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ESENCIA DE DURAZNO

"¿Pero hasta cuándo vivirás bajo las sombras de ti mismo?"
Liliana Heer, ANGELES DE VIDRIO

Apago las luces a eso de la hora cero. Tengo por costumbre, desde hace algunos años, servirme una copa de Sirah y dejar el resto de la botella, mis cigarrillos y un cenicero junto al monitor de la computadora antes de sentarme a escribir, un ritual que se completa con el encendido de una pequeña vela que dará calor a un pequeño horno de cerámica de origen chino repleto de esencia de durazno y, segundos más tarde, el aroma de la esencia de durazno dispersándose por toda la casa. Excepto por la tenue lámpara de mercurio halogenado de mi habitación cuya ventana principal da a la Avenida 27 de Febrero, frente a lo que ahora se conoce como la Plaza Del Che, el resto de mi morada yace a oscuras y el bandoneón de Piazzolla recorre el éter circundante, suavemente, como aquello que vocifera el mar entre los morros de una isla perdida. Es una compilación de clásicos de Astor; Revolucionario 3, mi favorito.
Me siento delante de mi máquina y comienzo a teclear con vehemencia a medida que la imaginación me va sugiriendo que lo haga. Nombres, lugares, fechas, acontecimientos, etc. Definiciones de vocablos que incorporo a mi vocabulario lírico. Mis manos tiemblan. Mis manos llenas de tinieblas y de frío. Una locomotora en la distancia despegándose de los cargueros del puerto, incluso a esta hora. Al otro lado de la ventana, seguidores del Charrúa regresando desilusionados a sus hogares. Deportivo Morón 4, Central Córdoba 1. Otra humillante derrota, otro ir a Buenos Aires y regresar con las manos vacías. Así es el fútbol.
Mis anotaciones empiezan a dar forma a lo que aparentemente acabará siendo un cuento.
¡Claro! Ahora lo recuerdo, venía con la idea de escribir uno. Medito. LA TARDIA CONSAGRACION DE ALCIDES MORIENTES. Así pensaba titularlo.
Alcides Morientes. Argentino. Treinta y cinco años. Escritor. Soltero. Bienparecido. Heredero del 25 por ciento de una considerable fortuna de un tío de País Vasco que murió más solo que un perro en la cama de un hospital de Labastida Rioja Alavesa, una diminuta localidad ubicada en Alaba, y al que jamás conoció en persona. Amante del buen vino. Católico Apostólico Romano no practicante. Introvertido. Simpatizante de Newell's Old Boys. Claro perdedor de algunas conflagraciones sentimentales. Abandonado por la mayoría de las mujeres que pasaron por su vida. Un tipo común y corriente. Un ciudadano modelo que sufraga en término sus impuestos. Ese soy yo.

