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PLACEBO


Me encontraba en Roma de paseo con mi mujer e hijos. Me lo había recomendado el doctor, llevaba con algunos problemas de salud desde hacía un par de años.


Me distraía mirando las plazas abarrotadas de turistas en su mayoría latinos como yo. Salí del Hotel a fumarme unos cigarrillos, mi mujer insistía en que no fumara delante de los niños, era un mal ejemplo de padre, decía.


Me disponía a encender mi primer cigarrillo, ya que fumo por lo menos dos o tres mientras camino, cuando distrajo mi atención una mujer que tomaba fotos al impresionante Vaticano frente a nosotros, cosa común en ese lugar.


Me jaló el ojo en un primer momento por las posiciones que adoptaba para tomar las fotos. Luego algo en ella me resultaba familiar. Cabello oscuro y suelto a la altura de los hombros. Llevaba solo unos blue jeans ajustados, y un bibidí blanco sin ningún detalle en particular, la enorme cámara entre manos, cuyo lente cubría su rostro. Aunque no alcanzaba a verla de frente, parecía tener aproximadamente treinta y pico años.


El clima estaba templado aquella tarde, de vez en cuando el viento corría fuertemente. Una pequeña brisa se posó en mí, trajo consigo un olor a jazmín. Ese aroma. Lo había sentido mucho antes.


Trataba de recordar. Justo cuando mi memoria daba vueltas aún, por tratar de descifrar todos esos códigos en conjunto: cabello oscuro, el tono de su piel, los blue jeans ajustados, los ademanes desforzados…


-Siento mucho frío- dijo.


Esa voz. No era posible…

Encontrarme con Anna aquí en Roma. De todos las personas en mi vida, justo ella.
Era una gran coincidencia.


No la veía después de seis años o más. Perdimos contacto cuando Anna se mudó de la empresa en la que trabajábamos a una compañía de diseño, aduciendo que era ya momento de hacer lo suyo. Siempre fue una idealista.


A mi me sorprendió la noticia, ya que no le ofrecían mucha estabilidad en esa nueva empresa. Pero Anna confiaba en su instinto. Por unos amigos me enteré que no se equivocó. Le fue muy bien. No supe más de ella después de eso. Tampoco hice nada para seguirle el rastro.


Estaba nervioso por volverla a ver.


Me acerqué sin decir una palabra, cuando renegaba contra el viento y sus cabellos que le tapaban la visión del panorama. No lograba obtener una buena foto.


Sonreí al verla, seguía siendo la misma.


-Anna, ¿me recuerdas?


Despejó el cabello de su rostro, pero no volteó, como asimilando mis palabras. Di dos pasos atrás, cuando ella me detuvo, llamándome por mi apellido.


-Kovacs. Qué sorpresa encontrarte en Roma.
-Lo mismo pienso, Anna.
-¿También de viaje con la familia?
-Si…
-No has cambiado mucho.
-Tú no has cambiado nada. Incluso sigues usando el mismo perfume.
-Si, así es.


Pero en realidad si se le veía diferente. No era esa Anna que moría por mí. Era eso.


-¿Me acompañarías a tomar un café?
-Me gustaría. Déjame hacer una llamada, necesito avisarles.


Sacó un teléfono móvil del bolsillo trasero del pantalón y le contó a quien estuviese al otro lado de la línea que se había encontrado con un viejo amigo y que tardaría sólo una hora más. Yo seguía mirándola, primero a los ojos, luego el cabello. Escuchaba no su conversación, sino el tono de voz que utilizaba para conversar. Mimándose, engriéndose. Sin darme cuenta, ya había terminado su conversación telefónica.


-¿Qué?
-Nada, sólo te estoy mirando.
-Kovacs, ¿Sigues con tus jueguitos?
-Nada, Anna…
-¿Dónde queda ese Café?
-Ven, sígueme.


Caminamos en silencio un largo trecho, de vez en cuando Anna me miraba y sonreía. Creo que al igual que yo, recordaba algunas escenas del pasado. Creo que por eso costaba decir una palabra. Porque fue muy dolorosa la separación, sobretodo para ella. Traté de distraer la mente con recuerdos actuales.


Llegamos a una calle ruidosa. Anna se encontraba emocionada, del barullo de la gente, de escuchar a medias esas conversaciones que tenían que ver con arte y demás temas existenciales. Me miró de reojo y sonrió una vez más.


-Acabo de recordar que detestas esto, Kovacs.
-No, no me hago problema ahora. Si tu quieres estar aquí…
-Vamos, busquemos otro lugar. No tenemos mucho tiempo.
-Si, siempre el tiempo como enemigo.
-No empieces...


Al final decidimos fumar unos cigarrillos en medio de una plaza, sentados al pie de una gran escalera, rodeados de palomas. Viendo caer la tarde.


Tenía un poco de temor de preguntarle acerca de su vida. Como de costumbre hablamos de todo un poco y de los dos.


