Me volteo en la cama y le hablo a tu espalda.

“Cariño… ¿Qué es el amor?”

“Dejáte de preguntas tontas y dormí.”

Dejo que tus cabellos fluyan entre mis dedos, recorro el marco de tu bella cara y siento el aire que respiras en la punta de mis dedos. Ahogo mi nariz en tu perfume, lleno mis pulmones de tu aroma y me lanzo a explorarte mientras dejas escapar un suspiro sin sonido por entre tus labios bermejos.
Nado entre tus cabellos y bebo del dulce néctar que fluye entre ellos, sostengo entre mis dedos tus frágiles pensamientos, sin poder entenderlos. Los acerco a mi pecho, siento su cálida comodidad y pienso una vez más…

“¿Será esto amor?”

Ya no quieres ni responderme, será que estás cansada de escuchar mis huecas palabras y sólo deseas que te siga explorando.

Mis dedos recorren lentamente tu esbelto cuello una vez más y se posan entre las dos protuberancias que me ofrecen refugio y calma cuando me oculto entre ellas. Mis manos mutan para poder acomodarlas y protegerlas, son mías y sólo mías. Creo un nido con mis manos para que tu corazón se pose y descanse, acerco mi oído a tu corazón y su murmurar me recuerda una vez más…


“¿Será esto amor?”

La infinita humedad salada de tus ojos muere en la comisura de mis labios y, yo sé, yo sé que tú sólo llueves sobre mí.

Entre tu jungla encuentro una virgen concha marina que se abre para que me introduzca y me haga feto en tus entrañas. Tu tibio triangulo de bermudas me desorienta y me dejo perder para poder renacer, quiebro tu membrana y, como recién nacido, la luz me ciega.

“¡Dios mío!”

Oigo un fuerte ruido, ya no siento mis manos ni mis pies y un eco continúa repitiendo:

“…mutiló a la novia…”