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ATRAPADA

CAPÍTULO I: RECUERDOS DEL AYER



Corría sobre los charcos de agua sucia que había sobre el asfalto, contemplando mi reloj. El cielo estaba completamente negro pese a ser las ocho y media de la mañana. Y es que el manto de nubes grisáceas que había en el cielo oscurecía las calles y el ambiente matinal. Tenía que darme prisa… la clase saldría a la excursión y no me esperaría… ¿Cómo se me podía haber olvidado la autorización si mi madre la había firmado precisamente la noche anterior?
Derrapé al doblar la esquina llevándome la mano al pecho, jadeando. Gotas gruesas de lluvia corrían libremente sobre mi rostro, tiñéndolo de un brillo especial y anormal. Los coches que pasaban por la carretera salpicaban a todos los transeúntes que pasaban cerca de ellos, por lo que tuve la debida precaución de apartarme lo suficiente de su trayectoria para no acabar chorreando.
Justo acababa de recorrer unos diez metros cuando pude vislumbrar mi casa entre aquel manto de agua que caía sobre mi cabeza, de dos plantas y de un color rojizo precioso. La puerta estaba entreabierta, pero teniendo en cuenta que mi madre debía de estar a punto de irse, no era tan extraño. Seguramente estaría a punto de salir cuando se le había olvidado coger algo, como a mí acababa de pasarme… Sin pensar nada más, me adentré corriendo por el pasillo principal.
La casa estaba completamente a oscuras, lo que consiguió llamar mi atención. Aminoré la marcha conforme me acercaba al final del pasillo, sintiendo de pronto un terrible mal presentimiento en el fondo de mi alma… y temí que pudiese haber ocurrido algo. Comencé a andar más aprisa al ver la puerta de la cocina a diez escasos centímetros de mí. Lo que vi dentro de la instancia jamás podría olvidarlo…
Me quedé completamente estática ante el umbral de la puerta de la cocina, asombrada ante aquello que veían mis ojos. Mi rostro pasó del color carne al verde, e instantáneamente se tiñó de un blanquecino perla. Avancé unos cortos pasos mientras dejaba caer al suelo la mochila que llevaba sobre hombros. Mis manos comenzaron a temblar de pura impotencia, pensando que quizás aquello que veía en el suelo no era más que una cruel pesadilla que estaba teniendo antes de despertar… Sí, eso era, aún ni siquiera me había levantado de la cama…
Al lado de la encimera sobre la cual mis padres cocinaban, de un color negro opaco, se hallaban sus cuerpos sin vida rodeados de un gigantesco charco de sangre. Las extremidades de ambos estaban colocadas en un ángulo completamente anormal, dando la sensación de haber caído al suelo de una forma extraña. La cabeza de la mujer estaba limpiamente atravesada por un orificio en pleno centro, mientras que en el caso del hombre, se encontraba en el abdomen.
Llevé la mano a la boca sintiendo ligeras arcadas mientras retrocedía unos pasos, completamente horrorizada. Lágrimas cristalinas comenzaron a correr por mis mejillas, que habían cogido un tono sonrosado. Aquello no podía estar pasando, aquellos no podían ser mis padres… ¿Cómo demonios…? ¿Y quién...? Las preguntas ni siquiera se atinaban a formar en mi mente, que estaba completamente bloqueada por el horror que acababa de ver.
Fue entonces cuando me fijé en que había una cuarta persona en esa habitación. Era un hombre… Un tipo vestido elegantemente de unos aparente treinta años. Poseía una corta cabellera morena en cascada hasta los hombros y unos ojos grisáceos que daban verdadero terror. El hombre se volteó para mirarme, mientras veía que se guardaba una pistola en la parte anterior de sus pantalones. Mi primer instinto fue salir corriendo, pero algo me frenaba: quizás la sonrisa maliciosa de aquel hombre, que me observaba como estudiando mis reacciones.
Entonces se fue. Pasó como quien no quiere la cosa a mi lado, sin atreverme a seguirle con la mirada ni a exigirle que se quedase para darme explicaciones ante el asesinato que acababa de cometer. Solo me importaba el hecho de que mis padres estaban en la cocina atravesados por una bala, y sin ninguna apariencia de levantarse para volver a arroparme entre sus brazos… Un portazo me avisó de que aquel hombre ya no estaba en la casa, y seguramente jamás lo volvería a ver…
Fue al alzar la mirada cuando me percaté de un extraño mensaje sobre la pared del fondo de la instancia, justo al lado de la pared donde me encontraba: estaba pintado con la propia sangre de mis padres sin lugar a dudas.


“Nada es lo que parece ser, y lo que parece ser algo… no es nada”

Texto agregado el 05-02-2010, y leído por 54 visitantes. (0 votos)


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