme con gente que pensara igual que yo. Juntos formamos la “Asociación Pro-Tren”, que defendía el ferrocarril y juntaba fondos para mantenerlos funcionando. Nos iba bastante bien y éramos muchos más de lo que los otros pensaban; hasta llegamos a alquilar un pequeño local en Pompeya para que fuera la sede oficial. El problema fue que ellos, a su vez, decidieron hacer lo mismo; crearon su propia organización: la “Sociedad Pro-Cierre del Tren”, que invirtió tiempo y recursos en convertir a las personas neutrales en fieles seguidores; también cortaban las vías, atacaban a los conductores de las locomotoras acusándolos de terroristas, e intimidaban a los pocos pasajeros. Además, por si fuera poco, tenían fieles seguidores dentro del Honorable Congreso, quienes luchaban para que se aprobara su proyecto de ley, donde se definía el cierre absoluto de todos los trenes del país.
Nosotros, en cambio, más modestos, nos reuníamos en nuestro localcito y luego salíamos a dar una vuelta en uno de los pocos trenes que para entonces seguía en servicio. Salía los martes a las cuatro y cuarto de la tarde de la Terminal de Retiro; era del ramal J. Juárez de la línea Mitre. Ver a la locomotora surcar las vías, nos hacía recordar los buenos tiempos, cuando el enfoque no era tomado en cuenta. Y eso nos llenaba de alegría.

La noticia del enfoque recorrió rápidamente el planeta: en pocas semanas, ya estaba instalado el debate en casi todo el mundo. Claro que, como siempre sucedió y sucederá, las grandes potencias se reunieron en secreto para tratar el problema del enfoque sin escuchar a nadie. Poco tiempo después, el Consejo de Seguridad de la ONU dictaminó que el tren era el enemigo número uno de la paz y el principal problema de casi todos los conflictos bélicos habidos y por haber. Como imaginarán, luego de esta proclama, la “Sociedad Pro-Cierre del Tren” obtuvo mucho poder público en el país, y no tuvieron mejor idea que transformar a la Sociedad en partido político. Fueron juntando más y más adeptos, y en el 2003 ganaron las elecciones nacionales.
Por supuesto, nuestra Organización también sumo adeptos: los conductores, los boleteros, los guardas, los pocos dueños no enfoquistas, todos aquellos que sentían un poco de rencor hacia el enfoque, que los había dejado sin trabajo y en las ruinas; éramos más o menos unas quinientas personas. Seguíamos reuniéndonos en nuestro local, y también seguíamos visitando las viejas estaciones; de vez en cuando tomábamos una locomotora y salíamos a recorrer las vías, a disfrutar de las tardes soleadas y de la brisa creadas por el tren.
Estos “actos vandálicos”, como los llamó Mauricio Crima, diputado Pro-Cierre y acaudalado caudillo de la ciudad capital, molestaban al gobierno enfoquista, por no decir a los peatones que nos veían pasar; al vernos corrían horrorizados a esconderse en sus casas. Después pensar el problema durante mucho tiempo, los enfoquistas lanzaron un plebiscito para que los trenes dejaran de funcionar, con el siguiente mensaje: Si amás a tus hijos, el sábado 24 de marzo decile que no al tren. Ante semejante proclama, ¿quién iba a votar a favor? Así fue que lograron modificar la constitución: el nuevo artículo (el primero bis) prohibió el funcionamiento de trenes en el país, para cualquier uso o destino.
Pero no solo ganaron en el país los enfoquistas, fue una victoria a nivel mundial: luego de una extensa reunión en la ONU (la única en que casi todas las naciones estuvieron de acuerdo) se firmó el “Tratado Internacional Game Over Tren”. En sus ochenta páginas llenas de artículos y leyes, se dictaminó lo siguiente: a partir de la fecha debe eliminarse la palabra TREN de los diccionarios y manuales de historia. Así mismo, todos los libros, folletos e incluso hasta los museos, que tuviesen información, fotos o que estuviesen dedicados e inspirados en el tren, deben ser destruidos inmediatamente (todavía recuerdo las grandes hogueras que iluminaron las noches oscuras). También quedó establecido que todo aquel país que decidiera no sacar sus trenes del servicio activo, sería bloqueado económicamente y expulsado de las Naciones Unidas.
La prensa mundial vitoreó la firma de este Tratado, con excepción de la inglesa, él único país que se negó a sacar de circulación los trenes, y la Iraní, país que siempre estuvo en contra de lo que opinaba el resto del mundo. ¡Qué esperanza nos dio a todos los no enfoquistas el discurso de la Reina! Defendió a los trenes de manera tan providencial y, a la vez, tan afectiva, que muchos enfoquistas ingleses abandonaron el país, avergonzados por la ridícula posición que había adoptado su realeza. En cambio, el resto de las personas, ya fueran enfoquistas ingleses, alemanes o argentinos o neutrales suizos, vimos a Inglaterra como el último país libre… Pero claro, las cosas no fueron fáciles para los británicos. A diario se sucedían “Actos heroicos” (nuevamente la opinión del diputado Crima) que rompían con su resistencia: un grupo de personas encapuchadas desplomó el túnel ferroviario del Canal de la Mancha; la Asociación de Oculistas fomentó una protesta permanente frente al Palacio de Buckingham; No more train, decían las pancartas que llevaba la gente… De esta forma el nuevo Régimen Independiente Inglés no pudo soportar mucho tiempo, apenas cuatro meses. Entonces desaparecieron los únicos trenes que quedaban en el mundo.
Al pasar el tiempo surgieron varios problemas derivados del cierre del tren, pero todos se solucionaron rápidamente. Las estaciones de todo el mundo, por ejemplo, fueron demolidas. Al principio se había pensado convertir a las estaciones en casas de asilo para gente necesitada, pero ni los pobres y sin techo querían vivir allí. “Somos pobres, pero así y todo seguimos siendo personas y merecemos ser tratados como personas”, declaró Ramón Tells, Director de la AIGSH (Asociación Internacional de Gente Sin Hogar) a la salida de un partido de fútbol en Mar del Plata.
En el marco del proyecto nacional “Cordón Ecológico”, se crearon estaciones verdes por donde pasaban las vías. Y sí, hay que decir que las ciudades son más hermosas, parecen más limpias y menos ruidosas; y los cordones ecológicos dan altas ganancias a las inmobiliarias (las propiedades cerca de los cordones subieron increíblemente sus precios, todo el mundo quiere vivir cerca de donde antiguamente pasaban las vías; supongo que son un símbolo del poder humano). Puede decirse todo eso, y sin embargo yo sigo extrañando los silbidos de las locomotoras, las barreras bajas, el tintineo de las chicharras y el clásico “quetrén-quetrén”.
Otro problema que surgió, el más complicado de solucionar, era qué hacer con todo el acero desperdiciado que se iba oxidando con el pasar del tiempo: así de extraordinario como suena, fue enviado al espacio en cohetes. Al principio algunas empresas metalúrgicas, queriendo sacar provecho de la situación, pensaron en reciclar el acero y fabricar, por ejemplo, cubiertos para el hogar, pero nadie quería saber que sus cucharas, cuchillos y tenedores eran fabricados con acero de tren. Así que se optó por el camino más sencillo: se tomó todo el acero que se pudo juntar y se lo envío al espacio. ¿Que qué hicieron las naciones que no tenían carrera espacial? Tiraron el acero en los volcanes y en las profundidades de sus mares, lagos y ríos.
Los indicios de que alguna vez había existido el tren habían desaparecido, y la gente se olvidaba del tema poco a poco.

