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Inicio / Cuenteros Locales / georgek70 / Dexter, el pelao que nunca hizo visita solo

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Casi nunca pudo salir a jugar solo porque en su casa lo cuidaban tanto que se llenó de mil complejos y temores que lo hicieron inseguro, aburrido, frágil y tartamudo. Se llamaba Diego desde siempre, desde que nació, pero jodía tanto con los Cartoon Network de la televisión y tenía unas gafitas de idiota tan parecidas al personajito, que nunca más pudimos volver a llamarlo Diego y se quedó Dexter, el niño genio.
Tenía la misma edad de todos nosotros pero mucha más inteligencia y menos malicia. Por eso lo queríamos mucho, tanto que hacíamos cualquier cosa para que no se sintiera mal y para que pudiera alcanzar las pocas cosas que en su vida anheló.
Lo primero que hicimos por él fue ponernos de acuerdo para defenderlo en la escuela. Todo el mundo quería montársela: le robaban la plata, se le chupaban los sandys de anilina y sabor artificial, le tumbaban las crispetas al piso y hasta le quemaban las camisas con fósforos de la cajita del diablo. Con nosotros a su lado, nunca más le pasó nada.
Pero su fragilidad era tanta que tuvimos que rodearlo en todas partes menos en su casa, donde no nos dejaban entrar dizque porque estábamos mal enseñando al niño y lo estábamos volviendo un inútil. Eso no era cierto. A todos nos consta que cuando la casa se lo entregó a la calle, ya era un inútil y no había remedio.
Nos tocó hacérselo todo. Lo llevábamos al colegio, le comprábamos el mecato, hablábamos por él cuando tenía problemas con los profesores, lo metíamos a jugar en el equipo de fútbol por pesar porque la verdad es que no jugaba un culo y hasta llegamos al colmo de hacerle mandados y de investigarle en la biblioteca cuando el niño genio tenía pereza de salir. Nos volvió unos pendejos.
Pero las cosas se complicaron de verdad cuando Dexter creció junto con nosotros. Entonces casi todos empezamos a sentir que el pene se nos paraba cuando veíamos revistas de porno y cuando las niñas que crecieron en el barrio nos parecieron deliciosamente extrañas y se les levantaron los senos y la mirada les cambió y entonces nos gustaron y nos esforzamos por salir con ellas, por ser sus novios y hasta algunos se volaron con algunas y no volvieron a aparecer nunca más por barrio Obrero.
Cada uno empezó a organizarse. Algunos tuvieron que ir al barrio vecino pero llegó el momento en que todos teníamos novia y algunos tenían dos y tres, todos menos Dexter, que seguía metido en el cuento de su televisión y que seguía tratando de hablar seguido varios minutos sin tartamudear.
Al principio no nos preocupó y hasta nos agradó porque de una u otra manera nos habíamos librado un poco de la tutela en que nos habíamos metido al querer protegerlo. Pero una mañana de domingo, cuando salimos a jugar el fútbol y después de tres horas de correr como locos detrás de un balón para ganarnos una cerveza gratis, Dexter se destapó en su desgracia y entonces al calor de la tercera Poker, nos contó que se sentía un mierda, que estaba solo, que quería una novia, que quería enamorarse y que ya no quería ver más Cartoon Network.
Nos tocó reunirnos de urgencia a pensar soluciones. Era bastante difícil porque el pelao era una güeva y era difícil encontrar una pelada que se mamara tanto aburrimiento.
Intentamos infructuosamente con varias de las muchachas que sabíamos que estaban como decepcionadas de la vida y de los hombres pero no quisieron. Luego tratamos con algunas niñas que querían tener novio pero eran muy sardinas y nadie se atrevía a mirarlas por lo culicagadas, pero tampoco quisieron, ellas querían un hombre de verdad.
Lo llevamos a la calle Ocho para que lo enamorara una puta pero era tan jarto y tan tartamudo que las peladas se aburrían y terminaban gustándose con él que de nosotros estuviera acompañándolo. Entonces nos tocaba hacer una hijueputada más dura: emborracharlo cien por ciento y llevárnoslo a él y a la muchacha al motel cómplice que nos dejaba entrar de a tres y entonces lo acostábamos en el piso mientras tirábamos con la vieja hasta que amanecía.
Pero como en la vida todo tiene respuesta. por fin una luz de esperanza apareció y las cosas cambiaron para todos en el barrio. Y cambiaron de la manera que menos pensábamos. Siempre habíamos tenido recelo con los cristianos porque nos parecían raros, porque no entendíamos como se encerraban en esas bodegas a orar tanto incluso en momentos en los que había fútbol por televisión. Tampoco entendíamos porque se vestían tan raro y porque sacrificaban la belleza de sus niñas en esos aburridos vestidos largos y sin sabor. Pero Tatiana era distinta y por distinta se convirtió en la niña ideal para Dexter.
