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EL LIBRO ROJO


Que sea dicho,
[durante] el año del señor de 1419
Y [durante] dos años,
la sodomía se apoderó del mundo



La oscura callejuela cubrió sus espaldas. Él sabía que lo que estaba haciendo no era lo correcto, pero su corazón no le daba otra alternativa. Tenía que verla. Si, verla. Cerró los ojos como tratando de ocultar la cruda realidad. Le gustaba una mujer. Eso era tan perverso.

La callejuela dio a una pequeña plazoleta en medio de la cual había una fuente de agua con un Cupido. El agua reflejaba las chispas de un par de antorchas que colgaban de unas farolas. Sentadas allí, había dos mujeres, que intercambiaban risas cómplices.

Bajando su mirada siguió buscando el camino real. Más allá de la plazoleta se encontró nuevamente a oscuras y corrió un largo trecho. Finalmente se encontró junto a un inmenso sauce, y desde allí se encaminó lentamente hacía la cabaña de su amada.

Era evidente que se sentía incomodo con todo aquello. Pero sentía un gran motivo, una gran razón para hacer aquello: la amaba. Su larga capa rozaba las piedras, haciéndola susurrar.

La casa de su amada, era una pequeña choza de madera, cerca del sendero. La oscuridad se había apoderado de todo el entorno para ese momento. El hombre apenas encontró su camino porque lo había recorrido muchas veces. Una lucecita en medio de la nada era lo que él buscaba. Esa lucecita lo conducía a su amada.

La luna apenas salía cuando estuvo frente a la puerta de madera. La casa era una sencilla casa campesina, con una huerta de hortalizas en la parte posterior, y un cobertizo donde resguardaban las riquezas de la familia. Tres cerdos.

Tocó dos veces. A la tercera ella le abrió.

Los ojos del hombre se ensancharon de felicidad. No pudo reprimir una gran sonrisa. Los ojos se le iluminaron a la mujer. Haciendo su cuerpo a un lado lo dejó entrar. Dentro de la choza, un par de butacas de madera estaban junto a una crepitante chimenea. Sobre ella bullía una cacerola llena de agua y patatas. En una mesita, ella cortaba y apilaba unas hortalizas. Separando las que iban a comer ellos y las que estaban destinadas a los cerdos.

—¿Y Joaquín? —Inquirió ella.
—En casa. Con Andrea y Miguel. El hombre suspiró. —¿Y Teresa?
—De visita en Sevilla.

La mujer soltó el manojo de hortalizas y se acercó al hombre. Lo besó.

—Mañana debemos pagar misa. —Soltó ella.
—Lo sé.


El aberrante caso de Bernardo y María.


En el año del señor de mil un cuatrocientos veinte uno, a nueve de abril, […] fueron acusados Bernardo de la villa de Florida, y María del pueblo de Sevilla del acto de hedonismo, amansabamiento, actos impuros […] entre hombre y mujer. Los citados Bernardo y María, [fueron] apresados […] en una corte de la Santa Inquisición con finalidad de tomar [sus] palabra[s].


Las enaguas de la mujer fueron levantadas con ansias y el hombre, con su hambre, empujó todo su ser dentro de ella. Sus miradas se cruzaron en el albor de su pasión y volvieron a unirse en el éxtasis. Riendo, arreglaron sus ropas, y el hombre se apresuró a salir de la choza, corriendo hacía el camino real y alejándose de su peor pecado.

La mujer finalmente echó las hortalizas al caldo de papa, comió, y aquella noche soñó con él.


En acusación anónima, […] al párroco de Florida, [se] denunció a los citados Bernardo y María del acto de Heteromía.


El alba no despuntaba aún, cuando tres golpes fueron dados en la puerta.

—¡En nombre de la villa de Florida, del cura párroco, del santo oidor inquisidor de Sevilla y del Santísimo papa de Roma Martín V, se apresura la presencia de María del poblado de Sevilla.

Un par de alabarderos acompañaba a un hombrecito pequeño y calvo que gritaba el edito ante su puerta cerrada.

Angustiada María se levantó de su lecho, dejando a Teresa en un estado de total consternación. Ésta tomándola de una mano, y llevándola a sus labios, le plantó un beso. Sin siquiera mediar palabra, abrió la puerta. Los alabarderos se apresuraron a tomar sus brazos. El pequeño hombrecito martilló un lienzo en la puerta de la cabaña.


