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Hacía varios días que había terminado de cursar en la universidad, aquellos días de fines de noviembre eran sumamente cálidos y bellos, a tal punto que todas las tardes subía a la azotea, armaba mi reposera y me decidía a tomar sol. Mientras los rayos solares chocaban contra mi piel, veía a lo lejos a un pequeño grupo de niños jugar, uno de ellos se ponía contra la pared, se tapaba los ojos y comenzaba a contar hasta cien, los demás se escondían detrás de los árboles y de unos cuantos matorrales que abundaban en la cuadra. Al ver esa escena infantil donde los chicos jugaban a la escondida recordé una vivencia personal ocurrida hacía diez años en el verano del año 2000.
Mi familia y yo nos mudamos a esta casa en diciembre de 1999, era sumamente difícil acostumbrarse a un nuevo barrio y a los nuevos vecinos. Nos tuvimos que mudar hacia aquí debido a que mi padre fue trasladado a una sucursal ubicada por esta zona, por otra parte, donde vivíamos en antaño abonábamos mucho dinero en alquiler y mis progenitores querían de una vez por todas comprar y tener su casa propia. Por ese entonces, yo todavía no había cumplido los trece años de edad.
En la cuadra no había muchos chicos, al menos no de mi edad, algunos de mis vecinos eran matrimonios jóvenes y casí al final de la cuadra moraba una pareja de viejitos, de seguro que habrían tener muchos años de casados. Al principio no me preocupaba el hecho de no conocer a nadie porque tenía mucho que hacer, ordenar mi nuevo cuarto, organizar mis juguetes y acomodar mi ropa, también me interesaba mucho la idea de buscar algún club para jugar la fútbol. Claro que como se acercaba Navidad y Año Nuevo, los clubes estaban cerrados hasta medidados de enero, así que como primer objetivo me había propuesto a conocer un poco más el barrio.
A los pocos días de haberme mudado, sobre un pequeño galpón comencé a instalar unos aparatos que tenía para trabajar en una de mis aficiones, la orfebrería, fabricaba colgantes, pulseras y anillos, tenía mucho entusiasmo en poder venderles mis artilugios a los vecinos del barrio y ganar algo de dinero. Fue ese día, recordando bien fue el 6 de febrero del año 2000, donde aparecieron unos chicos tocando el timbre de mi casa, eran aproximadamente cinco o seis niños. Como estaba cerca de la puerta fui directo a atenderlos, al acercarme dije:

_ Hola, ¿A quién buscan?, mis padres ahora no están.

Uno de los chicos comenzó diciendo:

_ No, no te asustes, te buscamos a vos, nos hemos dado cuenta de que sos nuevo en el barrio y queríamos invitarte a jugar, todos nosotros somos vecinos, vivimos acá a tres cuadras.

En ese momento me sorprendí al ver que unos cuantos niños me invitaban a jugar, pero como estaba un tanto nervioso les dije:

_ Les agradezco mucho, ahora estoy un tanto ocupado, si quieren pasen dentro de un rato.
Los chicos estuvieron y de acuerdo y se fueron caminando a paso lento y en ese instante, volví al galpón para seguir con mis actividades. Mis padres volvieron un rato después y les comenté que habían venido unos niños a querer invitarme a jugar con ellos, les pedí permiso para ir y al instante fui. Primero me cambié la remera transpirada que tenía por una limpia, tomé mis llaves y abandoné mi nueva casa. Esa tarde era tremendamente calurosa, y al caminar las tres cuadras llegué hasta donde estaban reunidos aquellos chicos, me acerqué hasta ellos y les dije:

_ Hola, ¿Cómo andan?, aca estoy.

El muchacho que me había hablado por primera vez se me acercó me estrechó la mano y me dijo:

_ Que bueno que hayas venido, justo estábamos por ir a buscarte, a decir verdad, nos hacía falta un amigo para jugar con nosotros. No te asustes, te sonará extraño lo que te voy a decir a continuación, la verdad en todo este asunto es que a nosotros nos gusta jugar al escondite, pero no al vulgar y simple jueguito que juegan los niñitos, nos gusta ponerle suspenso, mis amigos y yo frecuentamos jugarlo por la noche, en el cementerio ubicado a cinco cuadras de aquí, si te gusta la idea, esta noche vamos a jugar, estás invitado. Por cierto, ¿Cómo es tu nombre?.

La idea de jugar al escondite en un cementerio no me era del todo agradable, pero si quería empezar a tener amigos en este barrio lo mejor que podía hacer era aceptar la propuesta. Luego de meditar un instante dije:

_ Mi nombre es, Lucas. ¿Ustedes, como se llaman?

Aquel muchacho charlatán presentó a todos los demás, en total eran cuatro chicos y dos chicas: Sergio Tello, Esteban González, Andrés Gutierrez, Arnaldo Martínez, Estefanía Cáceres y Griselda Zárate. Uno por uno fueron nombrado y automáticamente memoricé sus nombres, tras ver quien era quien continué diciendo:

_ Está bien, esta noche vendré a jugar con ustedes, sólo indíquenme bien donde queda el cementerio porque aún no conozco nada de este barrio.

