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Inicio / Cuenteros Locales / snooptwo / Una Historia de Héroes: Ep. 7

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El anuncio

- Señores, señores, tranquilos- dijo Lyonel Samson- Bajemos la voz, por favor.
En el Consejo, docenas de personas discutían agitando los brazos. Lyonel, frente a la ardiente chimenea, estudiaba a los convocados.
(¿Gritando van a llegar a algo?)
Como recluidos, en una esquina del aposento estaba el grupo de los Sacerdotes. Eran cinco hombres de largas barbas y ostentosos ropajes. Todos llevaban un gorro cónico con bellas ornamentaciones en oro. Sus faldas y capas caían hasta el suelo, pero era como si no pudieran ensuciarse, pues resplandecían de blanco. Eran los únicos que no habían dicho una sola palabra desde que recibieron el llamado del Consejo.
El Gran Sacerdote era un hombre de setenta y cinco a ochenta años. Era fuerte para su edad, de espalda ancha, mandíbula cuadrada y barba larga y sedosa Estaba en el centro del grupo. Apretaba los dientes pero parecía decidido a no decir palabra, a pesar de que varios le habían pedido que se pronunciara sobre la cuestión. Su opinión sería de suma importancia, pero era un hombre callado que no decía nada a menos que lo hubiera meditado mucho. Iba a dejar que los soldados (los pocos que había) se mataran entre ellos, iba a permitir que esos cinco granjeros apretujados contra la pared soltaran gritos y maldiciones. No era más que miedo. Incluso él estaba angustiado. No por su vida, sino más bien por el espíritu general. Si los cuentos eran ciertos, entonces no faltaba demasiado para que llegara la epidemia de Locura.
Un hombre enorme, que vestía con un pantalón de cuero y una camisa marrón, se acercó hasta Lyonel Samson. Este sujeto era el jefe de los soldados, y tenía el rostro cubierto por cicatrices. Era uno de los habitantes de Aramis que mejor conocía el mundo: había viajado muchísimos kilómetros, desde BuenaVista hasta Actupac. Su consejo, sin embargo, no era tan apreciado. No se caracterizaba por su inteligencia:
- No tengo hombres, Lyonel. No sé qué pasó. No encuentro a Lucio ni a sus hombres. ¿Dónde diablos se fueron?... de dos docenas de soldados que tengo, debe haber sólo cinco capaces de tal hazaña. ¡Cinco!... y mandaste a buscar a Grama… Yo te advierto que ese heraldo egocéntrico no es confiable.

- Es el mejor guerrero de todos, y no está afiliado a Lucio.
- Ya no es el que era. Te lo advierto, Lyonel.
- A esta altura, no tenemos otra opción.
Se oían varios gritos. Unas mujeres, cerca de la puerta, se agarraban la cabeza. Eran las esposas de los campesinos más ricos, esos que vivían del otro lado de la Falla. Sus maridos, ataviados en los mejores trajes, discutían entre ellos y sacudían los puños. Lyonel sintió repugnancia. Odiaba la hipocresía, y esos tipos eran un canto a la estupidez:

- ¡Silencio, por favor!- pidió el Jefe del Consejo.
- ¡Traigan otra caravana!- exclamó la multitud.
Se escucharon varios “¡hurra!” y muchos “¡eso!”. Otros movieron las manos en un gesto de desaprobación “¡no hay tiempo!”. Había dos granjeros que discutían acaloradamente, cubiertos por la sombra de un rincón. Si la situación se iba de las manos…

(No puedo dejar que eso pase)

Lyonel había mandado a llamar a todas esas personas para que opinaran, pero sabía que había entre ellos varios intrusos y curiosos. ¿Serían gente de fiar o desatarían el pánico con la información que pudieran conseguir?, el Jefe del Consejo estaba ahora en un punto en donde no podía preocuparse por esas cosas.

(Además Aramis ya está bastante nerviosa)

Los campos ya no crecían y el agua… ¿qué era ese barro nuevo que había aparecido, como una grasa espesa y viscosa?, ¿qué pasaría cuando ya ni el aire fuese confiable?, ¿Qué pasaría cuando el cielo fuese negro tanto de día como de noche?:
- ¡Sacerdotes!- exclamó Lyonel- ¡Hagan el favor de venir adelante y dar su opinión!
Los ancianos se miraron unos a otros. Lyonel Samson los respetaba porque eran grandes autoridades, pero por la memoria de su padre que no iba a dejar que los pobladores de Aramis se arrancaran las lenguas unos a otros mientras ellos filosofaban sobre el Bel:
- ¡Vengan!
Hubo entonces un silencio general en el salón. Nadie hablaba en ese tono a un Sacerdote. Mucho menos, nadie les daba órdenes. No hubo siquiera murmullos y pudieron oírse algunas carretas que cruzaban por las calles empedradas de los Mercados.