Me contó de su ascenso en aquella empresa de diseño, de lo duro que fue calar posición. De cómo logró llevar a cabo ese sueño de toda la vida. Ser completamente independiente en el plano laboral.


Cuando preguntó acerca de mi vida durante esos seis años sin vernos. No sabía por dónde empezar. Estaba llevando a cabo un gran proyecto en Londres. No me iba mal. Tenía una gran casa, dos hijos, me casé con mi novia de toda la vida. Ese era en resumen mi vida.


Temía escuchar lo que vendría a continuación, su vida sin mí. Porque aún pasados los años me refugiaba en su recuerdo. En lo mucho que Anna me había amado por ese entonces. En cómo le costó alejarse de mí. Recordar que no fui lo suficientemente valiente para aceptar algo diferente a lo que había planeado durante tantos años. Rechazando ese amor que sentía yo también por ella.


Siempre con el interrogante de cómo hubiese sido mi vida con ella.


-¿Te casaste?
-No.
-Entonces…sigues sola.
-No, tonto. No me he casado. Pero llevo varios años con una persona a mi lado.
-No quise decir eso…
-Lo sé. No pongas esa cara, tampoco es para tanto.
-A veces te recuerdo…
-¡Ay, Kovacs, no cambias!
-Es en serio, De verdad…
-Si. Siempre supe que también me amabas.
-Si…
-Estoy bromeando…Me tengo que ir. Hemos quedado en visitar unos museos.
-¿Con tu familia?
- Sí. Tú también debes irte. Pero no. Antes, ven conmigo, quiero que los conozcas.
-No se incomodará…
-Para nada. Eres un viejo amigo que acabo de encontrar en Roma. No somos niños.
-¿Le has hablado de mí?
-No podría…nunca fuimos…nada. Me salté esa parte de mi vida.
-¿Por qué?
-No fue real.
-Pero se sentía real…
-No empieces…


La acompañé hasta el Hotel Vaticano, el cual llevaba ese nombre porque se encontraba frente al museo del Vaticano. En la puerta, un muchacho de doce a catorce años aproximadamente, leía una guía de turismo. Anna lo señaló mientras nos acercábamos.


-¿Recuerdas a Mateo, mi hijo?
-Sí.


Aún no terminaba de reconocer a Mateo. Cuando una niña de apenas dos años corría hacía ella. Anna le extendió los brazos.


Mikela, asi se llamaba la niña, según lo poco que pudo hablar Anna, pues la llenaba de besos y la apachurraba contra su pecho, como si hubiesen estado separadas por siglos. Ambas lo hacían.


Frente a nosotros, un hombre de aproximadamente cuarenta años, nos sonreía. Vestía deportivamente y conversaba con Mateo, pasó su brazo alrededor de él. Se les veía muy bien juntos. Anna nos presentó formalmente. Aunque toda la atención de él estaba en Mateo y en los lugares que pensaban visitar esa noche.


-Esta es mi familia. Si quieres podemos quedar en tomar un café con tu esposa e hijos.
-No creo que pueda. Partiremos mañana temprano.
-Es una pena. Igual, me gustó mucho verte.
-Anna…
-¿Si?
-¿Eres feliz?
-Tanto como tú, seguramente.


Me dio un beso en la mejilla y un abrazo limitado, contenido al despedirnos.


Regresé a mi hotel, con una sensación de vacío infinito. Al día siguiente partió mi avión rumbo a Londres. Llegamos sin ningún contratiempo, salvo las turbulencias típicas del viaje. Apenas puse un pie en casa. Mi hijo mayor de cinco años me jala de un lado de la camisa insistentemente.


-Dime, Rudy.
-¿Papá, porque siempre hablas solo?
-¿A que te refieres?
-Allá en Roma, cuando fuiste a fumar un cigarrillo.
-Yo no hablo solo…
-Si, lo hiciste. Mamá dijo que te dejara solo cada vez que eso pasara.
-¿Volvió a pasar, no fue real?
-Dice mamá que el doctor te va a curar pronto.
-Se sentía real…
-¿Vas a ir con nosotros a visitar a los abuelos?
-Si, me voy a cambiar. Ve con mami.










Westminster, 9 de julio del 2015 3:25am







Texto agregado el 09-07-2009, y leído por 239 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
19-07-2009 bien silvana... di lorenzo¿¿ gabov
19-07-2009 bien silvana... di lorenzo¿¿ gabov
15-07-2009 Gracias. No solamente disfruté el texto, tan bien armado, sino que adicionalmente me hiciste revivir tantos recuerdos, la Columnata de Bernini, el Obelisco en medio de la Piazza del vaticano, la inmensa basílica... El final de tu historia desarma a cualquiera. Felicitaciones. Pasa a verme de vez en cuando. Yo tampoco existo. ZEPOL
14-07-2009 muy buen texto, lindo encontrarte. te dejo mis eternas sueprnovas. el_mesiaz
12-07-2009 ...muy buena la harmonia de la narración, parabéns. naves
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