Sergio, que era aquel muchacho hablador, me dijo que debía doblar a la izquierda, luego seguir dos cuadras más derecho y doblar hacia la derecha de allí en más el cementerio quedaba derecho unas tres calles para adelante. Tras ponernos de acuerdo saludé a todos los chicos y volví para mi casa. Pensaba que sería la primera vez que visitaría un cementerio por la noche, y más aún para jugar al escondite.
Luego de cenar, mis padres se fueron a dormir, no podía contarles que iría hacia el necrópolis porque de seguro me lo negarían, tenía que actuar discretamente y mediante una serie de escaramuzas lo conseguí. Me aseguré de que estuvieran bien dormidos, luego abrí la puerta con cuidado sin hacer ruido y corrí hacia el cementerio. La noche estaba sumamente agradable, apenas se sentía un poco de viento, el cielo azabachado nocturno presentaba una increíble cantidad de luminosas estrellas, seguramente la temperatura no sobrepasaba los veinticinco grados centígrados, además, las calles estaban iluminadas con unas enormes luces callejeras, a pesar de todo ello, siempre me invadía el miedo de que alguien quisiera asaltarme. Tras haber caminado unas ocho cuadras di gracias a Dios de llegar al cementerio, ahora mi problema era entrar, las puertas estaban cerradas con un enorme candado, no tenía otra opción más que trepar la reja de hierro. No me fue difícil, por ese entonces yo era delgado y tenía buena condición física, recuerdo claramente que la única negatividad que tuve al traspasar la valla fue un momento donde mi remera se rompió tras impactar contra un alambre pendiendo allí, luego, con un pequeño salto caí en el suelo, en el interior del cementerio. No había rastro alguno de los chicos, por ende comencé a caminar. Yendo hacia la derecha y tras pasar unos cuantos matorrales vi una pequeña casita hecha de madera, me quedé observándola unos cuantos minutos hasta que escuché algo, era una voz que decía:

_ ¡Hola, Lucas!, por fin llegaste, te estábamos esperando.

Me asusté demasiado tras escuchar la voz de Sergio por detrás de mi, inclusive porque ya estaba nervioso de antemano tras estar en un cementerio a altas horas de la noche. Tras recuperar el aliento, Sergio continuó diciendo:

_ Veo que no sos miedoso, te animaste a venir, para serte sincero te voy a decir algo, sin ánimos de ofender tampoco pero… mis amigos y yo nunca creímos que tenías el valor suficiente para venir, sin embargo nos equivocamos. Ahora vamos a jugar, desgraciadamente como vos fuiste el último en llegar vas a empezar a contar, hasta cien, y nosotros nos esconderemos. Las reglas son las siguientes: no es válido esconderse en las afueras del cementerio, siempre por dentro, sea debajo de los árboles o tras las lápidas.

A pesar de que la idea de contar no me enfatizaba del todo, me coloqué tras un enorme sauce, me tapé los ojos y comencé a contar lentamente. Escuchando por detrás de mi posición, me di cuenta claramente que los chicos habían comenzado a correr para esconderse, sólo esperaba que no se escondieran tan lejos ya que me tomaría toda la noche encontrarlos. Luego de contabilizar hasta cien abrí los ojos, me los refregué y comencé con mi búsqueda. Nuevamente observé atentamente a esa pequeña estructura de madera que había visto antes y comencé por explorar allí. La casita tenía pinta de estar deshabitada, no había luces encendidas ni rastro alguno de gente. Me acerqué hasta la entrada de la casita y con cuidado abrí la puerta, la morada estaba terriblemente sucía, el polvo que abundaba era colosal, pero a pesar de todo y gracias a la luz de la luna sobre una mesita en el centro de la sala vi un objeto que me llamó la atención, era una pequeña pipa hecha de madera, al parecer muy antigua, la tomé y me fui de allí. Tras ver la estética de la pipa, la guardé en uno de mis bolsillos y comencé a buscar a los chicos. Pasando un poco más por los perímetros de la casilla, entré en un sendero arbolado para investigar y en una de las posibilidades encontrar a alguno de los chicos. Caminaba a paso lento, no quería tropezarme ni mucho menos volver a casa con lastimaduras y raspones provocados por alguna caída, lo mejor sería desplazarme lentamente.
Tras caminar por unos diez minutos me quedé estático al ver un pequeño movimiento en un arbusto, corrí hacia allí y tras revisar vi que no había nada. Aquel movimiento se hizo presente nuevamente tras pasar por unos árboles, se dirigía hacia la vieja casita. Corrí hasta allí nuevamente y vi que nuevamente no había nadie allí. Volví hasta el sauce y allí estaban los seis chicos parados junto al mismo. Todos se reían y me miraban, luego Sergio dejó de reirse tras ver la pipa antigua que traía en mi bolsillo, me preguntó directamente:

_ ¿Qué es eso, Lucas?. ¿De donde lo sacaste?.

