Mi padre trae los armarios desmontados. Los compra en Ikea y se pasa la mañana del domingo en la buhardilla dándoles vida. A veces se escucha algún insulto hacia mi madre, el armario y sus caprichos, pero lo habitual es que los termine antes del fútbol. Cuando llega la tarde, mi padre regresa abajo agotado. Entonces, mi hermano y yo subimos a la buhardilla en silencio y lo revisamos, ajustando algún tornillo o cambiando de posición alguna estantería equivocada. Mi padre nunca se ha enterado de esta infiltración pero mi madre siempre acaba preparándole una cena especial como recompensa.