Por supuesto, esto siempre fue así; déjenme ahora explicarles cómo se llegó a esta situación. En sus días de gloria el tren era muy útil y popular: se utilizaba principalmente para transporte urbano, aunque también era una buena forma de transportar productos del campo a la ciudad. No era raro que por las mañanas los vagones se llenaran por encima de su capacidad. En las estaciones había grandes locales que generaban fuertes ingresos a sus dueños; se limpiaban los andenes a cada hora y se gastaba mucho dinero en mantener funcionando las máquinas expendedoras de boletos. Además, varios países habían contruído trenes que iban más allá de la velocidad del sonido…
Un penoso día alguien se dio cuenta de la verdad: en el tren se perdía el enfoque. Cuando uno miraba por la ventanilla y trataba de fijar la vista en un punto del horizonte, no podía hacerlo. Era imposible que otro objeto se le cruzara por delante y que uno no desviara la vista. ¡Qué horror! La noticia se divulgó rápidamente y al poco tiempo en los matutinos de todo el mundo se publicó el mismo mensaje: El tren hace perder el enfoque.
Fue entonces que las personas comenzaron a indagar, primero curiosas, luego algo preocupadas; todo aquel que se subía a un tren miraba atentamente por las ventanillas: era cierto, no se podía fijar la vista en un único punto… ¡Pero, Dios mío, qué catástrofe! Al descubrir la verdad, algunos cayeron al piso desmayados, otros perdieron la cabeza y empezaron a gritar como locos, muchos comenzaron a tener horribles y borrosas pesadillas, y millones coparon las salas de los psicólogos y psiquiatras.
El resto es penosa historia conocida.

Texto agregado el 27-05-2004, y leído por 229 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-05-2004 La esperanza es lo último k se pierde, es lo k dicen.Me encantan los trenes y me ha gustado mucho tu relato.Saluditos awamarina
 
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