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Besar sus lágrimas


Porque ya no soy yo... / ni mi casa es mi casa...
FEDERICO GARCÍA LORCA


Jonás queda profundamente dormido. Tiene veintidós años. A su lado, los papeles, cartulinas y pinturas siempre lo rodean. Es indudable que tiene talento. En su infancia, turistas que por casualidad descubrieron sus trabajos, entusiasmados prometieron llevarlo a la Facultad de Bellas Artes. El paisaje de cordillera contrasta lógicamente con los fantásticos y fríos edificios de una ciudad. Jonás a esa edad tiene una especial atracción con las mujeres. Con ellas hace el amor habitando todas sus fantasías. Ellas aman a Jonás, pero Jonás retacea su amor, aún cuando adora esos juegos y placeres que ellas ofrecen. Admite haber logrado una comunicación perfecta con sus amantes. Ellas se han despojado totalmente de celos, preferencias y costumbres. Serán amantes y amigas, sentencia bromeando. Serán también compañeras, ratifica y cada una tendrá una inicial. En los sueños no habrá preferida. Estarán siempre presentes. Ellas aceptaron de buena manera la propuesta, pero esa tarde, pide que lo dejen solo. No estaba cansado; esta inspirado con nuevas ideas para sus pinturas enriquecidas al leer la vida de Goya, e impactado con sus pinturas. Inquieto, busca la técnica e intenta interpretar al artista desde su punto de vista. Los críticos sabrán de pintura, pero él sabe de sentimientos. Esa noche, después de tomar sus botellas habituales para homenajear el sábado, soñó con las Pinturas Negras de Goya. Lo impresionaron. Vencido por el cansancio, se desploma en la cama desordenada, vacía y embebida de los perfumes de sus amantes. Suda. Está inquieto. Sueña con la pintura donde la madre ignora a su hijo desparramado sobre sus rodillas, mirando al costado, buscando el hijastro que despertó el amor lascivo. Él tiene cubierto su torso con un paño blanco de hilo grueso, cruzado con cinturones anchos sosteniendo la espada filosa del guerrero. Sabe de la madrastra, en la tragedia de Fedra. No hace nada. Solo caminar un sendero donde encuentra guerreros y mujeres que no ocultan sus cuerpos, caminando al lado de caballos majestuosos de anchas crines. Las riendas, buscada por peregrinos, acompañan un cortejo llevando un féretro de muerte que la peste puso en el camino del sufrimiento. Sueña con esos muros separando aldeas pequeñas habitadas de gente cruzando calles angostas, empedradas, deseosas de ser miradas y también para escuchar los secretos del pueblo dormido. Suda Jonás. Delira. Pasan soldados buscando al pintor que lleva un demonio en cada paleta. El pintor duerme apoyado en el respaldo de un tronco seco que alguna vez cayó en ese lugar y nadie se atrevió a cambiarlo o transformarlo en leña. Una de sus manos sostiene la cabeza. Los párpados cerrados. Su imaginación continúa vagando por sueños que no desea interrumpir. Una tinaja de madera cayó cerca de sus píes derramando vino fresco como una brisa cruzando ese sitio de paz. Una figura grácil se eleva. Es una mujer trayendo energías a la superficie convertida en fuego. La mujer está exhausta. La frágil desnudez y sus curvas apenas ocultas por delicado tul rojo extraído de algún lugar archivado, ahora yace desparramada cerca del árbol caído. Lleva en cada mano anillos de piedras tan hermosas como sus ojos. Engarces de cristales brillantes. Todos diamantes. Ella deja que su pelo ensortijado acompañe la brisa sin ofrecer resistencia alguna. Su pie derecho, asoma en las hierbas con la blancura de una flor. Es tan delicada que ahora duerme junto al artista. Un trueno sacude ramas y pájaros que habitan el lugar. Pero no pueden despertar los amantes que siguen soñando. La paleta deja que sus óleos sigan mezclando realidad, dando vida y movimiento, buscando el complemento de la sombra, o el brillo de la luz. El artista Jonás sufre súbitamente un temblor acompañado de convulsiones, secuela de una vieja fiebre