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Le pregunto a Marcela si cree que existe vida fuera de aquí. Sí, claro que se niega a contestar. Últimamente se instaló en el papel de mudita. A veces creo que ya no disfruta platicar conmigo, aunque para ser totalmente honestos, después de los primeros meses de estar juntos, Marcela se convirtió en una niña aburrida de pobres pláticas. No comprende muchos de los temas de mi interés. Yo quiero hablar de las noticias, de los temblores, de amor. Tenemos tan poco en común. En poco menos de un año he conocido tres o cuatro igual de tontitas. No es por ofenderlas si les digo tontitas, el diminutivo es una maña que me dejó como único regalo de despedida Manuela.

“Pienso en ti, amada Manuela:
Vamos al cinito, pero no olvides las palomitas amorcito. De ti me acuerdo poquito. Un momentito y luego sigo siendo yo, el de siempre sin citos, titos ni pitos, sólo yo, a secas. Estuvimos un tiempito pequeñito juntitos, por eso ya casi ni me acuerdo de tu carita o tus besitos.
Tu queridito”.
Bueno, entonces le aclaro a Marcela que, con vida fuera de aquí, no sólo me refiero a salir de estas cuatro paredes que nos miran con ojos de ventana cerrada. Otra vida. Una vida en la que vamos a despertar algún día y nos olvidaremos de esta. La vida después. Seguro que Marcela me va a olvidar, por eso no me responde. Si despierta un día y yo fui sueño, entonces se acabó. Se acabó todo, le repito, por que quiero que le quede claro. Me mira sin hablar entre lagañas añejas. Se acabaron las canciones a media noche, las películas abrazados frente a la tele, los almuerzos tarde, las cenas de tacos, las pastillas para el dolor de cabeza, las barbis, los calzones rojos. Todo. Espero que lo comprenda. Si yo despierto y ella era sueño, prometo no olvidarla. Ha sido más fácil olvidarme de todas las demás, porque Marcela, ella sí es el amor de mi vida. De la que a veces me acuerdo es de Mónica. No le digo a Marcela, porque es celosa. De todos modos ya casi no me recuerdo.
”Pienso en ti, amada Mónica:
Me invade cierto desconcierto cuando de pronto me subo al pesero y miro para afuera. Encuentro tu calle por instinto. Me fijo en el patio lleno de tiliches. Igual que cuando te esperaba en la esquina. Igual que cuando nos íbamos todo el día a pasear a Chapultepec. No pienso, no te pienso, no nos pienso, en Chapultepec subidos en la lancha y sacándonos fotos con el Guinipú de peluche amarillo. No pienso. Tú piensas todo el tiempo, pobre. Me quieres tanto.
Tu amado”.
No creo que deba tener envidia, estoy ahora con ella. Marcela es el eje de mi mundo, la puerta por la que sale el sol y la ventana por la que entran las estrellas. Tengo su foto de cuando salió de la secundaria en mi cuarto y cuando se porta bien, le prendo dos veladoras de Sanjuditas, para que la cuide y nadie se le acerque. Sólo yo la quiero. También le pregunto si alguien la quiere más que yo, quiero que esté segura de que somos dos almas gemelas, el uno para el otro. Aunque ella sólo se quede en casa para hacer la comida, plancharme los pantalones, lavarme las camisas. No importa que no sepa nada del mundo, así la amo. No es buena para limpiar la casa, ni en la cama, ni en la cocina. Pero yo la amo porque es tontita, porque juega con las barbis cuando no estoy, porque se queda callada cuando la regaño para no molestarme más. Sabe que tiene la culpa. No es mujer. Es niña. Debe agradecer a Dios que yo la amo a pesar de sus defectos.
“Pienso en ti ardientemente, mi amada Marcela:
Cuando ibas a la prepa eras más flaquita, me gustabas más. Metía la mano debajo de tu falda antes de dejarte en casa, cuánto nos divertíamos entonces. Te me quedabas viendo con los ojitos abiertos como lechugas tiernas. Que ganas de no regresarte. Que ganas de ponerte un castillo y un anillote de oro para casarme contigo, lo que te mereces. Amor mío, ahora ya estás un poquito gorda. No importa, me conformo si así les gustas menos a los hombres que te buscan.
Tu cariño lindo”
Marcela sigue sin hablar. Ya sabe que yo soy el único que la va a querer tanto. Le digo que esta feíta, tiene las piernas cortas como poni de feria. Me rio un poco, no está de más una broma que relaje su mal humor. Le pregunto si alguien la podría querer así. Pobrecita, no terminó la escuela. Soy de una sola mujer, aunque ella no me merezca. Por eso, no debe estar celosa. Estoy con ella. Se calla, teme confesar que ella no es mujer de un solo hombre. Debe andar con otros la muy zorra. Le pregunto si se acuerda del día que la descubrí hablando con uno de ellos. Cuando me contó que era su maestro, pero yo sabía que andaba de resbalosa. Cuando fue a la tienda y le pidió al tipejo que le cobrara, pero lo que deseaba era que le arremangara la falda y se la cogiera en el aparador. Su silencio la delata. O cuando le pasaba los cinco pesos al chofer del pesero y le tocaba la mano. Tengo que cuidarla de ella misma, de los que adivinan sus intenciones, de las miradas furtivas, de su calentura permanente.
“Pienso en ti desesperadamente, mi amada Marcela:
Cuando vivías con tus papás, decías que no te dejaban salir. Yo sé que te revolcabas con otros, por eso no me querías ver diario. Todas son iguales, pero te perdono. A veces siento lástima de mi mismo, he hecho tanto por ti. Recuerdo el día que te llevé un celular y me costó carísimo. Tú, lo apagabas cuando te veías con otros (ojalá no pienses que no lo sé, como te amo tanto lo sé). Marcaba para oír tu voz. Sigo aguantado, así será siempre. Te esperé por horas afuera de la escuela, sin comer, sin despegar la vista de tu salón. Antes de que salieras, pensé en defenderte de todos los que te buscan para aprovecharse de tu carita de mensa.
Tu cariño lindo”
Aunque Marcela sabe que es mi amada, no estuvo satisfecha hasta haber conocido a las otras. Tan celosilla siempre. Se las presenté hace poco. Todas son iguales. No sé qué placer encuentran las mujeres en compararse con otras. Por fin se dio cuenta de una vez por todas que ser puta no conduce a nada. Le pregunto si le agradaron. Todas las zorras se juntan para lo mismo. No la dejé hablar con ellas, le dan malos consejos. Le digo que puede elegir entre quedarse o salir conmigo para ser mi reina, mi diosa. La escogí a ella, teniendo a las otras esperando. Le quité la vida mediocre que llevaba. La salve del lodo. De todos modos ni sus papás la buscaron cuando se largó. Marcela sabe que ellos no la quieren como yo.

