III

El imbécil sigue el dedo que señala hacia el cielo.

Seguía contando uno a uno sus dedos tratando de convencerse de que era siete, y no seis.
Seis, seis, no, siete, nada más que siete.

Estaba nuevamente en el inicio, era como buscar en un panal de abejas a la obrera precisa, tantos niños, tantas cabezas, tantos lugares indicados donde se podía encontrar, porque era siete.

Creo que es innecesario estar aquí nuevamente, después de descubrir el misterio no podía volver, pero vi que era sólo el comienzo, necesito incrustarme nuevamente para conseguir una nueva pista, la indicada para encontrarlo… con ella, sin ella, su correa de significar algo…como encontrarlo, como…tan absurdo y tan sublime que me agobia pensar que, Ella la razón de mi mente se haya podido remitir a un objeto tan banal y estúpido, una correa…

Una escuela sería la solución, se levanto del suelo, y corrió hacia la escuela más cercana. Al llegar, vio a todos los niños salir, pero ninguno era, no podía ser tan normal, la escuela los formaba como fichas, con uniformes y sus reglas, y él al siete lo catalogaba de diferente, de especial. Se sentó en la vereda de enfrente a esperar una falsa ilusión.

No pensó que el cuerpo de Ella significara algo, ni fuera una pista, ya que era un objeto obsoleto ante tanta magnificencia que era su mente, su abstracción. Ni siquiera sabía donde lo habían enterrado o botado. Ya no habían más niños saliendo de la escuela, se paro de repente y se dirigió hacia su antiguo trabajo, la estación de policías.

Cuando me convertí en cerdo, ellos se convirtieron en seres aun más despreciable, más asquerosos y repugnante, donde mi único don sería insultarlos, y aun así no alcanzaría a expresar todo lo que la basura de mi cabeza diría o pensaría, como pensarían los intelectuales que los que piensan es basura porquería sin importancia ni fundamentos, y en cierto modo tiene toda la boca o la cabeza llena de razón… cerdo cerdo me digo yo mismo yo-cerdo.

Se levantó de de golpe ahora de la vereda de enfrente de la estación de policías, viendo que era inútil esperar la ayuda de sus antiguos camaradas, pero aún así entró. Sintió como sus dos ex compañeros lo reconocieron, y como se dibujaba en sus rostros una mueca de asombro y al mismo tiempo de asco. Después de unos minutos se percató de esos ojos clavados en él. Nuevamente después de mucho tiempo volvía a sentir el desprecio y la venganza combinados en una sola masa de insultos mudos, pero a la vez más hirientes que todas las palabras juntas.

Los dos policías nunca podrían ni querrían comprender que es le sucedió de un momento a otro después de haber conocido a esa mujer tan extraña, y en especial después de que se suicidó, él se aferró a esa correa, como si estuviese más preocupado por ese objeto que por el cuerpo en sí. Ahora en la cabeza de los policías yacía la idea de echarlo a patadas de la estación.

Siguen esos ojos mirándome buscando una explicación, pero seria tan difícil e innecesario dársela, como enseñar a correr a un bebe recién nacido… un bebe un bebe recién… recién nacido correr correr…

Nuevamente se encontraba corriendo, de repente paró al darse cuenta de lo absurdo que era correr dentro de la estación, los dos policías no atinaban que hacer ante semejante espectáculo. Los mismos ojos, pero no eran los mismos que expresaban asco, había
miedo a tal punto de acercarse al pánico. Encontró su oportunidad:

“¡Donde está!” gritó, tan fuerte que los policías sintieron como si hubiese temblado la estación. “¿Quién?” alcanzó a decir uno de ellos con tono de voz casi imperceptible. “Ella, quien más… y el siete también, quiero saber donde está él”. El otro policía trataba de recuperarse del susto, lo notó y gritó mucho más fuerte, “¡Don-de!”.Los dos policías sintieron que era todo el planeta que temblaba ahora, y que sería imposible por lo menos intentar recuperarse. Lo tomó del brazo y obligó a que lo guíe, el policía no atinaba que hacer, regresó a ver a su compañero y vio que estaba en peores circunstancias que él. Comenzó a caminar sin siquiera saber a donde, era como en vez de ser el guía fuese el guiado.

