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NATAMASIMO

Ring, ring, ring... sonaba el teléfono, pero solo el silencio contestaba aquella llamada. Había algo diferente en aquel sonido que se paseaba de manera agónica de la sala a la cocina. Afuera la lluvia conversaba con el viento que a ratos golpeaba con su suave voz los cristales de las ventanas.
Guillermo rebatió la oscuridad del cuarto antes de encontrar el interruptor de la luz.
Achicó un ojo y cerró el otro para consultar la hora en su reloj. Era la media noche. A quién se le ocurría llamar a semejante hora. Regando maldiciones por toda la habitación se encaminó hacia la sala y levantó el auricular.
Una voz de tono suave y amable preguntó:
- Con el señor Guillermo Murillo, por favor.
- Con él habla. En qué puedo servirle.
- Lamento haberlo despertado, pero creo que usted necesita hablar conmigo.
- Disculpe, ¿pero quién es usted?
- Me llaman de muchos nombres, pero me gusta mucho la manera en que usted pronuncia uno de ellos.
- De qué me habla que no le entiendo.
- A quién has llamado y maldecido durante toda la semana. Piensa un poco Guillermo y lo recordarás.
Un temblor intenso se apoderó del cuerpo de Guillermo, hasta convertirse en una gota fría de sudor que se deslizó por su frente. Sin saber por qué desvió su mirada hacia el espejo que tenía a su lado, donde unas letras sudorosas iban apareciendo hasta formar un nombre el cual el joven repitió con un hilo de voz que le secaba la garganta: Satanás...
- Ja, ja, ja, ja, le respondió la voz por el teléfono.
- Es una broma de mal gusto, dijo el muchacho tratando de calmarse, a la vez que volvía a mirar el espejo que estaba sin rastro de escritura alguna.
- No es ninguna broma, le contestó la voz. Sal en este momento al jardín y deja de acobardarte que tengo mucho que ofrecerte.
Afuera solo el viento se asomaba curioso por las ventanas. La lluvia ya se había marchado. Guillermo abrió la puerta despacio y se dirigió con paso indeciso hacia el centro del jardín. La noche caía pesadamente sobre un ambiente húmedo y silencioso. De pronto se escuchó aquella voz que le dijo: Mira esa piedra, que con ella iniciará nuestro trato.
Debajo de una mata de lotería, estaba la pequeña piedra que bien cabía en la mano cerrada de un niño.
- Obsérvala durante gran parte de la noche, le dijo la voz que parecía estar en todas partes. Trata de ver más allá de su simple apariencia. Y si no deseas seguir más con esto, solo entra a la casa y sigue lamentándote como un miserable durante todo el resto de tu vida. Pero si no, quédate, y entre un par de horas te diré lo que tienes que hacer.
Arriba la luna se escondía entre las nubes y un lucero a su lado brillaba en forma extraña.
Guillermo tragó una bocanada de aire que transformó al momento en un largo suspiro. Pensó en su vida, su escaso sueldo, su inestable trabajo, deudas, problemas, fracasos, tristezas, pobrezas, y ese sin fin de cosas que lo hacían maldecir una y otra vez su mediocre suerte.
En este momento eran esas maldiciones quienes lo tenían en aquel dilema. Y fueron gracias a esas “maldiciones”, que se presentaba aquella oportunidad.
De un salto se levantó del tronco donde se había sentado. Corrió hacia la casa y buscó en el armario media botella de vodka, se sentó en un tronco y se dispuso a esperar... Con cada trago más seguro se sentía de iniciar aquel pacto. Al rato escuchó la voz, en el preciso momento en que se bebía el último trago y dejaba escapar un ¡Aaaahhh! de satisfacción.
- Escucha, dentro de unos instantes mi lucero matinal iluminará por 13 minutos aquella piedra que te mostré. En el momento que veas la luz posarse sobre ella mírala, y piensa en mí con todas las fuerzas de tu alma. Adórame con tu corazón y sin palabras, deja que tus ojos se abracen con la piedra y su luz. Luego de todo esto vendrá la lluvia, indicándote que ya puedes volver a casa con la piedra que debes guardar debajo de tu almohada. La siguiente noche te diré qué debes hacer.
- Sí, sí, sí, repetía nervioso Guillermo a pesar de que la voz ya no se escuchaba más.
El viento bajó de los árboles y volvió a soplar, pero en seguida corrió temeroso a esconderse detrás de unas viejas latas de zinc. En adelante se vio lo que se tenía que ver, se expresó sin palabras lo que se debía expresar, y casi sin aliento un joven trataba de dormir con una piedra debajo de la almohada que le incomodaba tanto como nunca nada en la vida.
Al día siguiente pasó rumiando pensamientos relacionados con aquel incidente que le embotaba el cerebro. Y si probar bocado lo sorprendió el anochecer. Trató en vano de calmarse, junto al reloj de pared que no se cansaba de mecer, las frías horas nocturnas de diciembre. Justo a las 10 de la noche un gallo de color negro estaba agitando las alas, encaramado en el guayabo que daba con el cuarto de pila. Lo curioso era que no emitía ningún canto, solo adoptaba la pose de estar ejecutándolo, a la vez que no despegaba la mirada del inquieto Guillermo.
