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No sabría decir si descendía o subía, sólo diré que me desplazaba. Diré que de pronto en un mar de palíndromos me encontraba y que en él me mecía. Diría que a ratos, las olas crecían y me elevaban, o eso pensaba, pues a lo lejos, también me veía flotando, o eso sentía, alteridad, en realidad nunca se sabe. En un momento dado creo que mis ojos se cerraron, que perdí el sentido, y fue allí cuando dejé de flotar y las aguas me tragaron ¿Cuánto dura una eternidad? Nadie lo sabe ni nadie se atrevería a refutarlo. Una eternidad puede durar toda una vida, un día o simplemente un segundo, depende de como uno lo sienta. Esto sí fue un descenso, eterno, oscuro, mi cuerpo descendía, mientras la palabra “somos” me rodeaba con su forma de pez, con su forma de alga, entraba por mis poros, entraba por mi boca con su forma de agua ahogándome. Dios, me preguntaba ¿Quiénes Somos? Descendí y descendí, fueron cientos, miles, millones de años envuelto por la oscuridad. La muerte es un estado de letargo, un silencio demasiado prolongado, una boca sellada.

Quedé maravillado al comprobar que la muerte también tiene fin, sólo es otra vida, pues si tiene puerta de entrada, ha de tener una de salida. Crucé el umbral de la muerte, no sin sufrir cambios, pues lo más sorprendente fue que a pesar de haber dormido en los fríos campos del silencio seguía envejeciendo en cuerpo y en pensamiento.

Ante mis ojos se abría un nuevo mundo, diferente del que venía.

Cientos de personas de todos los colores con caras sumisas caminaban en una sola dirección sobre una tierra verde, lo hacían de forma lenta, sin prisa, sosegados ante un destino, singular, unificador. Esta tierra no era de uno sino de todos. Me acerqué sigilosamente, tratando de pasar desapercibido, mas no fue así, pues era evidente que venía de otro mundo. Fui observado por estas caras sumisas, que sin mediar palabra parecían decirme algo. En algún momento sentí pánico, temor, pensé que me harían daño, y quise correr, pero mi envejecido cuerpo no me lo permitía, ya no respondía, estaba totalmente estático. Intenté decir que dejaran de mirarme, pero no me salían las palabras, ellos seguían su marcha, sus cuerpos crujían como la madera. Oh Dios, eran cientos. ¿Y si me unía a ellos? ¿Era eso lo que trataban de decirme? Me sentía diferente, demasiado como para estar entre ellos, mi cuerpo permanecía inmóvil, quizás fuera rechazado ¿Hacia dónde van? Me pregunté. Esto no tiene sentido. Miré hacia el horizonte sin conseguir ver nada, salvo neblina, pero sí pude comprender su objetivo. Lo que en un momento fue miedo, pasó a convertirse en ansia, en empatía, en un enorme deseo de unirme a su marcha. No sería rechazado, no lo sería. Ellos eran todos y uno solo, como debería ser, sin importar del color que seas. Recuperé la movilidad de mi cuerpo, que lentamente y sin esfuerzo, se unió a ellos. Mi cara se hizo sumisa, mi alma, redimida. Sentí como se apoderaba de mí el crujido, el de mi cuerpo, así como la madera, como la de ellos, como el crujido de un barco antiguo que navega en una sola dirección.

Allí no corrían los años ni las horas, sólo importaba caminar juntos todo lo que fuese necesario, siempre unificados, llevando un paso lento y seguro, sin dar marcha atrás, hasta conseguir traspasar ese manto de neblina, y encontrar así, un nuevo sol, un nuevo amanecer.



Eso somos, eso hemos de ser.



Diría que he regresado al principio de esta vida, que se nace y que se muere a diario, que todo es igual y a la vez diferente.



Diré que fui, que soy otro, que soy yo mismo.

Texto agregado el 27-12-2009, y leído por 78 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-07-2011 Aplausos . logrado y breve relato denso de significados. ninive
28-12-2009 ¡Que cuento tan bueno! Creativo y es algo q yo creería. Saludos. jonathanc
 
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