TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / howlcito / El Túnel

[C:448542]

El Túnel



Para José Luis Padilla González, aquel miércoles era un día como cualquier otro. Preparó la alarma a la hora de siempre: La seis veinticinco, pero como de costumbre, no se levantó hasta las seis con cuarenta. Se duchó medio dormido y eligió su tenida de trabajo, una camisa blanca, un pantalón café y una corbata roja con un diseño impreso. Agarró el maletín de cuero y salio a la calle a la hora acostumbrada: las siete con quince.

A José le disgustaban particularmente los días miércoles, aun faltaban tres largas jornadas para el fin de semana y siempre la pareció que aquel día, había más trabajo que de costumbre, siguió caminando mientras refunfuñaba entre dientes ante esta perspectiva. Al pasar la última cuadra de su calle, miró su reloj de pulsera y advirtió que aun le faltaban unas ocho cuadras para la estación – ¡Mierda! – pensó- y apuró el paso avanzando a grandes trancos sobre la acera.

A las siete cuarenta y tres llegó a la antigua estación, arribo al andén dos minutos antes del ferrocarril y se sentó en la primera banca. Se le entumecían los pies bajo aquel frío invernal y sintió como una o dos gotas cayeron sobre su cabeza. Bajó la mirada y perdió la vista en la línea ferroviaria. Un día de estos, tengo que renunciar a la pega, agarrar unas pilchas y mandarme a cambiar, al altiplano o más arriba a no se donde – pensó – mientras aflojaba un poco el nudo de la corbata, que llevaba un rato incomodándole.

A las siete con cincuenta y uno José ya no estaba impaciente, estaba más bien preocupado, un retraso de dos minutos en un tren puede ser un hecho común atribuible a un sinnúmero de cuestiones azarosas, pero el tren llevaba ya seis minutos atrasado y esto le parecía definitivamente anormal.

Ocho minutos más tarde, dos luces aparecieron a la distancia, José se acerco a la orilla del andén e ingreso en el primer vagón, una vez acomodado junto a una ventana como de costumbre, comenzó a mirar sigilosamente a la gente que viajaba en el mismo tren, aquella mañana eran en su mayoría gente mayor, un anciano de lentes y gabardina leía un libro viejo, más allá una mujer de avanzada edad dormitaba junto a una ventana. José desvió la mirada hacia el exterior, una fila de casas pasaban raudas, trató de recordar cual había sido el último libro que leyó, pero poco a poco fue sucumbiendo al sueño mañanero y al vaivén incesante del tren.


Despertó con el sonido sordo de lo que le parecieron ser fierros que chocaban, pero no vio más que la misma gente semidormida moviéndose al ritmo del tren, miró su reloj, eran las ocho con doce minutos. De pronto el tren quedo a oscuras, iluminado sólo por la pálida luz del pasillo; habían ingresado al único túnel que existía en el trayecto. José trato de mirar hacia fuera, pero el cristal le respondió mostrándole su cansado rostro sobre un fondo negro.

Aquel túnel debía tener unos cuatrocientos metros de largo y el tren no demoraba más de treinta segundos en cruzarlo, por lo mismo, cuando José notó que ya habían pasado unos minutos en la oscuridad quedo desconcertado. Pensó que quizás el tren se había detenido, pero el constante vaivén decía lo contrario, trató de mirar hacia fuera pegando la cara contra el vidrio, pero no pudo ver absolutamente nada, solo la negrura y el vacío. Siguió inmóvil, la mirada fija en la oscuridad, esperando a ver si sus ojos se acostumbraban y lograba ver algo. Al rato comenzó a divisar formas en la penumbra, árboles que pasaban rápido junto al tren y algo que parecía un cerro en la lejanía. Regresó la mirada hacia el interior del vagón mas se decepciono al notar que los viajeros no se percataban en lo más mínimo de la situación acaecida.