que en su clímax lo llevó a un estado diabólico, flotando dentro de un túnel de grandes círculos, acompañado de sonidos sin poder reproducir. Gritos; música y lamentos. Alegrías y risas mezclado en ese cilindro que lo lleva a una oscuridad deseada para pintar. Grises tinieblas comienzan a visualizarse cuando se llega al peñasco donde está la noche cerrada de truenos y relámpagos. Imágenes fantasmales cubiertas, escondidas entre túnicas harapientas de colores oscuros y secos, aparecen nítidamente al frente, como una gigantesca imagen de cara descompuesta por el horror. Ojos desorbitados, blancos de luz, inyectados de finas arterias rojas, impactan su pupila. El gesto del horror. Su nariz se abre acompañando la mandíbula gigante que mastica la cabeza de una mujer colgando desnuda, bañada con sangre cayendo mansamente por sus delicados hombros que han perdido la vida. Jonás desparrama su humanidad cubierta de sudor humedeciendo la cama. Está enloqueciendo. El cuello del monstruo carnívoro, se articula con dos enormes brazos que terminan en manos gigantes, uñas largas y negras calando la espalda de esa mujer. Sus bordes filosos hieren. Los glúteos están intactos y la pierna nace sin las sombras del demonio. El réquiem de una mujer. Nada se ve. El negro telón de la vida envuelve esa imagen macabra cuando Saturno devora a su hija. Hija de él y su hermana Rea, sobreviviendo al baño de sangre, cuando Gea castra a su padre con una guadaña. La sangre corre a torrentes naciendo las Erinias, los gigantes, y las ninfas. Jonás grita. Lanza alaridos de terror y desconsuelo. El pintor convulsiona nuevamente dejando que su cuerpo contorsione espontáneamente, golpeando la vecina desnudez de Malena. Su compañera solo atina a mirarlo, acompañando en silencio, gestos y gritos de quién es presa de un sueño fantasmal, que lastima. Jonás continúa llorando. Un dolor reprimido acumulado en sus pesadillas. Malena lo deja. Lo espera. Sabe que tendrá el despertar cuando su sueño haya terminado. La batalla entre el demonio que posee, el pensamiento y el pintor: ha comenzado. Ella sabe del amanecer y de cuantos sueños han dejado de tener sus ojos cerrados para custodiar las fantasías de Jonás, que más tarde, plasmará en obras de arte. Sentada al borde de la cama y con un cepillo, ondula su cabello reconociendo la textura suave y sensual sobre sus hombros. Supo Malena que ese día, cuando ella andaba despreocupada, encontró a Jonás caminando senderos del descanso. Bastó que ambos tuviesen el cruce de sus miradas, para intuir que estaban destinados a compartir el lecho y los paisajes del amor. Malena era fuego puro capaz de extenuar a Jonás dejando que el cuerpo se derrumbe rendido ante su belleza y fantástica manera de amar. Fue allí, cuando las palabras y caricias encontraron la dicha de sus cuerpos en medio de pinturas y pinceles, testigos de noches enteras de placer. Jonás permanece soñando. Agitado ahora, viaja en laberintos. Dibuja una mujer con el cuchillo filoso en la mano para cortar la cabeza de una extraña, envuelta en joyas rodeando la fiesta y festejo. Decenas de cuerpos en una sala vacía, figuras contorsionando sombras. Ríen. Ríen por todas las maldades que encuentran para seducir un añoso y delgado viejo, descansando sobre el bastón de caña con dos manos atrapando la curvatura de apoyo. Ríen de un amorfo personaje de esas tinieblas y se acercan a la oreja del viejo, para blasfemar, enviándoles maldiciones del infierno. Comen las ánimas calaveras con restos de carne descompuesta, pegoteadas en sus órbitas, que dejan a las ratas para alimentar alimañas. Jonás recuerda haber estado condenado por tres días en el estómago de ese pez. Se está mirando a sí mismo espantado, temeroso, angustiado. Los vacíos de sombras en las vísceras nublan su memoria. Su encierro calmó mares y tempestades de furiosas olas. Tempestades que viven aún en sus oídos y retina para que luego sus manos tomen con fuerza el