El venerable Gran Sacerdote inclinó la cabeza y se adelantó, apoyándose en su báculo. Cuando estuvo junto a Lyonel, bajó la mirada al suelo, como profundamente avergonzado:
- Perdón, Lyonel’don. Admito que nosotros también tenemos miedo y sé que no hemos dicho nada. Llegó el turno de hablar. Estuvimos discutiendo mucho en el Templo de la Luz sobre los últimos acontecimientos y también sobre la pérdida de la Caravana. Mi Segundo desempolvó los viejos libros sobre el Renacimiento y los estudiamos con mucho cuidado.
- ¡Entonces es cierto!- dijo alguien- ¡Para eso era esta caravana!, ¡para un nuevo Renacimiento!, ¡Sagrado Sacerdote!, ¿qué vamos a hacer?

- Lo principal es no ceder ante el pánico. Tenemos lo más importante de todo, al Kiseki. Es cierto que tuvimos muchos años para prepararnos, pero nos hemos descuidado. Pido perdón. La situación es clara: tenemos al sucesor de Pedro Beller, pero ya no tenemos escoltas que lo lleven al Palacio Espejismo. Y no contamos con tiempo ni recursos suficientes para ir a buscar más guerreros a otras Baronías. Nos hemos dormido mientras el enemigo acechaba… yo me he dormido mientras una mano negra apretaba cada vez más al mundo. Pido perdón por eso.

Entonces hubo varios murmullos. Las discusiones cesaron, porque los presentes habían escuchado dos cosas sorprendentes: El Gran Sacerdote disculpándose y la declaración de que había aparecido el Kiseki.

Varios, después de meditarlo, se adelantaron contra Lyonel y el Gran Sacerdote, demandando una respuesta:

- Hoy hace quince años que Fromanu, la Sabia Rana, nos indicó que acababa de nacer el Kiseki- confesó el Gran Sacerdote.
- ¡Por el Bel!- exclamó alguien- ¡Y lo mantuvieron en secreto!, ¡es casi una traición!
- No sean necios, hubo una razón para no develar al Kiseki hasta este momento- dijo el Gran Sacerdote- No hubiera podido crecer. Es a los quince años cuando un alma alcanza su propio brillo. Como un árbol, el Kiseki tenía que ser libre de levantarse a su manera y…

- ¿Hace quince años?- preguntó el mismo sujeto- ¿Quiere decir, Gran Sacerdote, que es..?
- Sí, el Kiseki es muy joven. ¡Y ahí la tienen!, acaba de llegar al Consejo.
En la puerta del Consejo había un hombre alto. Sus hombros eran anchos y su cabeza pequeña. Su cara estaba cubierta por apacibles arrugas. Era un anciano. Vestía con ropas propias de un campesino: telas livianas, una capa y ninguna hebilla.

Frente a él estaba una muchacha. El hombre apoyaba sus rugosas manos sobre los delgados hombros de la chica, protegiéndola de la multitud. Su mirada sombría, que todos conocían por amable, parecía amenazar a quien se atreviese a dar un paso en falso:

- L… Lumiere’don- dijo un hombre junto a la puerta.
Franco Lumiere lo fulminó con la mirada. Había vivido en Aramis sus setenta y dos años y todos lo conocían. En un tiempo había sido herrero, luego trabajó algunos años directamente para el Templo de la Luz y ahora disfrutaba de llamarse artesano.
No era ningún sabio, pero podía dar buenos consejos. En su cara siempre había una sonrisa y sus claros ojos azules aclaraban cualquier oscuridad.

En ese momento, sin embargo, se veía como un guerrero temerario. Su boca describía una curva pronunciada y sus ojos se ocultaban en cuencas negras como cavernas. Llevaba, quizás por primera vez en su vida, el cabello despeinado:
- Ahí la tienen, a la que ha sido llamada Luminosa de Sorian. La sucesora de Pedro Beller, Romyna Lumiere, nuestra Kiseki.
- Princesa Romyna- le murmuró su abuelo al oído, apretándole con fuerza los hombros.
La chica no quería levantar la cara.

(Sólo va a haber mucha gente triste. Sólo caras tristes)

- P… pero… ¡Por el Bel, sólo es una muchacha!, ¡no es mayor que mi hija!
Empezó una discusión nueva. Muchos se agitaban y reclamaban una respuesta. Algunos proponían consultar otro Oráculo, Fromanu estaba viejo y quizás ya había enloquecido. ¿Esa muchacha era la Kiseki?, ¿esa niña tan pequeña y delicada?, muchos pensaban que era una broma, y de muy mal gusto:
- ¡Silencio!- exclamó Lyonel- ¡No voy a permitir que se difame a la Kiseki en este Consejo!, todavía resta hacer una última prueba que confirme a Romyna Lumiere como la nueva Kiseki.
- Según la leyenda, la Daga del Destino debe brillar en las manos del Kiseki. Así ocurrió con Pedro Beller- dijo el Gran Sacerdote- Y así ocurrirá con Romyna Lumiere.