Saqué la pipa del bolsillo y les dije:

_ Allí adelante hay una casa abandonada, me metí silenciosamente y la tomé de una pequeña mesita.

Otro de los chicos comenzó a hablar al instante:

_ Veo que tenés las suficientes agallas de haberte metido a la morada del viejo sepulturero y haberte robado su pipa, no se como pero aquel anciano siempre se da cuenta cuando le falta algo. Muchacho, me parece que estás en graves problemas.

Sergio interrumpió la charla, ya que dijo:

_ Bueno basta, no atormenten más a Lucas, ahora contá vos Griselda, nosotros nos esconderemos.

Al instante Griselda se dio vuelta, apoyó sus manos contra el sauce, cerró los ojos y comenzó a contar. Vi que los chicos tomaron posiciones diferentes posiciones y comenzaron a correr cada quien por su lado, yo hice lo propio un poco hacia lo lejos corrí hacia una enorme lápida y me escondí, Griselda había pasado mi posición y afortunadamente no me detectó oculto tras la tumba, pero recuerdo que un momentito después una sensación fría invadió mi hombro derecho, al darme vuelta vi a un hombre, era un hombre viejo, tenia una larga barba blanca, bigotes y una boina de color marrón desgastada, en su mano derecha tenía una pala y vestía un jardinero azul, no cabía la menor duda de que se trataba del sepulturero del cementerio, este al verme dijo:

_ Disculpame, muchacho, ¿Podrías devolverme mi pipa?.

Mis ojos se abrieron a tal punto que quedé helado, y al pegar un fuerte grito comencé a correr, noté que el sepulturero venía en mi búsqueda. Tras quedarme sin aire me escondí en otra de las cientas de tumbas que había en aquel cementerio, aproveché para respirar pero nuevamente esa fría sensación tocó mi hombro y dijo:

_ Por favor, ¿Podrías devolverme mi pipa?.

Me encontraba muy asustado, saqué la pipa del bolsillo y se la devolví, no quería frecuentar ser un ladrón, luego, el sepulturero me agradeció por mi gentileza y me preguntó:

_ Te lo agradezco, muchacho. Debo decirte que nadie se ha animado a entrar en mi casa y tomar uno de mis objetos, todos me tienen miedo, es algo lógico, mi apariencia es de temer.

Tras tranquilizarme, estaba seguro de que el sepulturero no tenía malas intenciones para conmigo, él tenía razón su apariencia era de temer, estaba muy sucio y desalineado facialmente, debería cortarse el cabello y afeitarse esa enorme barba, claro que el refrán dice que sobre gustos no hay nada escrito.
En un cierto momento aquellos niños seguían jugando al escondite, mientras tomaba sol miré hacia abajo y vi que uno de los niños gritó “piedra libre”. Casi en el mismo instante recordé lo último de aquella noche. Tras haberme topado con el sepulturero caí al suelo, y luego de tranquilizarme me reincorporé, al verme tranquilo, sereno, el tétrico anciano me preguntó:

_ Joven, quisiera hacerte una pregunta, ¿Qué es lo que estás haciendo por aquí?, un cementerio no es un lugar para un muchacho tan joven e inocente como vos, deberías estar en casa durmiendo.

Decidí decirle la verdad al sepulturero, de modo que comencé diciendo paulatinamente:

_ Verá usted, señor. A decir verdad estoy aquí porque estaba jugando a la escondida, unos chicos me invitaron a jugar, sinceramente, le digo que la idea al principio no me convenció del todo, pero me dejé llevar por mis impulsos y aquí estoy. Déjeme recordar, los chicos son conocidos por los nombres de: Sergio Tello, Esteban González, Andrés Gutierrez, Arnaldo Martínez, Estefanía Cáceres y Griselda Zárate. Ellos fueron quienes me invitaron a jugar.

El sepulturero se quedó quieto mostrando una mirada seria, mientras me miraba terroríficamente a los ojos, nunca más olvidaré mi estado de paroxismo en ese entonces ya que, al dialogar el anciano me dijo:

_ Eso es imposible, todos esos niños están muertos y sepultados, yo mismo cavé sus tumbas hace muchos años, observá si no me creés.

Al principio me pareció todo una enorme mentira, pero luego el sepulturero señaló hacia abajo con la pala, tras ver hacia donde apuntaba leí el epitafio de una grisácea lápida que decía: “Aquí yace el joven Sergio Tello (1970 – 1983), que Dios te tenga en la gloria, te amamos. QEPD”

FIN

Texto agregado el 23-08-2009, y leído por 65 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-08-2009 buen cuento, aunque le falto un poco mas e suspenso. A la mitad del cuento supe como terminaría k-co
 
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