Nosotros, por misericordia divina […] Inquisidor General del poblado de Sevilla, confiando en vuestro conocimiento y en vuestra recta conciencia, por la autoridad apostática a nos concedida […] os nombramos, instituimos, creamos y consideramos inquisidores apostólicos contra la depravación herética y la apostasía, y os damos poder y facultad []…] para indagar a cualesquier persona, sea hombre o mujer, viva o muerta, ausente o presente, […] de cualquier estado o condición, prerrogativa y dignidad […] residente, domiciliada, que haya residido o habitado en las ciudades, Burgos o pueblos de dicho distrito, que resultase culpable, sospechosa o acusada del crimen de apostasía y herejía y a todos los cómplices, defensores y favorecedores de la misma.


La confesión con el cura párroco de la villa fue larga y pesarosa tanto para María como para Bernardo, quienes la respondieron una a una por separado.

Las preguntas se remitían a la creencia de Cristo como salvador y redentor. A cuantas veces iban a misa. A si daban el diezmo de sus ganancias. A si sus hijos eran creyentes y cristianos.

Luego inquiría temas más adustos.

¿Qué tipo de relación tienen? ¿Cuándo fue la última vez que se han visto? ¿Qué si entienden que es una depravación herética?

La capilla de la concepción nunca antes les había parecido tan fría e inhóspita. María y Bernardo cruzaban miradas indiferentes el uno sobre el otro, mientras el cura párroco discutía con el hombrecito calvo. Los alabarderos esperaban a la puerta de la parroquia.

Un par de días pasaron antes de que ambos fueran requeridos nuevamente. La denuncia finalmente fue cesada


Al caso nos [¬atiene] informes de denuncia [hecha] dos años antes, que fue cesada y justificada en habladurías


Sobrellevar las habladurías de la villa fue una carga enorme para ambos. A pesar de haber sido absueltos, los chismes y correrías no se hicieron esperar, y más de una vez, un comentario insano, y sarcástico, era dejado al aire mientras alguno de ellos estaba presente.

Sin embargo, pronto Joaquín se embarazó de nuevo, dándole un bello hijo a Bernardo y Teresa tuvo un aborto que casi le cuesta la vida. Eso hizo que las habladurías cesaran y que todo se fuera dejando lentamente atrás. Pero en el corazón de ambos aún germinaba un sentimiento de amor mutuo.


El amor entre seres de diferente sexo, es impío, sucio, malévolo, aberrante. No hay nada peor que hombre y mujer compartan lecho juntos […]


Bernardo cada vez que podía, buscaba motivos para pasar cerca de la casa de María, y ella, hacía lo mismo a su vez. Su inevitable atracción fue mas allá a pesar de la condena que se cernía sobre sus cabezas. Una tarde de Abril, dos años después, su pecado fue consumado nuevamente. La denuncia fue realizada de forma anónima. Pero María siempre sospechó que fue su amada Teresa.


La herej[í]a está mas cerca de los corazones corruptos, que de los corazones puros.


Esta vez el párroco de la villa de Florida no pudo objetar nada. El hombrecito calvo hizo encarcelar a Bernardo y a María.

Cuando ellos abandonaban la villa encerrados en un carruaje de madera, fueron abucheados, maldecidos, y la gente lanzó piedras, cuando abandonaban la villa. Una de aquellas piedras golpeó a María en la cabeza. Nunca logró recuperarse de aquel daño.

Bernardo respiró aliviado cuando finalmente la villa quedó atrás, pero los Alabarderos se encargaron que en cada villa o poblado, todos se enteraran de quienes eran, y de que estaban acusados. Una y otra vez eran abucheados y maldecidos.

La ciudad de Sevilla los recibió de la misma manera.


…porque la finalidad del proceso, es la afrenta p[ú]blica […] mostrar ejemplo de lo incorrecto, inmoral y malvado


María quien había tenido hemorragia durante todo el camino a causa del golpe en la cabeza, llegó a la iglesia desmayada en medio de un gran charco de sangre. No estuvo conciente cuando fue conducida en brazos de varios monjes de hábitos blancos a una celda de piedra, donde no había más luz que la de una vela colgada de un candil.