pincel, permitiendo que su imaginación cubra la tela blanca manchándola de colores. Jonás percibe que hay una rara mueca de satisfacción en el comensal harapiento que levanta una cuchara para llevar el brebaje envidiado por su acompañante más miserable que él. Toma ese hombre la primera cucharada y aparecen cientos de figuras negras entre los restos de madera. Gimen. Gritan. Blasfeman. Canciones de cuna siniestras acompañan donde los niños, han desaparecido de las sábanas y se convirtieron en parte del festín caníbal. Vagabundos por fin en la tela pintada, y mujeres entregadas al placer, penetradas en el secreto del sexo y los que no, llevan sus manos a la masturbación implacable de quienes fueron desplazados de esa orgía. Luchan algunos con sus rodillas enterradas en una ciénaga putrefacta, golpeándose con piedras y palos de espinas bañadas en sangre. Palidecen las ánimas caminando pegadas al muro del monte, llevando la peste en sus cuerpos que revientan, liberando pústulas malolientes, dejando que sus huesos se vean en algunos que ya tienen lepra. Se pudre la carne haciendo olvidar sus nombres y sus historias.
Malena esta despierta. Sufre no poder mitigar los sueños de Jonás. No puede aliviar su enorme pena que lo atormenta en las noches. Acaricia la cabeza húmeda de Jonás, dejando su cuerpo próximo al latido de su corazón. Presiente un final, mientras Jonás delira invadido de harapientos leprosos con bolsos de escasa ropa sacada apresuradamente de casas incendiadas con la excusa de purificar el pueblo. Un triste rumbo a las cavernas; el lugar de condena donde todos quedarán sepultados. Mientras las Parcas sobrevuelan el éxodo leproso escapando la venganza de los sanos, los restos humanos desesperados buscan condenar a quien cometió el delito de estar cerca de la peste y enceguecidos con el peñasco extrañamente iluminado, levantado ante el desafío de quienes quieran destruirlo.
Jonás suda. Tiembla. Asustado despierta gritando en su cama. Las pesadillas son rutina en su vida. Semiconsciente, va a la canilla de agua y deja que su cabeza sienta correr el líquido fresco. En plena madrugada ha despertado. Su compañera lo mira en silencio, es ahora ella, Malena, quien se desorienta. Ama a Jonás. El nunca la amó, pero recuerda cuando en un otoño le pidió que viviera con él. Estremecida de felicidad en las orillas de un río aceptó. Él la amó. Testigos fueron peces en el fondo y en los bordes del río, las huellas de pisadas aún confusas custodiando el cauce de la vertiente. Vio esa tenue espuma convertirse en globos de aire estallados en silencio, no bien nacían y fijó la imagen de sus ojos contemplándola, perdiéndose luego en el débil oleaje que lleva esa ilusión hacia abajo atrapada por una corriente para fundirse luego en arena, piedra y agua. Malena, permanece sin hablar. Sentada en esa piedra libre de humedad. Seca por el viento. Mira perdida el horizonte sin saber a quién, o a donde fueron sus pensamientos y sus sueños. Sus manos, acarician una gramilla que trata de trepar entre piedras de bordes romos. Hay un gesto de ternura en sus labios y tal vez, alguna melancólica lágrima, surcando sus mejillas. Se han amado plenamente. Malena; rebelde en sus actos, con personalidad forjada en una vida difícil, permanece tierna y a su vez agresiva y dulce. Pícara en cosas mundanas. Reflexiva, profunda en sus pensamientos y amante espontánea, capaz de entregar pasión y fuego cuando permite dejarlo salir. Esconde secretos que ella misma desconoce. Al descubrirlos, libera su risa contagiosa, invade el aire más lejano, e invita a sumarse aunque nadie sospeche el motivo. Desconfiada no por nacimiento... sí por experiencia como dice muchas veces. Mientras evita nuevamente las preguntas que algunos curiosos le hacen. Sufre. Sufre por amar tan hondo y el dolor la atormenta en sus sueños y silencios. Sin embargo, tiene fuerzas suficientes para seguir adelante haciendo de su vida una permanente superación.