El tren comenzó a detenerse, con rapidez José caminó hacia la puerta del vagón, sentía una inmensa curiosidad mezclada con un miedo creciente. Al abrirse la puerta sintió como un escalofrió le recorría la espina dorsal, un frío que aparecía en lo más hondo de si y lo recorría de pies a cabeza. Se mantuvo inmóvil un momento frente a la estación. Afuera, la oscuridad era total, la estación comprendía tan solo una pequeña banca bajo un techo de madera y la única luz que alumbraba en kilómetros a la redonda era un pequeño farol a unos dos metros de aquel asiento. Apoyado en el farol, un hombre prendía un cigarrillo, su edad era inestimable bajo aquella penumbra, pero José vio como aquel hombrecillo tras prender su cigarro le hacia señas llamándolo. Caminó hacia el, el tren cerro sus puertas y comenzó su incesante vaivén, abalanzándose sobre la azabache espesura. Mientras se acercaba al hombre, comenzó a distinguir sus facciones, era un hombre de pelo negro, debía tener unos cincuenta años, no usaba barba, tan solo un bigote grueso que le daba un aire de elegancia, usaba un jockey grisáceo y unos anteojos grandes. Hola José, ¿como estas? – le preguntó animadamente – estrechándole su mano cubierta de un guante de cuero negro. ¿Cómo sabe mi nombre? - contestó José, mientras apretaba la mano del desconocido. Para esto estoy aquí, para saber tu nombre – contestó el hombre- mientras expulsaba una bocanada de humo. José volvió a sentir ese hielo apareciendo en lo más hondo, se sintió mareado. Le asaltaban una infinidad de preguntas y ese hombre era de lo más extraño que había visto, además, a esta hora debería estar en su trabajo, debiese haber un sol quemando el asfalto junto a su ventana y él debería estar leyendo informes y trabajando en su computadora, en vez de eso, había una noche estrellada, un tipo que fumaba y una estación en el medio de la nada. Para aclarar la cabeza se sentó en el banco, el tipo lo miraba con tranquilidad parado junto a él. Por fin preguntó.

- ¿Donde estamos?
- Bueno, para ser preciso, esta es la estación número veinticuatro de la antigua línea férrea de San Juan, algunos la llaman “la lumbrera” por culpa del farol, pero creo que su verdadero nombre es “estación los narcisos”. – Luego calló y aspiro humo de su pipa.
-
Esto para José fue demasiado, un golpe a la lógica, sintió deseos de correr a cualquier parte, despertarse de este sueño torcido. Aquel tipo debió notar esto en el rostro de él, lo miró con piedad y agregó. Disculpa, no me he presentado, mi nombre es Silvio, proviene del latín, significa Hombre de la selva y esta línea férrea conecta tu realidad con otras realidades paralelas a tu existencia y ahora, ahora estas sentado a medio camino, es el punto en tú existencia donde debes escoger entre dos opciones. Debes tomar el tren, la próxima estación te guiara a la reencarnación, nacerás nuevamente y de esta vida solo quedaran rastros, recuerdos inconclusos. Volverás a nacer y seguirás perfeccionando tu existencia y por consiguiente la de los demás. Por otra parte, en la otra estación, continuaras existiendo bajo tu mismo nivel de consciencia. Vivirás en comunidad compartiendo las bonanzas de un mundo hecho a tu medida, vivirás allí por la eternidad, alejado de los problemas mundanos. José se quedo inmóvil, cerró los ojos.

A José Luis no le interesaba particularmente ninguna de estas propuestas, quería más bien, volver a su hogar. No quiso saber más nada de realidades paralelas, ni de trenes que llevaran a ellas, mucho menos quiso oír a aquel hombre extraño pidiéndole que volviera, rogándole que no fuese insensato y que lo más seguro era tomar el tren. José Luis caminó, caminó con la mirada fija en los interminables rieles por infinitas horas, donde la noche se hizo eterna, cruzó un bosque, cruzó un lago y paso cerca de un río (o al menos eso pensó pues oyó el trepidar del agua.), lo cierto, es que jamás amaneció, la noche siguió en su oscuridad azabache hasta que José no pudo más y se derrumbó sobre la línea, cansado, famélico, sediento. Miró hacia el cielo pidiéndo explicaciones a dios por sus propias decisiones. Yo no me merezco esto, hay otros que si – murmuró- y pensó en un par de muchachos de la oficina, estúpidos a su juicio. Cerró sus ojos, sintió como la realidad se desvanecía en derredor, el peso de su propio cuerpo se disperso uniéndose al propio peso del aire, se dejo llevar sintiéndose liberado mientras sentía un leve olor a quemado y algo más que inundaba el ambiente.

De pronto alguien lo movió, sintió un dolor profundo en su vientre, intentó abrir los ojos mientras la liviandad y el relajo parecían esfumarse. Notó una fuerte presión en el pecho y comenzó a respirar con dificultad. ¡Acá!, ¡Acá!, gritó un fulano- ¡resiste hueón te vamos a sacar!- agregó con desesperación. José vio un halo a través de los fierros molidos y mezclados que hacían formas a contraluz. Alguien metió su mano desnuda por entre los fierros acariciando el rostro ensangrentado de José – Tranquilo hermano, te estamos sacando.
José cerró los ojos y escuchó como los fierros comenzaban a moverse, volvió a sentir aquella liviandad en el espíritu, creyó esbozar una sonrisa.

Texto agregado el 04-04-2010, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]