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Interminable corre hacia la superficie, a una superficie lejana el sueño parecido a una burbuja huyendo hacia el aire, de la profundidad de un lago o algo así, un océano. Cuando las ventiscas del mar parecen duras o enojadas un dolor de cabeza a la mañana lo revuelca entre el sudor, se ve alejar tal vez nadando entre sábanas, a veces parece deslizarse hacia un punto del confín en el lago enorme, un mar de aguas tranquilas y verdes, como si estuviese velozmente en los ojos de Irene deslizándose entre las luces, despreocupado, siendo una esquirla de tiempo serpenteante y feliz. Hasta parece mentira, tan joven ella con problemas cardíacos, a los veintidós quien diría y este destino tan extraño ahora sin Irene y con la soledad del enorme lecho, la habitación más espaciosa por la noche, con más silencio abrupto cuando apaga la radio y lee.
Hasta deja de ser ficción este sueño en el cual me elevo, me recuerda a un montón de voces dichas bajo el agua como cuando jugábamos en la pileta de Ranchos a entendernos las palabras. Nuestro primer juego era aguantarnos la risa cara a cara, los rostros hinchados eran más que graciosos: mantenías inflados los cachetes y achinados los ojitos, el flequillo parecía un molusco bailando en cámara lenta; terminabas vos reventando unas burbujas enormes y deformes, una carcajada concluida a ojos cerrados saliendo de golpe con toda una catarata en la cara y el flequillo aplastado, la boca bien abierta y tus dientes hermosos, tus labios aún sin ningún beso; sin cesar era yo quien te hacía reír, seguramente por mi gesto de payaso y mis muecas y eso no vale, no hagas eso José, eso es trampa. Entonces continuabas con el segundo juego, “qué te digo”, y largabas toda la inicial serie de globos con la primer palabra entera sonando a ametralladora, después sílaba por sílaba; a ver qué dije, “ojo”, no: “o - so”, uno a cero. Te impacientabas y hasta enojabas conmigo, nunca sabía acertar.
A veces es el agua ya sea de un lago o de un mar. Pero es siempre una figura que se eleva, una bailarina dijo que soñó el otro día como una niña sonriente sostenida en un solo pie, batiendo las alas de sus brazos y dejándose caer y realzándose. Ambos se sonríen, hombre y espejismo aunque este calor y el sudor lo despiertan dolorido, la imagen es como la misma de una burbuja en ascenso con forma de niña Irene o de mujer, y el sueño enseguida lo cambia a un movimiento horizontal, a una deriva. Parece estar subiendo hacia el horizonte como si éste fuese una estrella o algo impreciso en el cielo, tal vez el sonido de ella, la niebla difícil de una fantasmagoría disuelta en voces desde lo intenso de un lago verdoso, de lo hundido quizá de sus miradas quietas o ausentes. Así te aprecio de nuevo en malla rosa lista para zambullirte, y te envuelvo y ambos reímos solos al mediodía cuando nadie viene a la pileta: todo el mundo almuerza a una misma hora de pueblo chico, hasta el bañero su fue y nos dejó lejanos tal si supiese cómo el amor es estar inmensamente a solas, como si no nos hubiera visto llegar nunca a su pileta. A vos te gustaba mirar la arboleda en raptos de silencio, todas las copas del predio te llamaban la atención por la altura que alcanzaban, te ibas de mí, era como un abandono. Te sumergías entera en muchos pensamientos, me explicabas que nadar era como llegar al seno materno, decías que todavía no habías nacido por estar enferma. Por qué. Tratar de viajar en vos era imposible cuando te elevabas, sentía que no querías mis cuidados ya, mi amor, por qué te perdías por ese lugar como mirando a otro mundo.
El ensueño repetido le escribe las voces aún, lo llama quizás a escucharlas por algo extraviado, por ahí una mirada perdida entre los presentes que gritan, el bañero la retira del agua inexplicablemente desmayada un día común por la tarde de un verano, le dijo que se daría un chapuzón y que vendría en cinco minutos, todos se exaltaron, la acostaron boca abajo y le masajearon los pulmones y luego el tipo le abrió la boca y le hizo respiración. Más tarde la ambulancia del hospital y ese rostro sordomudo, recobrado del momento el cuerpo hinchado y endurecido y cómo, qué le pasó, Irene, Irene, soy yo. Un vecino le dio aliento y luego otro tipo y después una mujer, “va estar bien, no te preocupes”, en vano porque le vio la cara hinchada y los labios violetas y los ojos muy cerrados, y luego la transpiración y el dolor de cabeza.
No miré cuando ingresaste a la alberca, sólo te vi desvanecer como una pompa horizontal hacia el otro extremo; buceaste a la otra punta mientras yo sin verte imaginaba tu cuerpo hermoso deslizándose como un pez. Mas luego seguí perdiéndome en los árboles como vos lo hacías, Irene, a modo de ver siluetas danzando por sobre las frondas, como si por sus follajes se abrieran bocas y de estas se escapen voces para elevarse por encima del cielo envueltas en un burbujeo oculto. Entonces se quedó sin mirarla porque era hermoso ver lo que ella en el bosque: unos gritos de horror deformados, en el vacío callado unas risas inocentes jugando en el viento, moviéndose. Fue encantador recordar todo aquello distante sobre el aura nítida, quizás habituada al delirio.
Leí en el perfume del césped de alguna manera de los dos este destino. Te dejé libre y nos miramos cuando te fuiste sola a nadar, no quise comprender en ese instante tu abandono mas vos sabías de mi pena: un dolor de saberte una imagen transparente alzándose hasta el aire desde lo profundo, porque siempre fuiste un ensueño sobre las copas donde miran algunos soñadores, donde yo te miraría bailar como una niña antes de nacer. Mis labios se entreabrieron y un índice tuyo se posó sobre ellos, tus ojos hermosos les pidieron silencio, mis ojos tristes prefirieron la arboleda.

Texto agregado el 01-02-2010, y leído por 69 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-02-2010 Buana narración. Saludos jonathanc
 
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