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I

Me senté en el centro de la plaza, en una banca de cemento que junto a otras formaban un círculo perfecto. En su centro, dibujado sobre las baldosas de hormigón, un sol amarillo marcaba el centro de la plaza. A mi derecha a unas cinco bancas de distancia dos hombres fumaban un cigarrillo mientras conversaban animadamente. Más allá dos señoras conversaban como dos amigas de toda la vida y justo en frente mío, a unos treinta metros, un hombre y una mujer apenas se miraban uno al otro. No logré adivinar si eran novios o si entre ellos solo existía una amistad. Había entre ellos, una especie de lejanía, una muralla invisible, un abismo inexistente que les impedía tomarse de la mano o siquiera mirarse a los ojos.

Yo me mantenía quieto, distraído entre el arrebol incipiente que comenzaba a poblar el cielo azul, a teñirlo de un rojo acaramelado. Perfecto fondo para mi espera. A ella, que ya debía de llegar, no la podría describir con facilidad. No era ni muy pequeña ni muy alta, sus cabellos son de un negro oscurísimo que forma un contraste perfecto con su piel pálida, un piel alba, una piel de lienzo virgen donde se adivinan las arrugas que le pintará el tiempo a su paso. Su mirada, cosa curiosa, le daba un talante que despreciaba y hasta el día de hoy recuerdo con resquemor. Su mirada era ante todo cariñosa, inspiraba confianza, de sus grandes ojos castaños se podía adivinar su simpatía, pero también algo más.

Cuando la conocí, percibí el amor que profesaba hacia el mundo, hacia sus pares, como si lo buena persona se le escapara por los poros, a un ritmo constante e inacabable. El problema claramente no era ese, la cuestión es, que su mirada parecía ajena a mi mundo, como si me escrutara a través de un cristal infranqueable, desde algún resquicio inalcanzable. Me observaba ella, desde algún rincón mágico que me estaba vedado. Eso debo confesarlo me hería en lo más profundo, me daban ganas de echarme a llorar como un niño ante la imposibilidad de alcanzarla en su plenitud, de flecharla desde el piso hasta sus alturas desconocidas.

No sabía y debo confesar, que aun desconozco, con que clase de cuchilla debía hendir la línea divisoria, de que forma debía hacer un tajo entre ambas realidades y traspasarlas para poder tomar tu mano a mi antojo, besarla bajo la sombra de algún Quillay solitario. Amarla a escondidas en algún lugar de mi mundo inventado para dos.

El arrebol dio paso al crepúsculo, las farolas se rodearon de un halo verde que lentamente tomo un color blanquecino que cubrió la plaza. Un viento frío recorrió el ambiente.

Yo debía irme pero mi secreta esperanza me mantenía inmóvil, la pareja que conversaba en la banca de al frente, hacía rato se había retirado. En la plaza solo quedaba yo, unas muchachas que acababan de llegar y una pareja que más allá de la luz de las farolas, amparados en las sombras y el olvido del tiempo, se deshacían en caricias. Cuando ya me decidía a retirar, la vi llegar por unos de los extremos de la plaza, sentí una impaciencia que me caló en lo mas hondo. Un nerviosismo se apoderó de mi cuerpo y comencé a temblar en mi asiento. Traté de respirar hondo pero no me ayudó en lo absoluto, solo produjo que un escalofrío me recorriera por completo.

Al llegar a mi lado, sonriendo me saludo - Hola, disculpa por el atraso, pero tuve que pasar a comprar un regalo – con un ademán me señaló una bolsa que cargaba en su mano izquierda – ¿Hace cuanto que llegaste? – Agrego- Hace un rato- contesté-, intentado dar una respuesta vaga, que no delatara el tiempo interminable que la esperé sentado junto en aquel círculo de bancas y farolas.

Echamos a andar bajo la alienada luz del alumbrado público, hablamos sobre cuestiones sin importancia, sobre los estudios, los amigos en común, nuestras vidas. Caminamos sin rumbo aparente, dejándonos llevar por nuestra compañía, lo demás, era una anécdota. Al girar en una esquina, me tomo del brazo, sentí como si cayera diez pisos para luego elevarme por sobre los tejados, sentí una especie de tibieza en lo mas profundo, ella continuo conversándome de lo más normal, como si nuestros brazos entrelazados fuesen algo común y corriente. Mientras ella me comentaba desenvuelta sobre una de sus muchas amigas, la cual desconocía, relatando su posible embarazo, la aventura de comprar un test de embarazo, la entrada a la farmacia, la vergüenza. En realidad a mi no me interesaba en lo más mínimo, sus pequeñas aventuras de colegiala, me daban lo mismo, lo único importante era su brazo entrelazado al mío y ambos caminando por la calle, despreocupados de la vida, escapando del minutero, que en algún lugar avanza imperturbable en una carrera que me preocupaba, no quería que se hiciese tarde y que ella tuviera que irse, yo podría quedarme hasta el alba así; caminando junto a ella aferrada a mi brazo, conversando cualquier cosa, pero ella no, ella tendría que irse.

