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Emilio entró corriendo en casa,
-¡Mamá, mamá!- volvió a gritar- ¡Mamá, mamá!
Su madre no tardó en aparecer,
-¿Qué te ocurre hijo? ¿estás bien?- le preguntó preocupada
Emilio se sorprendió, no se había dado cuenta de que al gritar de esa manera podía haber asustado a su madre.
-Sí mamá, estoy bien. Lo siento, no quería preocuparte. Te tango que contar una cosa...
El niño sonreía al tiempo que no paraba de andar de un lado a otro de la habitación.
-¿Y bien?- insistió su madre.
-¡Ah, sí! El viernes nos vamos de excursión con el colegio, pasaremos todo el día fuera.
-¿A dónde os van a llevar?
-No lo sé muy bien, pero Silvia, la profesora, ha dicho que vamos a conectar con la naturaleza, así que supongo que iremos al campo. Y podremos jugar todo el día.
-Ya veo que te has enterado muy bien, ¿eh?- bromeó Marta con su hijo.-Estás hecho un diablillo, lo único que te interesa es jugar con los amigos. De todos modos entérate mañana y me lo dices; me gusta saber dónde estás, ¿vale?
-Sí mamá- contestó enérgicamente Emilio colocando su mano derecha junto a la sien imitando a un soldado.
Marta, siguiéndole la broma, ordenó al soldado que fuera a recoger su habitación inmediatamente e hiciera todos los deberes si no quería quedarse sin postre. Dicho y hecho, el pequeño obedeció a su madre en cuestión de segundos.
Una vez dentro de su cuarto y con la puerta cerrada, sacó a su pececito del bolsillo,
-¿Te has enterado?- le preguntó nervioso y excitado a su amiguito.
-Hummm... ¿de qué?- respondió el pececito haciéndose el despistado.
-¿Cómo que de qué?- dijo extrañado Emilio.
-Estaba bromeando. Claro que lo sé. Cómo no iba a saberlo si vienes gritándolo desde que salimos del colegio.
-Es verdad, lo dije muy alto. Pero es que estoy muy contento. Es la primera vez que voy de excursión con los compañeros de clase y cuando lo pienso me pongo nervioso.
-Te lo pasarás muy bien, estoy seguro. Pero no olvides tener mucho cuidado.
-¿Cómo que me lo pasaré bien? ¿no vas a acompañarme? No quiero ir solo...
La cara de Emilio dibujaba una mueca triste , realmente estaba preocupado. Y si le pasaba algo, o tenía miedo. Necesitaba a su mejor amigo con él. Ante esa imagen el pececito reaccionó,
-Por supuesto que deseo ir contigo, pero no sabía si tú también lo querías. Ahora que nos hemos puesto de acuerdo pensemos qué tenemos que llevar.
-¿Hará frío? ¿hará calor? ¿me podré bañar? ¿qué llevo de comida? ¿qué...?- su cabeza daba vueltas. Se le ocurrían miles de preguntas.
-Emilio mírame. Tranquilo. Respira.- le interrumpió el pez
El niño se quedó muy quieto, le miraba fijamente con sus pequeños ojos abiertos como platos, se preguntaba, ¿qué he hecho? El pececito seguía en silencio y Emilio se lo preguntó.
-No has hecho nada, nada malo. Pero me estabas poniendo nervioso a mí. Tú no te preocupes por nada, tus padres te ayudarán con los preparativos, y yo también. Será un día perfecto, ya lo verás.
-Eso espero- suspiró Emilio al tiempo que daba un beso a su amigo.
-¡Emilio! La cena está lista
-Ya voy mamá- dejó al pececito en el cajón de los secretos y se fue a cenar.

Hasta que se metió en la cama no paró de hablar de la excursión, tenía muchas preguntas que hacer a sus padres, los cuales no habían terminado de responder a una cuando ya les estaba haciendo otra distinta.
Los nervios y la emoción que sentía su hijo eran bastante evidentes. Sus padres casi tuvieron que obligarle a que se acostara, aún quedaba un día para irse, si ya estaba así, ¿cómo estaría al día siguiente?