Llevo alrededor de dos décadas escribiendo. El anonimato, hasta hace un mes atrás, apenas si se veía interrumpido por un pequeño grupo de amigos y conocidos que sabían de mi obra. Como dije, hasta hace un mes era yo casi un completo desconocido en el universo de las letras. El cuatro de julio pasado el teléfono sonó a media mañana haciéndome saltar de la cama. ¿Quién carajo puede ser? ¿A quién se le ocurre cortar de cuajo el descanso de un cristiano que se acostó a las seis de la mañana con una botella de Luigi Bosca en las entrañas y luego de haberse pasado la madrugada entera escribiendo?
La voz del tipo al otro lado de la línea pregunta por el señor Alcides Rafael Morientes. Contesto que es él el que habla.
- Señor Morientes, mi nombre es Ricardo Bucanero y soy presidente de Alfaguara Argentina, lo llamo desde nuestras oficinas en Buenos Aires para comunicarle que hemos decidido publicar el trabajo que usted nos envió hace seis meses; "El Malecón De Este Invierno", ya que ha sido elegido por nuestro célebre jurado como el ganador del certamen de novela anónima llevado a cabo por nuestra Editorial y, dicha publicación, ha de contar de una primera tirada de veinte mil ejemplares que serán distribuidos por la mayoría de las librerías del país. Felicitaciones, señor Morientes. La noticia me sobrepasa, me paraliza, me invade el silencio de un modo imposible de describir, no sé qué contestar, no sé qué decir, no puede tratarse de una broma de mal gusto, a nadie le he comentado algo con respecto a esto.
- Señor Morientes, ¿está usted ahí?
- Sí, señor...
- Bucanero.
- En efecto, señor Bucanero, aquí estoy. Disculpe mi silencio, la noticia me dejó mudo por un momento. No comprendo bien qué me pasa. Debe ser esto lo más cercano a la felicidad que he experimentado en mi vida ( Risas de Bucanero.). Gracias, muchísimas gracias, señor Bucanero. Es usted un buen samaritano. Gracias, muchísimas gracias, señor Bucanero.
Al cabo de algunos minutos de intercambiar detalles para nuestro primer encuentro en sus oficinas porteñas, me despido de Bucanero y cuelgo el teléfono atónito, incrédulo. ¿ De veras está pasándome esto?
La buena nueva no tardó demasiado en llegar a los periódicos locales. Escritor rosarino gana primer premio de novela anónima en certamen nacional. Allí aparezco yo. Allí está mi nombre y una breve descripción de mi novela y de mí. A la semana siguiente, a eso de las nueve de la mañana, el canillita golpea a mi puerta. Al abrirle, el pibe me deja el diario y tras él un gran número de vecinos se aglomera como si mi casa fuera un edificio de la ANSES en la mañana de un martes sucedáneo a un fin de semana largo, sus rostros sonrientes y desencajados me confunden y no entiendo a qué han venido.
- ¡Gallego! ¡Felicitaciones, Gallego! Me dice una doña de cincuenta y pico, es Telma, la panadera de la vuelta.
- Vinimos a felicitarte, Gallego, y también a pedirte disculpas. No sabíamos que eras escritor. Como nunca salís de tu casa hasta después de las seis de la tarde y tenés todas las noches la luz de tu habitación encendida, pensábamos que no laburabas y que vendías falopa. Disculpanos, Gallego, es un orgullo tener en el barrio a un vecino escritor. De más está decirlo, mis vecinos, unos divinos.
Esa misma mañana comencé a decir adiós al anonimato. Al menos en la ciudad, al menos en mi barrio.
Son las diez y necesito un café en carácter de urgencia. Salir a la calle. Caminar unas cuadras hasta el bar Lido en calle San Martín. Sentarme en una mesa en la vereda. Beber ese café. Fumar un Lucky Strike. Leer lo que dice de mí mi primera aparición en los periódicos rosarinos. Respirar sereno. Dejar que el sol me acaricie con sus agujas de seda y me anestesie un poco. Contemplar mujeres que hacen sus compras o sus diligencias por la gran arteria urbana. Esas mujeres rosarinas, tan nuestras, tan coquetas y desenfadadas, con sus piernas de propulsión nuclear y sus traseros tan firmes que provocarían una erección de carácter monumental hasta en un monje tibetano.
Estoy en el bar. El mozo se acerca a mí con la misma pereza de una tortuga arrastrando a un elefante hacia la cima de una ladera. Es Quique, el señor Sarcasmo, uno de los más antiguos en el barrio, una especie de momia putrefacta que pretende resistir el paso del tiempo aferrándose a la moda, una Mirtha Legrand con testículos pero sin ningún tipo de poder económico. El padre de Julieta, un homosexual escondido tras un escaparate de hombría de antaño y un ardiente defensor de las ideas ultraconservadoras. Nunca le he caído en gracia, lo sé, y no necesité que me lo contaran como suele pasar en la mayoría de los casos. De algún que otro modo el bastardo siempre se las ingenió para que me percatara de ello. Siempre sarcástico conmigo. Pretendió ser piloto de aviones allá por mediados de los años setenta, volar a través de todas las rutas aéreas concebidas, surcar los cielos del mundo. Pero su ambición apenas si lo dejó ver más allá de sus narices. Falso como billete de tres pesos. El futuro de la aviación argentina que acabó sirviendo mesas ocho horas al día. El que pretende siempre cagar más alto de lo que le da el culo. El que va de comediante