Se vestía a la moda aunque leía la Biblia. Escuchaba la música que escuchábamos todos aunque también cantaba bien las alabanzas y los cantos de la iglesia de su papá. Mentaba madres como nosotros aunque también se sabía muy bien todos los salmos, himnos y oraciones que su mamá le había inculcado desde peladita. Y lo mejor, aunque cantaba, aunque oraba y aunque le tocaba predicar la palabra de Dios algunos domingos en las calles de los barrios vecinos, la peladita, con todo y lo bonita que era, también era tartamuda. Como Dexter.
Entonces los juntamos en una reunión que hubo en el barrio por la primera comunión del hermanito menor de alguno de nosotros. Entonces los pusimos a hablar y aunque se demoraron bastante por su tartamudez, finalmente lograron congeniar y como cosas de Dios se terminaron declarando y quedaron de novios. Se nos solucionó un problema pero se nos revivió otro.
Nos dimos cuenta entonces que el peladito que ya tenía diez y nueve años seguía tan inútil como siempre y que era incapaz de hacerle visita solo a la peladita. Entonces tuvimos que volver a sacar el padre interior que Dexter nos había hecho desarrollar y empezamos a acompañarlo todas las noches a sus aburridas sesiones de amor en la puerta de la casa de la señora madre de ella.
Hablaban de la calle, de la noche, de la palabra de dios, de Cartoon Network, de la necesidad de paz para el mundo y hasta de la forma de hacer que más gente volviera a la iglesia los domingos. Mientras ellos hablaban nosotros nos hacíamos a unos metros sumidos en nuestro aburrimiento pero pendientes del momento en el que Dexter contaba alguna anécdota o alguna película y entonces teníamos que apoyarlo porque o se le olvidaba un dato o se le pegaba la lengua y había que terminarle la palabra que intentaba decir. Lo queríamos mucho y por eso hacíamos lo que hacíamos.
Estuvimos en ese trote por mucho tiempo, casi cuatro años. Algunos no terminaron el proceso porque se casaron y tuvieron que irse del barrio, otros porque la pobreza los marchitó y tuvieron que irse a España a seguir siendo pobres pero anónimos. Los que quedamos acá nos tuvimos que repartir el tiempo para acompañar al peladito que ya estaba más grande pero que seguía sin poder visitar a su novia solo. A veces nos tocaba mamarnos un sermón cristiano de la mamá porque la idea era entretenerla para que Dexter y Tatiana pudieran darse besos con lengua y tocarse tímidamente los senos y las piernas sentados en el sardinel de la casa.
Aprendimos a hacer tan bien nuestra rutina, que nos empezó a gustar. Entonces llevábamos libros, radios, revistas y hasta crucigramas para que la noche pasara rápido. A veces llevábamos temas de conversación y nos metíamos en la visita. Algunos se volvieron cristianos por fuerza y empuje de la suegra de Dexter y otros comenzamos a disfrutar de la charla tartamuda de la parejita y nos dedicamos a conocerlos más y finalmente aprendimos a quererlos y nos sentimos parte de ellos.
Dexter se casó hace once meses después de que todos en el barrio sufrimos y soportamos el noviazgo más largo de toda la historia. Todos fuimos sus padrinos y todos bailamos el vals como edecanes vestidos de blanco con trajes alquilados y portando rosas rojas en el pecho. Fue lindo.
Ahora Dexter no nos habla. Está molesto porque en los once meses que lleva de casado, ninguno de nosotros ha querido salir de su casa. Vamos a leer el periódico en las mañanas, otros a almorzar y algunos, los que trabajan cerca, se vuelan en las tardes para dormir una siesta en el sofá que le regaló el suegro, antes de volver al trabajo. Tampoco le gusta que nos metamos en las decisiones de lo que se come o de lo que se compra en la casa porque sabe que Tatiana nos da la razón siempre a nosotros y no a él, que nunca tuvo buen gusto para nada.
Pero parece que lo que más le molesta y aunque no nos lo ha dicho estamos casi seguros que así es, es porque algunos de nosotros, no todos, estamos acostándonos con su mujer. No se lo hemos dicho de frente pero parece que ya se enteró. Sin embargo, por lo menos yo, no voy a dejar de hacerlo y aunque me da mucha pena con mi amigo, el también debe entender que así no quiera reconocerlo de una u otra forma a Tatiana la conocimos entre todos, la enamoramos entre todos, nos ennoviamos entre todos y finalmente terminamos casándonos entre todos. Yo por lo menos no voy a parar porque creo que tenemos todo el derecho y lo más importante es que ella también nos quiere.

FIN

Texto agregado el 15-06-2009, y leído por 252 visitantes. (0 votos)


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