El aplomo y seguridad con las que se levantó Emilio a las ocho de la mañana sorprendieron mucho a sus padres. El pequeño estaba tranquilo, parecía tener controlado todo lo que la noche anterior le volvía loco. Tardó poco en desayunar, recogió sus cosas, se despidió dándoles un beso y se marchó al colegio.
-Lo has hecho muy bien- dijo el pececito.
-No quiero que piensen que soy un pequeñajo. Ya soy mayor- le comunicó a su amiguito con una cara muy seria.
Tan sería era la cara que puso que el pececito no pudo evitar reírse, tanto se reía que acabó contagiándosela a Emilio. El niño no sabía por qué reían pero le daba igual. Se lo estaba pasando en grande. Continuaron así hasta el colegio, le dolía la barriga de tanto reírse cuando llegaron. Intentó sosegarse y le pidió a su amigo que guardara silencio, la clase iba a empezar.

El día pasó rápidamente, Emilio quería cenar cuanto antes para irse a dormir y luego a la excursión. Ayudó a su madre a poner la mesa y a recogerla. Tanta colaboración sorprendió a sus padres.
-Estás hecho todo un hombre- le dijo su padre.
-Gracias papá- contestó el niño hinchando el .
pecho sin darse cuenta. Era obvio que la apreciación le hacía sentirse orgulloso.
Emilio se acostó pronto pero no podía dormir, llamó a su pececito y éste se quedó hablando con él, contándole sus cuentos preferidos sobre las profundidades del mar. Finalmente el niño se durmió.

A la mañana siguiente se levantó temprano, ese día desayunó con su padre que salía muy pronto de casa para ir a pescar. Cuando hubo terminado se despidió de sus padres.
-Pórtate bien- le recordó su padre.
-Y haz caso siempre a Silvia- añadió su madre.
-No os preocupéis, seré bueno. Lo prometo.
Y diciendo esto salió corriendo, tenía que pasar por la playa para cambiar el agua a su amiguito. Una vez hecho, continuaron su camino al colegio.
Un autocar les esperaba. Todos los niños estaban deseando empezar la excursión. En cuanto llegó la maestra subieron al vehículo y el viaje comenzó.

Hasta que llegaron a su destino estuvieron cantando, todo era nuevo para los pequeños excursionistas y todo les parecía maravilloso. Por fin se acabó el trayecto. Delante de ellos se extendía un gigantesco bosque, lleno de árboles, animales... Si tenían suerte a lo mejor veían un ciervo, una ardilla...
La profesora organizó al grupo en fila y dio comienzo la expedición. Recorrieron los caminos despacio, aprendiendo sobre lo que les rodeaba. Silvia les explicó cómo vivían esos animales, qué comían, dónde dormían...
Era hora de comer y se detuvieron en una explanada, era como una alfombra tupida cubierta toda ella por una hierba espesa, muy verde y un montón de margaritas.
Cuando terminaron les dejó jugar un rato sin alejarse, no conocían la zona y podían perderse. No hubo ningún problema, todos eran muy obedientes.

Al cabo de una hora Silvia les comunicó que la expedición se iba a reanudar.
-Recoged las mochilas y seguidme.
-¿Dónde vamos?- preguntó alguien.
-A ver el río que baja de las montañas y discurre entre los árboles- contestó la profesora.
-¿Hay truchas?- dijo otro.
-Creo que sí. Quizá tengamos suerte y veamos alguna.