Con debilidad y agotamiento, María ingresó […]


Bernardo caminó tan erguido como fue posible, a pesar que sus manos y pies estaban atados con sogas y maderos. Los alabarderos lo dejaron a los pies de una gran catedral, junto a la cual, había un edificio de tejas de barro. Allí un grupo de monjes de hábitos blancos lo recibieron con gesto indiferente.

Al entrar Bernardo tuvo la impresión de que nunca más saldría de aquel lugar. Solo había un patio grande, y en medio de aquel se alzaba imponente un patíbulo de madera. Una fuerte sensación de desvanecimiento se apoderó de él.


Bernardo, previendo su destino, desfalleció […]


Al reponerse totalmente comprendió que aquella celda en la cual estaba ahora, era una celda bajo tierra. La humedad y el frío lo hicieron tiritar por algún tiempo.


La inquisición

Comparecieron ante nos, María del poblado de Sevilla, y Bernardo de la villa de Florida. A cada uno se le interrogó de la siguiente manera.

Inquisidor: Cree que Dios vuestro señor y m[í]o, es el creador del cielo, y la tierra, y todo lo en que ella [existe], y que Jesús de Nazaret es el hijo hecho carne de nuestro creador.

María: Si lo creo… lo he cre[í]do y lo creer[é]

Bernardo: Pues es mi enseñanza desde siempre, desde los padres de mis padres… siempre lo he creído.

Inquisidor: Cre[é]is que Jes[ú]s vuestro señor, muri[ó] en la cruz para librarnos de nuestros pecados y darnos vida eterna.

María: Yo creo aquello que dice.

Bernardo: Si... lo creo

Inquisidor: Cre[é]is que el demonio, se viste de varias maneras para llevar a los hijos de Dios lejos de su seno[…]

María: El demonio se aleja del Señor nuestro Salvador, para hacernos caer en [el] pecado.

Bernardo: Si, creo que el demonio es la causa de los males de los hombres […]

Inquisidor: Cre[é]is en las Santas Escrituras, escritas por Dios para los hombres…

María: las Santas Escrituras son las palabras de Dios

Bernardo: Si creo que así es[… ]

Inquisidor: Cre[é]is que las Santas Escrituras, dicen verdad al decir: No yacerán, hombre con mujer porque es malvado e innatural, y mujer con hombre porque es abominación[…]

María: Cierto es, porque lo dicen las Sagradas Escrituras

Bernardo: Es solo la verdad


El enclaustramiento hizo perder el sentido del tiempo a Bernardo. Con solo la luz de su vela siempre encendida, fue perdiendo el hilo de lo real. Pronto empezó a dormir en horas que no correspondían. No estaba seguro si llevaba allí una semana o un mes. Solo podía medir el tiempo cada vez que algún monje le llevaba de comer. A María le cambiaban los vendajes de la cabeza cada vez que algún monje recordaba hacerlo.


El demonio ha hecho mella en él, y duerme cuando a bien le parece[…]


Las preguntas iban cambiando de vez en vez. Socavando la poca cordura de los dos. Pero a veces eran las mismas. De modo que era un proceso repetitivo y agotador. El encierro, la humedad y el aislamiento los volvía irritables y erráticos. Algunas veces Bernardo podía escuchar a María gritar desde su celda.


El demonio convence a la gente infiel de seguirlo, a los puros, poco puede hacerlo


Sin motivo alguno, o al menos sin un motivo comprensible para Bernardo y María, un día empezaron las torturas. Al principio solo se les llevó a ver el arsenal de tortura. Cadenas, maderos, fierros y un sinnúmero de otros tantos objetos extraños, que vagaron aquella y muchas otras noches por sus mentes.


Se les mostraron los instrumentos de tortura al poco tiempo […] los instrumentos los atormentaron lo suficiente [Pero] Bernardo clamaba toda la culpa


Una sensación de desasosiego se apoderó de la cabeza de Bernardo. Era su culpa, todo era su culpa. María simplemente se había dejado llevar en aquella locura. Ella no merecía eso. Ella merecía estar en su hogar con su Teresa, reguardada de todos los males del mundo.

Bernardo entonces clamó libertad para María.