¿Qué ve Malena en Jonás? Su arte. La terrible imaginación a lo fantástico, sus vuelos geniales a lo desconocido. Sus colores y sus pinturas de vida. Jonás ha ocupado un va¬cío.
¿Qué hay en esa misteriosa mujer que hace de ella algo más que un codiciado trofeo para Jonás? ¿Cómo puede uno acercarse sin que ella se evada? Tiene mucho temor a ser acariciada por manos desconocidas; manos de sudor ajeno, manos con dedos sin música. Ella asiente las suyas cuando puede reconocerlas desde lejos, aún, en un silencio inexplicable. Teme manifestar sus sentimientos pensando tal vez, que el solo hecho de decirlo desnuda una hermosa intimidad virgen de sensaciones. Busca una excusa perfecta o tal vez, el exceso adecuado. Pero en esa profundidad conocida y protegida celosamente, reserva su entrega como su mejor joya. Es una mujer de gran intuición que creció en el privilegio de la abundancia; pero también: de las carencias. Lleva en el fondo, una pena que periódicamente regresa. Ella quiere olvidar. Esa pena le permite caprichos y desplantes. No tiene rostro. Está borrado por dudas sombrías que siempre la envuelven, sin embargo, las perfectas líneas del Michelángelo va descubriendo sus ojos y labios con la claridad de sus pinceles y la magnificencia de su arte. Solamente Jonás puede pintar su cuerpo y desear también tallarlo. Cincelarlo en la torpe piedra donde el escoplo y martillo pulen las caras del mármol blanco que da libertad a las formas, naciendo su cuerpo resplandeciente y estremecedor. Rostro y cuerpo se unen en una sola imagen. Un canto a la vida. Mientras permanece quieta como ahora; incorporada mágicamente a la perfección de Cézanne, cuando abandona sus bañistas, para pintar esa mujer sentada en una piedra seca acariciando la gramilla del suelo y mirando distraídamente un horizonte sin destino cierto. Deja siempre Malena, que sus sueños la lleven tan lejos como sus recuerdos, y tan cerca, como sus sentimientos pletóricos de calidez y ternura. Supo entonces, que en ese jardín natural donde las aguas corren sin diques ni contenciones, deja seguir latiendo con fuerza su corazón. Malena mira a Jonás con tanta piedad y desconsuelo, que él no sabe qué decir. Un blanco amanecer. Los copos de nieve descienden en silencio sin el permiso de una naturaleza que lentamente cubre con una sábana blanca las ondulaciones. El frío ha calmado. Los copos de nieve no encontraron el dolor. Jonás miró por la ventana y se encontró a sí mismo. Pensó en Inés. Pensó en aquella mujer que bailaba por las calles con sus perros. Tiene una cierta atracción para él y ha sido incluso su modelo imaginario en algunas telas que representan el desfile de la vida. Los encuentros de mariposas. el detalle de flores. los grises de las piedras, y los juegos de sombras. Supo también, de los juegos de su hermano sellado a la vida de una sombra. Supo de días enteros pasados con su trapiche, colando arena del arroyo en búsqueda de piedras, que por su brillo generan dinero. Jonás se levanta no sin antes abrazar a su compañera y besar sus lágrimas que brotan como vertientes. Sabe que en ese momento tiene que pintarla. Debe llevar sus gestos y su belleza a la tela que ha combinado en colores, manchas, pinceles y cinceles. Es la furia misteriosa del arte que lo ha envuelto. Toma óleos en sus dedos modelando su creación en respuesta a su pesadilla monstruosa, y completa con la suavidad del genio los colores de las flores, que ella mantiene en sus manos transformándolas en lágrimas. En prados y alfombras verdes. Y sabe al terminar, que ella, acaricia nuevamente el privilegio de una eternidad.
Fin

Gvn



Texto agregado el 06-11-2009, y leído por 51 visitantes. (0 votos)


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