Caminaron durante largo rato hasta que vieron el río. El agua era totalmente transparente y se podían ver peces de colores nadando todos juntos.
Las piedras estaban húmedas y resbalaban, así que por precaución Silvia pasó delante de los niños. Mientras ella les contaba curiosidades sobre los peces de la zona, un amigo de Emilio muy aficionado a la pesca se aproximó a la orilla para intentar ver alguna trucha. El niño se acercó demasiado y resbaló; el grito alarmó a Silvia que al ver al pequeño deslizarse entre las piedras saltó para intentar cogerlo.
-¡Niños no os mováis! Aguanta Daniel- le dijo al pequeño que estaba agarrado a una roca –Ya voy a buscarte.
-Tengo miedo- sollozó el niño.
El resto de los alumnos miraban a su profesora asustados. Había mucho agua y las piedras mojadas no facilitaban el camino a Silvia. Cuando estaba a punto de alcanzar a Daniel resbaló también y su tobillo quedó atascado entre dos piedras. Silvia no aguantó el equilibrio y cayó, no se podía mover.
-¡Profesora! ¿está bien?- preguntaron todos a coro.
-Sí, no hay problema, tranquilos. Dani aguanta, me costará más llegar hasta ti.
-No puedo más... Se me resbalan las manos y estoy cansado.
A los pocos segundos una corriente algo más fuerte que las anteriores empujó a Daniel y el niño se soltó.
-¡Daniel!- gritó Silvia.
Los demás también gritaron, algunos lloraban. Emilio salió corriendo río abajo como por instinto. El camino era paralelo al cauce del río y podía ver a su amigo siendo arrastrado por el agua, éste gritaba y lloraba.
-¡Dani, no pares de nadar! Intenta agarrarte a una roca. ¡No te pares!
Mientras corría sacó a su pececito del bolsillo.
-Ayúdame. Mi amigo ya no puede más, se va a ahogar- le suplicó.
-Lánzame al agua Emilio, yo me encargaré.
Así lo hizo. Le cogió con la mano temblorosa y le lanzó hacia el niño. Emilio vio cómo su pececito se hacía algo más grande, nadaba muy rápido y enseguida alcanzó al Daniel. Intentó sujetarle con su boquita pero no tenía tanta fuerza. El niño continuaba luchando por flotar pero no podía más. Perdió el conocimiento y se hundió.
-¡Daniel!- gritó aterrado Emilio- Pececito, por favor, sálvale.
El pez se sumergió inmediatamente. Emilio no veía nada, parecía que el río se los había tragado a los dos. Al cabo de medio minuto, que al niño le pareció eterno, vio acercarse a su amigo, venía con los ojos cerrados, no nadaba, entonces, ¿quién lo empujaba? Se fijó detenidamente en el agua y pudo ver todo un banco de peces de colores empujando a Daniel hacia la orilla. Entre ellos estaba su pececito, era el más amarillo y grande. Emilio tuvo que meterse en el agua para tirar del niño. Cuando lo tenía le sentó y con unos golpecitos en la espalda consiguió que escupiera el agua que había tragado.
-Emilio... Qué miedo he pasado...
Los dos amigos se abrazaron y volvieron a donde se encontraban los demás. El pececito, después de dar las gracias a los peces, les siguió desde el agua.
Sólo habían pasado dos minutos pero les parecieron horas. En cuanto les vieron llegar todos corrieron a abrazarlos. Ambos estaban empapados. Silvia había sacado su tobillo de entre las piedras y se acercó cojeando.
-¡Gracias a Dios! ¿estáis bien?
-Sí profesora. Emilio me ha salvado.
Emilio callaba. No podía decir que era su pececito el que le había rescatado.
-Tres hurras por Emilio- dijo Silvia.
-Hip, hip, ¡hurra! Hip, hip, ¡hurra! Hip, hip, ¡hurra!
Después de esperar un poco para calmarse emprendieron despacio el camino de vuelta. Emilio se quedó de los últimos y en un momento se acercó a la orilla para recoger a su pececito.
-Muchas gracias, sin ti no sé qué habría ocurrido.
-Tranquilo, ya pasó.
Lo guardó en el bolsillo y se unió al grupo diciendo adiós al río, aunque realmente decía adiós a los peces que le habían ayudado a salvar a Daniel.

Cuando el autocar llegó para recogerlos le contaron lo que había sucedido, el conductor buscó unas mantas para los niños y les examinó para ver si se habían roto algo. Tras comprobar que ambos estaban bien y que lo de Silvia no era grave emprendieron el viaje de vuelta.
Llegaron agotados pero contentos de que todo quedara en un susto, en un buen susto.

Aquella noche Emilio creyó que nunca se dormiría, aún estaba alterado y no tenía sueño. Así que decidió pasar la velada hablando con su pececito.
-¿Cómo conseguiste que los otros peces te ayudaran?
-Entre nosotros también nos comunicamos y les pedí que me echaran una manita.
-Cuéntame cosas de los peces.
Su amiguito le contó varias historias y después de un rato el pequeño estaba profundamente dormido. El pececito sonrió y se durmió también. Había sido un día agotador.






Texto agregado el 23-04-2003, y leído por 231 visitantes. (0 votos)


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