Con los nervios visiblemente alterados cerró las cortinas y se acostó en el sillón de la sala dispuesto a recobrar la calma. De pronto algo arrolló el silencio que como perro casero, se había echado en la alfombra de aquel recinto. Era el canto del gallo convertido en un eco sin rumbo, repitiendo su tonada una y otra vez. Arriba en la pared el reloj anunciaba la media noche, mostrando sus manecillas que negaban a dar un paso más. Extrañado Guillermo bajó el reloj de la pared y le colocó un par de pilas nuevas. ¡No funcionó! El tiempo se había muerto. Miró su reloj de pulsera. ¡Igual! No avanzaba de la media noche.
Apretando la piedra en su mano derecha, salió al jardín y se sentó en el mismo tronco de la noche anterior. Al frente suyo, se fue formando una figura de sombra y denso humo, semejante a un hombre con alas. Mostraba un cabello largo que le caía hasta los hombros, sobre un cuerpo de varón bien formado y como única ropa llevaba una especie de taparrabo. Estiró la mano hacia el joven a la vez que le decía: Pide lo que quieras, que yo te lo daré. Guillermo sintió que ya se desvanecía ante aquella aparición. Pero no, su mente siguió lúcida acompañando a su cuerpo rígido como el granito.
El aullido de los perros del vecindario lo hicieron salir del letargo en que se encontraba. Y apretando la piedra con todas sus fuerzas dijo: Quiero dinero, como nunca jamás imaginé.
- Cómo quieres que te lo haga llegar, contestó la sombra.
- Como sea, solo quiero que me hagas inmensamente rico.
- Mejor dímelo tú, que no quiero comenzar a imponer desde ahora mis condiciones.
Sumamente excitado, giró la cabeza como buscando la respuesta en los alrededores de su jardín. Sus ojos se clavaron en la mata de lotería donde la noche anterior había encontrado la piedra.
Sonriendo de manera idiota dijo: Quiero pegar siempre la lotería dos veces al año.
- ¿Algo más?, interrogó la sombra.
- No, creo que no. Con el dinero será suficiente para conseguir todo lo que desee.
El ente alzó la vista al firmamento y dejó escapar un gemido a la vez que rasgaba el césped con la punta del ala provocando que la tierra se partiera.
Un líquido cristalino comenzó a brotar de aquella abertura.
- Moja la piedra, Guillermo. Mójala con la suerte que fluye y se esconde en las entrañas de la tierra.
Sin más que esperar, el muchacho lavó la roca en aquel líquido que sentía le congelaba los dedos. Era tanto el frío que emanaba, que los dedos se le entumecieron y la piedra se le cayó de las manos. Rápidamente la recogió. Ya no estaba fría.
- Cuando quieras tener la suerte de tu parte, toca el pedazo de lotería con la piedra y no dudes que el premio será tuyo. Este dinero úsalo para tu beneficio y diversión. Disfrútalo y haz de tu vida un momento más agradable. Conoce el mundo y vívelo sin medida. Convierte cada instante en el último. Goza de toda clase de placer y da rienda suelta a tus instintos y deseos de la carne. Encuentra la felicidad en este mundo y no te guardes nada para mañana, que para ti ya no habrá más tiempo de gozo y dicha que este que estás viviendo. No te limites y vive más allá del viento y los sueños. Tú te lo mereces y nadie te lo reprochará. Pero sí te advierto, no trates de hacer el bien con esta riqueza, porque esto poca alegría te traerá. Cada vez que trates de hacer lo bueno valiéndote de este dinero, toda suerte te abandonará y serán siete años de no poder adquirir más fortuna a partir del día que realizaste la buena obra. Siete años que no serán nada placenteros. Eso no lo debes dudar. Luego serás un poco más viejo y de nuevo la suerte te volverá a sonreír.
Al final cuando mueras, yo te reclamaré como mío, para que vengas a servir a mi reino por toda la eternidad. Creo que no es tan malo el trato, recordando que en esta vida nada es gratis. Sigue adelante Guillermo y serás dueño del mundo y sus riquezas a esta edad tan deliciosa de tus 22 años. O bien ve a dormir con una vida de sueños y deseos que nunca lograrás tener. Dime tu respuesta que el mundo espera a tus pies...
A esa hora Memo tenía la boca completamente seca. La lengua se le pegaba al paladar y un líquido amargo se le regurgitaba a la garganta.
- Sííííí, maldita sea, continuemos con el trato.
- Perfecto. Ahora hazte una pequeña herida en la palma de tu mano derecha y cubre de sangre la piedra. Sujétala con fuerza y déjala que fluya hacia ti.
Apenas lo hubo hecho, sintió la sensación de que la piedrecilla corría por su cuerpo. En un acto de desesperación abrió la mano. La piedra ya no estaba ahí, ni tampoco la herida en su palma. Cayó de rodillas al sentir unas fuertes ganas de vomitar. Bajó la cabeza y expulsó un líquido verde gelatinoso donde estaba la piedra envuelta. Luego no supo más. Despertó tirado en el jardín con las primeras horas del amanecer, la piedra a su lado y una herida en la palma derecha de su mano.