Era un cuadro de tal magnitud que la vida sin pensarlo dos veces les hubiera cedido el control de la eternidad; los tres imbéciles caminando, uno cogido del brazo del otro y el restante atrás como hipnotizado, como si no tuviese más remedio para su insignificante vida que la servidumbre y estar atrás de todos siguiéndolos.
De alguna forma sabía donde terminaría todo, se detuvo de golpe, tan bruscamente que los policías quedaron más asustados y más atónitos que antes, del mismo modo más sumisos. El motel debería solucionar algo. Fue donde comenzó todo, donde ella sin querer acecinó a tres inocentes jóvenes para lograr tan magnifico cometido, para crear en su mente la vida de salvación de ellos, los salvó del tan absurda vida sumida en el vicio y la perdición…Entraron sin ningún problema. La habitación estaba cerrada desde hacia varios meses y para siempre, dijo la nueva camarera, que no alcanzaba ni un poco a representar lo que era Ella, también había bajado la demanda de cuartos desde el asesinato, y cambiaron hasta el nombre pero no solucionó mucho el problema, solamente asistía gente que no oyó hablar de este. Igualmente no tuvieron mucho problema en hacer que la camarera abriera la habitación, dijeron que tenían que tomar algunas huellas digitales, ella sólo preguntó que quien era el otro, el que andaba con esa bata de enfermo mental, él atinó a responder que era el oficial mayor, que al ser un asunto tan importante lo sacaron de cama y no tuvo tiempo ni para cambiarse, la nueva camarera no creyó mucho la historia, el que no alcance la magnitud de la otra no significa que sea tonta, pero el tema no le importó, y además esa historia de la camarera acecina sin intención no la tomaba muy en serio.
La habitación no era ni la sombra de lo que había alcanzado a ser con los dos cadáveres ahí, ese ambiente pesado y al mismo tiempo soportable por ese tipo de gente que él alcanzó a ser, y que en esa habitación hubiese sido el hogar perfecto para los dos, para hacer sobrevivir a la atmósfera de la aniquilación, sin los cuerpos, sin Ella, y con el paso del tiempo esa habitación se echó a perder.
Fueron nuevamente a la estación de policías, por lo menos ahí terminaría todo, su tan ansiada salvación, porque siempre de alguna forma lo supo donde estaba el siete, el laboratorio junto a la morgue. Y en efecto ahí estaba, los policías ya no eran sus guías que en realidad sólo eran sus acompañantes, ahora se transformaron en espectadores. Caminó poco a poco hacia el frasco del siete, era tan apacible que la naturaleza le hubiera dado el premio a mezcla perfecta, a la combinación exacta, de esta con lo artificial, con lo ajeno a ella, un niño que ni siquiera estaba formado metido en un frasco, no se podía pedir más. Tocó el frasco que contenía a Él, al único niño-hombre, demonio-dios, que lo salvaría sólo con colocar un dedo lo lograría, todo lo conseguiría, las explicaciones más acertadas a las preguntas más absurdas.
Era como si realizase el ritual más perfecto, el mejor con espectadores que no podrían tenerlo pero con solo observar conseguirían un motivo de vida y adoración, y mucho más el policía rezagado, condenado a la servidumbre, su motivo sería más fuerte. El dedo en sima del frasco; nada, nada ocurrió, y nadie alcanzaría a legar más lejos de lo que el alcanzó.
El siete no representaría nada más que un frasco con un niño adentro producto de un ultraje, que él creyó necesario, indispensable para encontrarla a ella. No fue más que un vil sentimiento e instinto de un hombre de un imbécil.