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A José Ángel Valente, vivo, siempre.

Yo tengo un muñeco que se llama Pancho.
Pancho realmente es un mono de trapo que padece ataques de ansiedad. Pancho come y duerme conmigo, no habla mucho, pero lo observa todo muy atentamente, como buscando algo allí donde coloca su mirada frontal y divertida.
Ya no recuerdo si Pancho me encontró a mí o yo a él, pero siempre tuve la certeza de que no era sólo un muñeco marrón, fornido y educado.
Pancho. Lo mejor de Pancho son sus sueños de medianoche, cuando yo busco entre las estrellas el collar de la damisela exaltada, cuando yo sé que aspiro a todo y al final todo es poco más que nada. Pancho sueña y me pide sueños. Pancho posee conciencia tranquila de muñeco siempre tranquilo. Pancho me despierta todas las mañanas con una sonrisa, hasta que sin saber yo el por qué, se tira al suelo de mi dormitorio y padece la ansiedad. En esos casos lo cojo entre mis brazos y le aseguro que todo ha sido una pesadilla cruel, que la realidad es otra cosa, también pesadilla, pero no tan cruel ni tan dolorosa.
Mi madre a veces me dice que está preocupada porque mi muñeco no le deja de observar. Mi madre es demasiado mundana y no sabe que Pancho sufrió muchísimo en el pasado, allí, en la penumbra de aquella fábrica china, junto a miles y miles de hermanos suyos, en plena creación, con máquinas frías con olor a capitalismo exagerado.
Yo una vez tuve un buen amigo, uno de esos amigos que te lo dan todo hasta que se marchan. Pancho es mi amigo y sé que no se va a ir a ningún sitio. Es fiel e incondicional. Es inocente y sabe dónde están las cosas importantes de la vida.
Hace años el más viejo de mis tíos y a la vez el más insoportable me ofreció una cantidad nada despreciable de dinero por Pancho.
Él me aseguraba que necesitaba a un pequeño ser como Pancho para proporcionarle calidez a su apartamento de las afueras. Yo le dije que no. Pancho es mío, ya ves. Él y yo tenemos un acuerdo de amistad verdadera que seguramente tú no comprenderías jamás.
Sé que Pancho me agradeció este gesto. Sé que venderle y trasladarle de lugar sería el inicio de su muerte, de su gran ataque de ansiedad. Y el caso es que desde que ocurrió esto he notado que me mira de otra manera, con orgullo, con amor incalculable y menos nerviosismo. Bendito Pancho, le digo cada noche, ¿qué nos estamos perdiendo de la vida que nos ha tocado vivir? Tú eres un muñeco que depende de mí y yo soy otro muñeco que depende del destino. Tú no comprendes y yo todavía intento comprenderlo todo, aunque sé que haciendo esto estoy condenado a volverme totalmente loco.
Y él que en estos casos no dice nada. Calla. Respira y calla. Me mira con ojos melancólicos y acaricia mi tibio corazón.
Él sabe de lo suyo y lo vive todo muy intensamente, ya que así es como hay que vivir las cosas de la vida. Pancho es noble y supongo que habla muy poco porque no tiene mucho que decir.
Su familia está lejos. Su familia está dispersa por el mundo, sobre todo en jugueterías, o en manos de niños impertinentes, o incluso en contenedores que los llevarán a lugares donde las gaviotas les comerán los ojos negros de plástico duro.
Yo tengo la suerte de vivir con Pancho. Vosotros no conocéis a Pancho, y lo cierto es que es muy difícil conocer a una persona aunque ésta viva más de cien años. Estoy seguro de que mi muñeco, mi amigo, está agradecido por ser como soy.
A mí no me importa que él sea un muñeco harto de padecer ansiedades, harto de ser menospreciado por la mayoría de las personas que lo conocen, o que no lo conocen. Pancho duerme y yo consigo dormir. No recuerdo exactamente cómo fue nuestro primer encuentro. Él estaba allí sentado con ademán de esclavo, y yo estaba sólo de paso. Nos miramos y eso fue todo y eso basta. Nos miramos y supimos que juntos afrontaríamos nuestros respectivos dolores y nuestras inaceptables tristezas.
No sé por qué Pancho no deja de mirar a mi madre. No sé. Quizás le haga gracia ver a una mujer que únicamente trabaja y trabaja, y no deja de trabajar. Sé que Pancho, al no pertenecer al mundo de los hombres, no comprende cómo alguien puede perder la totalidad de su tiempo en conseguir cosas totalmente banales, y no percibir los sentimientos que le dan sentido a la vida.
Me han dicho que Pancho es un mono y eso es todo. Al principio esto fue algo que me dolió, hasta que la noche pasada, estando mi muñeco a mi lado, a punto de padecer otro terrible ataque de ansiedad, me dijo: Amigo, camarada... de donde yo vengo los sentimientos son algo difícil de conseguir. Por eso te aprecio tanto, por eso estoy a tu lado y me fijo en todo lo que eres y en todo lo que llevas a cabo. Te aprecio porque hay dignidad en ti, aunque esto te lo diga un muñeco salido de una dolida fábrica situada en el otro extremo del mundo.
Ya no recuerdo si Pancho me encontró a mí o yo a él...



Texto agregado el 23-03-2010, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


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