¡Ay, que he hecho! gritó. Y se marchó a su casa con un sentimiento de culpa royéndole el alma.
Dejó vagar su vista por la sala, la cocina, el cuarto, y después se dejó caer sobre la alfombra, sintiendo que el techo se le venía encima. Acarició las paredes con su mirada, cobijó su cuerpo con la luz que se filtraba por los cristales,y aferró su vista en la foto de su difunta madre, ausente hace nueve meses. Todo era tan sencillo y propio. A nadie le debía nada de aquello, solo al esfuerzo honrado de sus padres cuando estaban vivos.
Pero ahora era distinto, ahí estaba ese maldito trato que le daba TODO, a cambio de su preciada alma.
No deseando pensar más en aquello, buscó refugio en su cuarto de donde nunca debió haber salido para contestar aquella llamada. Luego de intentar dormir por más de cuatro horas, le sonrió sin fuerzas al reloj de pared que colgaba en la sala marcando en silencio las doce en punto. Cómo envidiaba ese reloj, por haber tenido el valor de detenerse a la media noche para no seguir con aquel horrendo juego.
De un brinco dejó la cama, tirando una pequeña maldición que le desahogaba en forma momentánea el alma: Maldito Satanás...
Apenas hubo bajado la noche, se puso a analizar su situación. Se resignó a su suerte y decidió sacarle el máximo provecho a todo lo acontecido.
Llegada las doce ya estaba sentado en el tronco escuchando en forma atenta, lo que aquel ser de oscuridad le informaba.
- Hay una cosa más que me tienes que dar durante tu vida antes de que llegue el fin de tus días. Será algo simple para un hombre poderoso y adinerado como tú. Cada seis años tendrás que bañar la piedra con la sangre de alguien que tú hayas matado o mandado a asesinar. Debe ser en la misma fecha en que sellamos el pacto con sangre, de lo contrario perderás tu alma antes del tiempo acordado.
- Bueno y ahora a dormir, que mañana es día de sorteo navideño y quien quita la suerte te acompañe y pegues la lotería, ja,ja,ja,ja...
- Maldito, mil veces maldito... y se dejó caer en llanto sobre la hierba.
En la noche siguiente escuchaba con terror, el número y serie ganadores de la lotería navideña. ¡Se había vuelto multimillonario!
Al demonio con todo, se dijo, es hora de disfrutar.
Se hizo de todos los lujos habidos y por haber. Viajó por ciudades y pueblos del mundo. Bebió lo mejor de la vida al lado de las más bellas mujeres. Fue odiado y querido. Maldecido y alabado. Recordado pero nunca olvidado.
Eso sí, cada seis años estaba de nuevo por su antigua casa, regando con sangre de gente de la tierra, aquel macizo objeto que le daba el poder. Luego permanecía triste y melancólico en su pueblo natal por uno o dos meses a lo sumo, para después marcharse entre el bullicio del mundo y su gente.
Quien lo conocía lo describía como un hombre alegre y de mirada triste. Elegante, fino y conversador. Conocedor de un sinfín de lugares e historias vividas sin tiempo ni razón. Era alguien de una salud envidiable. Solitario en un mundo donde era muy popular. Mostrando siempre una sonrisa que nunca inundaba su corazón.
Fue su vida una continua fiesta que lo hacía no encontrar diferencia entre el día y la noche. Solo se apagaba por un momento su espíritu cuando retornaba a su viejo hogar y se dejaba besar por sus antiguos recuerdos. Soñando despertar una noche con sus veintidós años, oyendo sonar un teléfono que jamás contestaría. Pero no, eso era demasiado bueno para ocurrir y todo su dinero junto no alcanzaba para pagar aquel momento en que una noche se equivocó. Por eso pasaba horas y horas dejándose abrazar por la mirada de su madre, que desde aquella foto le gritaba que lo amaba a pesar de todo.
Si alguien hubiera pasado aquellas noches por esa casa corriente de pueblo, se extrañaría de veras al encontrar al poderoso don Guillermo sentado en su sala en aquel estado.
“Mamá, tengo miedo...” y lloraba como un niño.
Hasta que un día llegó una cuenta que este respetado señor no podía pagar. Fue precisamente en su pobre y honrada casa donde la muerte lo sorprendió mirando el retrato de su madre, sin antes claro haber escuchado una voz conocida que lo llamaba:” Guillermo, Guillermo, despierta hijo que está sonando el teléfono y yo no lo puedo contestar...


NATAMASIMO: Satanás, en el idioma chorotega.


Texto agregado el 12-09-2009, y leído por 81 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-08-2010 !!!!!exelent puedo dirq que es mi cuento favorito nunca me canso de leerlo jamas en la vida le pondria un 9 a este cuento sino un 10¡¡¡¡¡¡ marimanda
 
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