conmigo jugándome bromas baratas y cargadas de una doble intención. El vinilo que al tocarlo del revés esgrime mensajes subrepticios. Nunca le he caído en gracia. Hoy trae puestos su moño negro y su chaleco gris cenizas. Qué mal le queda.
- ¿Qué vas a pedir, Gallego? ¡Ah! Por cierto, ese Alcides Morientes del diario, ¿sos vos, Gallego?
- Soy yo, Quique.
- ¡Mirá vos! Así que el Gallego resultó ser escritor y no dealer como todos en el barrio pensaban ( Señor Sarcasmo se esfuerza por sonreir, hoy me da más pena que nunca.). Quién lo hubiera creído, eh.
- ¿Cómo anda Julieta, Quique? Hace unos días que no la veo. Intenté comunicarme con ella pero... ( Me interrumpe, ahora su cara ha mutado hasta parecerse a la de Jorge Rafael Videla en el momento en que fue llevado frente al estrado junto a toda la plana mayor del gobierno de facto allá por el año ochenta y tres. Cara de militar, de ortiba, esa misma cara tenía que tener el hijo de puta.)
- Se fue a visitar a su madre a Bahía Blanca.
Puto asqueroso, pienso. Puto de mierda. No tenés pelotas ni para reconocer tu lado flaco. Todo el mundo sabe que metés pendejos de la villa Tablada en tu cama y que les pagás con merca. Sos un bufón desgraciado, una marioneta que no conmueve absolutamente a nadie, una vergüenza para los homosexuales y para la raza humana entera, lacra de esta sociedad. Pienso, mientras lo miro directamente a los ojos como si mi mirada pretendiera sostener a duras penas una pared que a punto está de caerse. Debería sentirme feliz por lo que he conseguido gracias a la literatura y sin embargo, lejos de eso, esta clase de personas a las cuales algún poder divino olvidó darles un alma, afloran las peores miserias de mi vida. Estos miserables me delatan, me apuntan con el dedo, me mandan al paredón y con un cinismo tan brutal como el de un maremoto, barren los castillos de arena de mi esperanza con la primera oleada, arrojan la primera piedra sin haber revisado antes los reformatorios de su sentido común, el primer disparo, justo en el pecho, y me desangro, en la soledad de mi isla perdida a cuyos morros van a dormir los secretos del mar.
Así ha sido durante estos últimos años, cuando me encontré en el aciago ocaso de aquel domingo de mayo en que seguramente una mujer me dejó a la deriva y sin más compañía que la de mis renglones escritos y por escribir. Estaban los amigos, de hecho aún lo están, también las amantes de turno, las mismas que definitivamente aún pueblan las mismas parcelas que dentro del país de mis equivocaciones han comprado con creces, las que, por íntima convicción, también continúan aquí, esas que, de tanto en tanto, emigran de mis inviernos buscando renovarse en el estío de otros cuerpos. Pero ellos no pueden ni podrán jamás dirigirse a mí utilizando las dos mágicas palabras del milagro universal; te amo. Ninguno de ellos será capaz de decirme alguna vez te amo, te amo, Gallego. Sos el hombre más importante de mi vida, no sabés lo mucho que oré a Dios para que me pusiera en el camino a alguien como vos un día... Esa soledad de no tener a quien abrazar por amor todas las noches ni con quien despertar por la misma razón cada mañana. Esa soledad de no encontrar unos ojos transparentes en los cuales poder abrir una trinchera para estar al resguardo de los dolores del mundo. Esa soledad de no tener quien me inyecte la dosis justa de amor, de comprensión y de consuelo. Esa soledad milenaria y espasmódica es la mía. La misma que sostengo en la mirada de señor Sarcasmo, la que seguramente él reconoce como propia en mi mirada. Quizás por eso me odie con un odio visceral, no pueden coexistir dos anfitriones en una celebración de tristeza e inacción afectiva, uno de ambos ha de prevalecer sobre el otro y parece ser él quien desea quedarse con el título de homicida. Quizás por eso me sofoque y constantemente me arrincone con comentarios sobre mí fuera de órbita. Es un desubicado. Sos un desubicado. Sos un desubicado, puto de mierda.
¿Acaso alguna vez te dí la venia para que te tomaras tantas atribuciones conmigo? ¿Cuándo fue el momento en que te dí la mano y te me trepaste al codo? ¡Eh! ¿Cuándo sucedió eso, puto de mierda?
- Ah, bueno, cuando regrese le das mis saludos y le decís que espero verla en la presentación de mi novela.
- ¿Y cuándo será eso?
- Aún no me lo confirmaron. Pero pronto, supongo.
- ¿Y de qué trata? Tu novela, digo.
Señor Sarcasmo finge interés en mi novela con la misma postura de un retrógrada que olvidó el origen del cáncer, en este caso, el mío.
- De la soledad, Quique. Habla de la miseria de los hombres.
- La vida de un escritor contada por el mismo, algo así como una autobiografía, ¿no? ( Señor Sarcasmo sonríe de nuevo, esta vez lo disfruta. Pobre pelotudo.).
- Ya me conocés. Veinte años desafiando el oleaje de la burocracia y sus dislates. Malabares del destino, Quique, el apellido del editor es Bucanero. Tenía que ser un bucanero el que se robase mi anonimato navegando los grises océanos de mi existencia.
- Como vos digas, Gallego. Ya te traigo el café.