A vos Inquisidor de Sevilla […] muestra perdón por nos […] quien sólo cargué culpa en el cuerpo, sea a mi humilde persona, y que ella cegada por el deseo [..] no comprendía la gravedad de los actos que a bien se hicieron. […] Piedad os pido a este ser atormentado, que sea mi carne quien cargue por esta herej[í]a y abominación


Sin embargo, el inquisidor no vio con buenos ojos ésta confesión. Habiendo ya un antecedente dos años atrás, comprendió, que eran palabras zalameras hablando por la boca del demonio.

—Y los demonios, solo quieren burlarse de Dios y nosotros sus hijos —. Comentó el inquisidor al leer la petición de Bernardo—. Sólo quieren evitar la tortura. Pero no lo harán.



A Bernardo se le at[ó] a la silla y con yerros [sic] candentes, se le quemaron los pies y la manos […]

A María se le at[ó] a la silla, [Y] un paño en su garganta la hizo tragar agua salobre sin darle después agua fresca […]

La purificaci[ó]n del alma, requiere el castigo del cuerpo


Los pies quemados no le permitieron a Bernardo caminar por la celda, como acostumbraba a hacer cuando estaba demasiado ansioso. Solo pudo permanecer recostado en aquel camarote tratando de controlar sus espasmos de dolor.

María vomitó toda aquella agua, pero pronto la deshidratación hizo que perdiera el conocimiento. Aquella noche solo le llevaron un trozo de pan y un sorbo de agua, que engulló de forma desesperada.

Los interrogatorios después de las torturas continuaron, y ni María ni Bernardo sabían ya que querían de ellos. Pronto empezaron a contradecirse una y otra vez, según los gustos del Inquisidor.


Que cre[é] [Bernardo] en el demonio tanto como en Dios […] Esto no es más que una herejía.


En medio de un interrogatorio a María, gritó de dolor y se desvaneció frente al Inquisidor. Después de aquello, su herida en la cabeza empeoró de tal manera, que simplemente no paraba de gemir en su celda.

Los monjes poco pudieron hacer por ella.


Una herida supurante y maloliente llena de gusanos [era] podredumbre en su cabeza


Bernardo no conoció el destino de María, sino hasta después de un tiempo, cuando preguntó a un monje, por ella. Para entonces había sido torturado una y otra vez.


Fue puesto en el potro […] cabalg[ó] en el […]

Al conocer el destino de su amada, finalmente perdió la razón, y un día frente al mismo inquisidor decidió condenarse a sí mismo, sin retractarse del horrible pecado que había cometido.


Como confundir el amor, con una tentación […] solo Dios puede juzgar […] ya que los hombres son corruptos y d[é]bile[s] el demonio solo causa muerte y miseria […] no puede amar […] Mi cuerpo consumido, salva mi alma torturada





El Juicio del alma

A nos[,] nos atiende la condenación del cuerpo de Bernardo de la villa de Florida y María de la villa de Sevilla, llamados aquí a purgar sus propios pecados, y pagar en la carne el dolor del espíritu. Que sus cuerpos no sean más consortes del demonio y que sus almas alcancen el perd[ó]n del señor.


Las torturas habían cesado, y las cicatrices de su cuerpo casi habían sanado. Los monjes le habían llevado ropas nuevas y por primera vez en meses, Bernardo veía la luz del sol. La plaza frente a la iglesia estaba llena de gente de toda Sevilla. En medio de aquel gentío estaba el patíbulo. Una efigie vestida como su amada María estaba lista en medio de aquella madera seca.

Bernardo fue a la hoguera la mañana del 23 de noviembre de 1421, junto a una efigie de madera vestida con los ropajes de María.


Las llamas lo consumieron todo, sin que [é]l soltara lamento alguno













Esta historia se ha construido tomando como fundamento un caso descrito en el conocido Libro Rojo. Dicho libro fue hallado en la bodega de una antigua casa vinícola parisina, después de la segunda Guerra Mundial. Dados los raros casos que relata, muchos investigadores han denotado que es uno de los texto más extraños que ha sido escrito en la historia de la humanidad, y que es falso.

Sin embargo las pruebas químicas lo sitúan en un periodo de tiempo de entre 1430 y 1450 d.C.

El libro se encuentra actualmente catalogado en la colección privada Smith-Johnson. No obstante existen copias virtuales circulando en la red.


Capandres
5 de Octubre de 2009

Texto agregado el 21-03-2010, y leído por 153 visitantes. (0 votos)


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