Inevitablemente llego la hora de separarnos, ya era tarde y ella debía llegar a casa, la acompañe hasta su hogar, la deje en su puerta. El beso de despedida fue como un puñal que me atravesó de lado a lado, roce su mejilla con la mía con un profundo dolor, como si se escapara de mis brazos para siempre, tenía aun en ese instante, la secreta ilusión de que pidiese que me quedara, o que me besara de improvisto, así le podría declarar mi amor eterno y tomarla de la mano sin preocupaciones, pero en cambio, me miro con sus ojos penetrantes, me miro desde más allá del tiempo y el espacio y yo que era inocente, aun un mozo escuálido, me empequeñecí hasta quedar infinitamente pequeño a su lado, y con esa mirada que conocía yo muy bien, me miro un instante, me destrozó. Luego sonrió e ingreso a su casa. Ahí quedé yo, desahuciado de amor, no tardé mucho en llegar a mi hogar, una vez allí, me acosté rápidamente pero no dormí hasta que la pieza volvió a iluminarse con la luz del amanecer.

Recuerdo que pasé esa semana absorto en mis pensamientos, ella me tenia cautivo, en un cautiverio al revés, estaba atrapado en su figura, su persona, que no podía alejar de mis pensamientos, esos ojos me escrutaban en todo momento, la veía parada frente a mí con sus ojos puestos sobre los míos, con esa expresión de cariño tan propia de ella, pero tan alejada de mi mundo, quizás percibía en ella una especie de amor fraternal, o alguna otra cosa que desconozco. En fin, así pasó una semana completa, en la que evité topármela en la escuela, apenas la vi un par de veces y fingí estar apurado para no quedarme hablando con ella.


II


Llego el fin de semana de nuevo, la libertad del horario propiciaba un nuevo encuentro, y por supuesto no pude evitarlo, aquel sábado se celebraba el cumpleaños de una compañera de su clase, pase a buscarla a su casa. Aun recuerdo sus pantalones de mezclilla apretados, las zapatillas de lona, su polera con pabilo y su mirada, sobretodo su mirada…

Cuando llegamos al paradero, sabía que debía confesarle mi amor en ese instante, que era el momento propicio, que no podía esperar una semana más en la incertidumbre, aunque tenia la secreta convicción de que ella rechazaría mi amor quizás considerándome un ser mezquino, ajeno a su nobleza. Me paré a su lado, mire al suelo, vi sus zapatillas rosadas y me rasqué la parte trasera de mi cuello, la mire casi con temor, tiritando de nervios, quise deshacerme en explicaciones, tomarla de la mano, decirle que la amaba en secreto hace incontables días, que por las tardes contaba las horas, me acostaba temprano, todo para verla luego al otro día, aunque no me acercase a ella a hablarle, solía mirarla mientras conversaba con alguna de sus amigas, que organizaba la casualidad para verla comprando algún chocolate en el negocio y que me saludara sonriendo con sus ojos grandes, que me borraban el piso y me lanzaban hacia el vacío sin moverme. Pero me quede inmóvil, la mire un instante mientras la vorágine de sentimientos se agolpaba en mi corazón, noté como cambió su mirada, supongo que presintió lo que ocurría, lo que sentía y la urgencia que tenia por contarle sobre mi amor, que sospecho siempre sospechó.


III

Lo cierto, es que aquella noche no le pude confesar lo mucho que me gustaba, lo guapa que la encontraba, solo me mantuve un instante que me pareció eterno frente a ella, luego gire mi cuerpo y esperé la micro en silencio. De ahí no volvimos a juntarnos como aquella noche, ni como aquella tarde en la plaza y poco a poco la fui borrando de mis pensamientos, hasta que un día olvidé buscarla con la mirada en el patio y después paso el tiempo y cuando nos veíamos nos saludábamos con apenas un gesto vacío, hasta que nos dejamos de hablar por completo.

Lo único que nunca cambio, es el recuerdo de su mirada, clavada en mi memoria, ahora han pasado casi cuarenta años, y estoy tratando de anotar mis recuerdos de juventud, que me son cada vez más escasos y a la vez ajenos, como si pertenecieran a una vida que no fue mía, que el tiempo termino por robármela. Recuerdo a un par de buenos amigos de colegio, recuerdo cuando conocí a mi esposa y también a la muchacha de los ojos cafés, de los ojos grandes que me desnudaban cuando me miraba, su polera con pabilo y su piel blanca. Algunas veces me he topado con su perfume en mis sueños, he vuelto a ser el niño que era, parado indefenso frente a ella, más allá del cristal. Quizás si aquella noche le hubiese confesado lo que sentía, un – “tengo que decir, que me gustas mucho” - hubiese sido suficiente para robarle un beso anónimo y quizás ir por más, besarla en el viaje a la fiesta, llegar junto a ella tomados de la mano y al pararme frente a la puerta de su casa, despedirme con un beso apasionado en sus labios, hubiese sido como darme un chapuzón en el caudal de la vida y bañarme de todos los placeres, beber de todos los licores y probar todas las frutas, y volver a mi hogar y dormir con la sonrisa pegada a la almohada, apurándome para llegar a besarla un lunes por la mañana.

Texto agregado el 13-01-2010, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
13-01-2010 precioso :) te das cuenta que de haberselo dicho, tu vida podria ser ahora distinta? cada segundo es decisivo en esta vida... gracias por introducirnos tan bien en tus recuerdos! Tumbasdesal
 
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