Se va. Regresa a su cueva infectada de malos olores, de sollozos de minas que ven morir sus ilusiones junto a una ventana y a la espera de un tipo que nunca va a volver, de médicos y enfermeros que huyen por unos minutos de la jungla de la guardia de un hospital abarrotado de aquellos que olvidó el sistema y carecen por completo de cobertura médica asistencial ( A ellos siempre les toca bailar con la más fea.), de abogados en cuyos corazones mustios se cuecen las sobras de la decadencia y que hacen cuenta de lo que les proporcionará a sus mal habidas cajas de ahorro el porcentaje de la conciliación económica del pobre operario con la corporación que acaba de despedirlo.
Pienso en Julieta, la hija única de señor Sarcasmo, veinticinco años y hermosa como ella sola. La que tantas veces pasó por mi cama como una impronta indeleble y milagrosa que ilumina mediante el espectro visible de su sexo las misántropas penumbras de las grutas de mi alma. Reparo en ella con total devoción. La insurgente con voz de quinceañera, la que todo lo sacia con las hostias de su desnudes, la que nunca habrá de darme algo más que lujuria, la que intuyo que ha de ser así con todos, al menos por los comentarios del barrio intuyo que así y sé que jamás alguien tuvo una reputación tan bien ganada. Pero puedo decir que a mí nunca me ha cobrado un sólo morlaco. Lo que he tenido de ella lo he pagado con poemas escritos por mí o arrancados de algún libro de Miguel Hernández o de Alejandra Pizarnik. Un verdadero conato de ternura que muchas veces igualó el peso de nuestras culpas en los platos de la balanza. Tal vez por eso me importe un rábano lo que se diga o no de ella.
Julieta, la hija de señor Sarcasmo, la aurora boreal, la Casiopea de mis noches perennes de abstractos, a la que tan bien le queda la posición de boca abajo ( Ha de ser lo único que heredó genéticamente de su padre.), la que sonríe cada vez que la espero con dos copas de Chardonay y alguna canción de Los Redondos sonando a más no poder. La que una tarde de domingo ( Creo que fue un agosto.), una de esas que estadísticamente reúnen el mayor número de suicidios a nivel mundial, se filtró en mi hogar vestida para la batalla cuando mi corazón, por enésima vez, a punto estaba de arrancarse de su caja toráxica para ir a fenecer quién sabe a qué basurero y, cantando bajito a Los Redondos de Ricota, comenzó a bajar el cierre de mi pantalón hasta indagar minuciosamente debajo de mi ropa interior en un acompasado movimiento de sube y baja como una montaña rusa de placer en singular apogeo, sin dejar de mirarme a los ojos ni por un instante mientras me decía aquellas dolientes palabras que desde entonces no he podido olvidar: Esta soy yo, Gallego, poeta de mi vida herrumbrosa, esta soy yo. La Julieta sin balcón y sin Romeo, o la de ningún Romeo, o la del primer Romeo que pele una torta de guita y se la monte de filántropo conmigo. Hoy estoy para vos en exclusividad, en función privada. La vida es una mierda, Gallego, al menos lo es la mía. Hoy quiero que me hagas lo que te de la gana. Sólo te pido una canción, Gallego, sólo quiero una canción...
Hay una canción de Los Redondos que dice algún día será esta vida hermosa y me someto por eso a tu voluntad. Fui, aquella tarde de domingo, su muerte y su resurrección. Fui el suspiro bajado a trompadas del cielo, fui la llama en la que converge la vida, fui el salvoconducto al Edén, fui la esencia de la redención en los aposentos de los desafortunados. Julieta fue el yin y el yang en el que me hundí por completo contemplando la bifurcación de mi noche y mi día, de mi bien y mi mal, de mi embuste y mi más profunda certeza. Cabalgamos la galaxia y más allá de ella antes de caer rendidos debajo de las sábanas. Yo, desterrado de todo. Ella, empapada en llanto y con ese dejo de melancolía que tantas veces hace que la tristeza, al menos en su rostro, se vuelva una espiral interminable de bellas lamentaciones.

