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--Crónica breve de cualquier día extraño en mi vida--

¡Que calor!... solo podía decir que calor; estábamos a unos treinta y siete grados mas o menos. Caminamos la corta acera que bajo el sol parecía algún preludio cruel del desierto. Mientras nuestros pasos flojos se deslizaban; mi olfato se deleitaba con un olor delicioso proveniente de un restaurante cercano; -!oh que hambre tengo¡- dije en voz alta. Una amiga me miro con un gesto de solidaridad. Decidimos entrar; -me da una pierna de torta, digo una torta de pierna-; la señora en el mostrador se hecho a reír junto con mi amiga. Una gota de sudor resbalo de mi frente había mas calor en el restaurante que en la misma calle; la platica de mi amiga era aburrida apenas ponía disimular el cansancio que producía; no termine la torta, estaba aguada y tenia cebolla --odio la cebolla--. Cansada y sin ánimos tome un autobús que me llevaría a casa, solo imaginaba mi cama y yo durmiendo en ella -¡oh cama, linda cama!, ¡como te extraño cama!- dije a mi misma; me subí al bus y mientras contemplaba el conocido camino a casa, sonó el celular; -te tengo una sorpresa, ven ahora mismo a plaza...- señalo mi amiga del otro lado de la línea. A pesar del cansancio triunfo en mi la curiosidad; y antes de llegar a casa me baje en el lugar indicado. Dos gotas de sudor resbalaron por mis brazos, aquello parecía ser el mismo infierno; mi piel ardía y el sol brillaba sin piedad.
La encontré dentro y mi alma descansó, el aire acondicionado apagaba el fuego en el ambiente. -¿Cuál es mi sorpresa?- pregunté impaciente; oh osada de mi, hubiera sido mejor no preguntar, el destino contesto a mi pregunta; y tres gotas de sudor resbalaron por mi espalda. Ahí frente a mi aparecía aquel mentiroso embustero que quince días antes habría de burlar mi confianza, -lo vez ahí, viene con su novia parece... estaban tomados de las manos hace pocos minutos- me informo mi fiel amiga. Me senté un poco aturdida por la impresión, -uno, dos, tres, cuatro, cinco...- cuenta hasta diez, cuenta hasta diez, me repetía a mi misma; volteé la mirada discretamente, un sentimiento de rencor me invadió; debía hablarle debía demostrarle que no le tenia miedo, así que me arme de valor y camine hacia donde el se encontraba; faltaban ya pocos pasos cuando se levanto y posándose de espaldas hacia mi beso a su supuesta novia.
-Cruel, cruel destino...- pensé cabizbaja, seguí mi camino sin detenerme. Junto con mi amiga di unas cuantas vueltas del otro la de la plaza, me lamentaba no haberme detenido; pero, ¿qué ganaría?, solo lograría su indiferencia o tal ves sería peor y se mofaría de mi; -pensé que ya no te importaba- dijo mi amiga con un tono sarcástico, -solo te llame para que lo enfrentaras personalmente, no para que te lamentaras- continúo; ella tenia razón, ¿acaso no esperaba con ansia este momento?, me levante de la banca donde los encontrábamos, me arregle el uniforme que aun portaba desde la escuela. Caminé de nuevo hacia donde el, su novia no estaba ya, al menos no logre verla; de repente vi como sus ojos se encontraban con los míos; entonces, cuatro gotas de sudor resbalaron por mi cuello. Él parecía estar más nervioso que yo en aquel momento. Busco a su alrededor alguien que pudiera ser la excusa para alejarme, pero esta vez no tenia escapatoria. Mientras hablábamos su mirada fijaba el suelo, -- sentí pena por el --, ni siquiera podía mirarme a los ojos, trataba de hallar una respuesta a mis preguntas, pero no lograba darme una explicación lógica; después de un rato divagando me di cuenta de que el sentimiento de rencor había desaparecido; teniéndolo en frente desaparecían las suposiciones tontas; intente ayudarle un poco, ya no buscaba explicaciones era obvio que ni el mismo las sabia, y si acaso las conocía no tenia intenciones de decirlas; por fin dijo; yo mismo no puedo entenderme, dejaste de ser especial y te convertiste en alguien más. Ahora sentía pena por mi misma. Cinco gotas de sudor resbalaban por mis piernas cuando noté que su novia se acercaba; -no sé que más decirte- prosiguió. Todo estaba claro para mi, por lo menos no quería seguir la conversación. Antes de que ella llegara le dije; hasta pronto, seguro que nos veremos de nuevo; y, por cierto mucho gusto- le dije serenamente a ella que se encontraba ya frente a nosotros.
Me di la vuelta y caminé con aparente tranquilidad; mi amiga me esperaba del otro lado de la plaza. -¿Qué sucedió?, ¿Crees que dijo la verdad?, contesta...- repetía y repetía ella.
Mi garganta estaba seca, tenia mucha sed, y justo al salir de aquel lugar; apareció ante mis ojos un desierto lúgubre. Entonces camine por las dunas áridas durante unos minutos; me di cuenta que estaba sola, tal ves mi compañera había caído muerta kilómetros atrás y no me había percatado. Gracias a Dios que un espejismo capturo mi mente. Era un oasis hermoso con palmeras que me cubrían del enfurecido sol de junio; donde muchos mercaderes saciaban su sed en el cristalino estanque; después de beber también de aquél elixir, me senté en una roca y espere el autobús a casa.
-El viaje en camello es extenuante- comente a una joven en el animal vecino; pero pareció no entender mi lengua, pues no contesto; pero murmuro algo al guía. No pude escuchar.
Seis gotas de sudor resbalaron por mis manos después de que me bajaran del autobús; una persona grito ¡pobre loca!. Sentí mucha tristeza al regresar a la realidad, hubiera preferido morir en el desierto o ser devorada por los leones, cualquier cosa pero no la realidad; hace un rato la había enfrentado. Sabía cruel.
De nuevo arrastraba los pies por la acera, afortunadamente faltaba poco para llegar a casa; me sentía sola, sucia, quemada y menospreciada; pero ya no importaba tanto, solo quería llegar a casa; -una cuadra más, una cuadra más para acostarme en mi cama- repetía una y otra vez.
Por fin los últimos pasos iban cayendo uno tras otro; abrí la puerta alta y ancha que ahora me parecía la de un castillo enorme. -¡He llegado- grite con emoción; al mismo tiempo que subía corriendo las interminables escaleras, que subían en espiral decenas de veces. Un sentimiento esta vez de angustia llegó; tal ves nunca terminaría de subir las escaleras, el calor se combinaba con el esfuerzo de avanzar tantos escalones. Me tranquilice y decidí descansar en el escalón mas amplio que había visto; un aire agradable llego a mi; ¡Si! Era la ventana de mi habitación que me refrescaba. Estaba ya en la planta alta del castillo y desde aquí podía ver a través de la puerta mi dulce cama, -- destendida, si -; pero dulce y acogedora a mi vista perturbada por las escalinatas.
Antes de llegar a la cama me detuve frente a la ventana. Siete gotas de lagrimas resbalaban por mis mejillas; mientras contemplaba el mas bello atardecer que hasta ese día había presenciado.





ArianaEscobar

Texto agregado el 16-06-2004, y leído por 291 visitantes. (0 votos)


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