“Pienso en ti urgentemente, mi amada Marcela:
Cómo me cansé de esperar que regresaras de revolcarte con todos los de la escuela, con todos los de la colonia, con todos los de la ciudad, decidí llevarte conmigo. No puedes rechazarme amor mío. He pensado en tener una casita limpia llena de niños jugando en el jardín. Nuestro perro me despertará por la mañana. Tú, tan buena me recompensarás. Yo, te daré todo, mi vida. Tú, feliz bajo nuestro árbol de manzanas.
Tu cariño lindo”
Me estoy molestando un poco, porque pienso en lo puta que se ha vuelto. No es alguien en quien se pueda confiar. Ni Mónica, ni Manuela, las muy putas. Todas eran iguales. Espero que abra su bocota mentirosa y confirme mis sospechas. Nada. Sus engaños no conocen límite, no es suficiente con cerrarle la puerta o prohibirle asomarse a la ventana. Si me voy un rato a comprar comida o vestidos o barbis o calzones rojos de los que me gustan, tengo la certeza de que voy a encontrar otro a mi regreso. Otro, en cualquier momento de descuido. Sus labios apretados de varios días van a moverse. Se siente avergonzada. Mejor se queda callada. Sabe que se ha portado muy mal, sobre todo en los últimos días. Sigo esperando que me pida perdón, con las lágrimas empapándole el vestido, para que sienta el dolor que me causa.
“Pienso en ti, amada Marcela:
Te descubrí anoche. Estabas pensando en ellos. Tenías esa sonrisa hipócrita que te conozco tan bien. La satisfacción de que estuviste con otro, con otros, con todos. Sabía que en el fondo, tu corazón traidor no iba a ser diferente. Todas son iguales. Abrías los ojotes como nunca, recordé cuando te metía la mano bajo la falda. Yo adiviné. Me enojé contigo, hasta que dejaste de gritar. Te di un besito en los labios paliduchos para que no te quedaras con el disgusto. Quietecita te ves linda, así me gustas más. Te amo tanto. Te perdono. Sé que eres medio tontita, por eso te ayudo a quedarte sentadita en la silla. No vas a irte con nadie. Ya confío en ti.
Tu cariño lindo”
Marcelita, como hoy no quieres hablar te voy a llevar allá abajo. Vas a tener también tu cuartito, no te pongas celosa. Oye Marcelita, ¿Crees que exista vida después de aquí?

Texto agregado el 14-09-2009, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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