Julieta... Nunca vas a enamorarte de mí, nunca vas a enamorarte de nadie. Estás condenada como yo a una soledad infinita e impetuosa, a una soledad imposible de abolir. Condenada como yo, como tu padre, como la gente que se sienta todas las mañanas en este tugurio fingiendo hacer tiempo para llegar puntuales a algún sitio. No somos nada, Julieta. Quería darte la noticia de que después de tantos años publicarán un libro mío, anhelaba compartir con vos este momento, invitarte una copa, verte reir, brindar a nuestra salud... ¿Dónde estás ahora, Julieta? Julieta, no somos nada, Julieta...

Regresa el señor Sarcasmo con el café en bandeja y dos mediaslunas humeantes, a simple vista, recién sacadas de un horno microondas. Deja el pedido sobre mi mesa y va hacia la de un gordo de traje y corbata que discute por celular pero que tiene cara de buen tipo. Anota el pedido del gordo en la comanda, el gordo acaba de expresarse en un claro lenguaje de señas ya que en ningún momento abandonó su celular ni su discusión. Regresa a mi mesa.
- ¿Y por qué preguntás tanto por Julieta? No te hagas ilusiones, Gallego, el hecho de que ahora seas reconocido no significa que te puedas levantar a mi hija, ella es mucho más de lo que un tipo como vos puede llegar a aspirar. Además no te veo como yerno, antes que eso me corto las pelotas.
¿Y por qué mierda no lo hacés? ¿Acaso las usaste alguna vez después de separarte de la madre de Julieta? Puto resentido, puto resentido, eso es lo que sos. Un fundamentalista del culo. Un bisecado por la abominable ochava del orto. Un ícono de la moral pestilente que, encima de puto, ciego. Hasta la maja de tribunales tiene más campo visual que vos. ¿Qué todavía no caíste en la cuenta de quién es tu hija? Has de ser el único idiota sobre la faz de la tierra que se creyó el cuento de las Carmelitas Descalzas. Si supieras que tu hija es la consagración sexual del siglo, polvo de los dioses griegos, la campeona mundial del gemido estilo loba en celo con medalla de oro y todo, la que con veinticinco años conoció más habitaciones de hotel que Michael Jackson, la que cumplió más inventivas que Alicia en el país de las maravillas. Ay, señor Sarcasmo, pobre ingenuo mío.
- Somos amigos, Quique. Me parece que tenés demasiados pensamientos boludos vos, eh. Le llevo diez años a Julieta, bien podría ser la hermana menor que no tuve o la sobrina que tampoco tuve. No seas boludo, Quique.
No sabe de lo nuestro, ignora por completo nuestro pacto lujurioso, el miserable. Pero por las dudas marca su territorio como un gato que orina en todos los rincones de su nueva morada persiguiendo el mismo empeño. El señor Sarcasmo ha de haberse encargado ya de mear cada ámbito de Julieta, hasta debe haberse agarrado cistitis y carecer de potasio de tanto mear. Has lo que yo digo y no lo que yo hago. Me repugna tanta barrabasada en una sola persona. El "yerro" hecho carne y sazonado a ultranza por los célebres putos de la historia. Bazofia del desatino. Disformidad con incrustaciones de mierda en la conciencia.
- Mejor así, Gallego, mejor así.

Corren los minutos en su incesante maratón sin pausas. A mi alrededor hay colectivos, taxis, sirenas de ambulancias, motociclistas, ciclistas, peatones y hasta algún que otro carro de cirujas tirado a caballo de esos que sólo tenemos la suerte de conocer los que habitamos esto a lo que han dado por llamar tercer mundo. Esta es mi soledad en la que todos miran, en la que todos están y en la que nadie es compañía. Esta es mi ciudad, este es mi barrio. Camposanto inconmensurable de miles de quijotes sin molinos en el que, como dice Silvio Rodriguez, muero y rehago habitando el tiempo. Este es mi malecón desde donde contemplo el invierno de lo que se ha vuelto mi vida, de chiquilín te miraba de afuera como esas cosas que nunca se alcanzan...

Son las once y emprendo mi vuelta a casa siguiendo la misma senda que tracé al venir. Pienso en Bucanero y en aquello que puede llegar a ser de mí algún día. Pienso en el señor Sarcasmo, en Julieta y en todos los canales conexos de nuestras vidas. Siento que el fondo de nosotros hemos sido forjados mediante la misma piedra basal. Pienso en mí. Pienso en la soledad que me precede. Pienso en esencia de durazno aromatizando mi casa desde los postigos de la entrada hasta la ciudadela de hormigas junto a las murallas del traspatio. Pienso en Julieta como un durazno sangrando al borde de una cama vacía y viene a mi cabeza una hermosa canción de Spinetta. Si te gusta el durazno bancate el carozo solía decir mi padre a todo el mundo en la época en que tenía algo para decir, tuve que tener uso de razón para alcanzar a comprender aquella frase en un sentido literal, de chico jamás llegué a percatarme de lo que significaba realmente.
Es invierno y pese al sol que todo lo envenena y lo purifica y al café con mediaslunas humeantes, mi cuerpo tirita. Pero que yo recuerde siempre ha sido así. Toda mi vida ha sido un invierno perpetuo, una copia de una copia de una copia. Mi vida es el malecón de este invierno. Sin dudas, señor Sarcasmo, sin dudas que la novela habla de mí, pero no crea que usted y su santa hija están exentos de ahogarse en este océano sin tregua que me ha dado por describir...

El disco de Piazzolla dejó de sonar hace un buen rato. El reloj marca las cuatro de la madrugada y ya no me quedan cigarrillos ni remotos vestigios de lo que fue el Sirah. Debo descansar un poco, es necesario que lo haga. Llamaría a Julieta pero no quiero pecar de inicuo, no esta noche, además quién sabe por dónde andará a esta hora. Mejor me voy a la cama. Esencia de durazno antes de apagar la luz y el ritual estará completo. Me espera un gran día por delante. Por fin mañana presentaré mi novela.

Diego Córdoba

Texto agregado el 27-09-2009, y leído por 198 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
29-12-2009 Después te contaré un par de cosas que encontré en tu texto, benditas coincidencias... Catalina_Bahia
27-09-2009 Debe ser maravilloso estar ahi con ese olor a durazno disuelto en el aire, como me gusta el sabor de esa fruta, maravillosa composición rafaela66
 
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