Hubo otra discusión más en el recinto. Muchos ignoraban qué era la Daga del Destino y los picos que había escuchado sobre ella desconocían cual era su función. El malestar motivaba los comentarios más disparatados.

Lyonel Samson levantó entonces una daga de mano, no mucho más grande que las convencionales, pero definitivamente más lujosa. El metal de la hoja parecía recién forjado, y brillaba con una intensidad majestuosa. La empuñadura, que era de oro, estaba recubierta por tallados y símbolos circulares. Al verla, muchos se asombraron. Otros se quejaron.

Un hombre, enloquecido, se adelantó y señaló a Romyna casi con desprecio:
- ¡Ni siquiera están seguros de que esta chica sea el Kiseki!, ¡qué tal si no lo es!, ¡qué tal si no tenemos ni idea de quién es!
- Tranquilidad, tranquilidad- pidió el Gran Sacerdote- Que la ignorancia no nuble nuestros juicios. ¡En vez de gritar, admiren la valentía de esta chica! Le comunicamos nuestras sospechas hace menos de dos semanas para no flexionar su crecimiento. Cada minuto de su desarrollo era indispensable, y teníamos que esperar hasta este momento para hacer la última prueba.
Un hombre tomó a Romyna por el brazo:
- ¡Vamos al Templo de la Luz a demostrar que esta chiquilla no es quien nos dicen que es!
- ¡Quítale las manos de encima!- rugió Franco Lumiere.
De un sacudón, empujó al apresurado campesino:
- ¡Abuelo!
- Nadie va a tocarte.
- Ab…
- ¡Lyonel!- exclamó Franco, y entrecruzó las manos- Por favor, esto es demasiado para ella y para mí. Desde que conozco las sospechas, sólo temo por la vida de mi nieta. ¿No pueden hacerse las cosas de otra manera?, ¡estudié!, ¡leí varios libros!, todavía si ella es… bueno, ¡hay otras formas de sanar el Bel!
- Lumiere’don, conoce bien la situación- dijo Lyonel- Si su nieta es la Kiseki, no nos queda otra salida.
- ¿Cómo?, ¡el Palacio Espejismo, si existe, está muy lejos!, ¡es muy peligroso!, ¿es que este mundo está dispuesto a dar la vida de una niña para salvarse?
- Es el designio del Único para cada uno de nosotros- dijo el Gran Sacerdote, casi disculpándose, y agregó- Baj.
Franco Lumiere luchó por no llorar. Él no lloraba. Él era el hombre que abrazaba a Romyna y le daba las buenas noches. Era el que, cuando la niña tenía seis años, le decía que no había ningún monstruo bajo la cama.

(Pero siempre fue diferente, ¿no? Ella siempre fue especial. Las mariposas, ¿lo recuerdas?, las mariposas y el pasto)

(Piensa que su jardín está perdido. Franco camina por el sendero de piedras que atraviesa el patio de su casa, arrastrando los pies. Todo está seco. Allá el rosal se ve marchito y opaco. La tierra está blanca y desquebrajada. Es la peor sequía que Aramis ha sufrido desde el 398. Una verdadera lástima, porque el viejo adoraba su jardín:
- Una pena- murmura, mirando a su alrededor- Si…
- ¡Abuelo!
La pequeña niña corre hasta él para abrazarlo. Romyna tiene seis años y brilla como una pequeña gota de oro. A Franco siempre le ha sorprendido su cabello, tan dorado que es capaz de competir con el sol:
- ¡Mira abuelo!
Romyna señala una mariposa azul que retoza entre las hierbas muertas del jardín. Es casi el último vestigio de vida en ese campo de pastos duros, marrones y llenos de espinas.
Romyna corre hacia la mariposa, radiante de belleza, riendo y asegurando que va a atraparla. Franco no puede ocultar una sonrisa, su nieta impulsa una gracia singular incluso a tan temprana edad.
Entonces él ve algo que no puede creer. El pasto alrededor de los pies de Romyna se torna verde y brillante. Desde os manzanos secos, aparecen más mariposas danzarinas que revolotean alrededor de la niña. Romyna salta y juega con ella, mientras a sus pies, como un líquido derramado, los pastos se van levantando, toman color, brillo e incluso se bañan en rocío:
- No puede… esto no puede…- murmura Franco, sin saber qué decir)


El recuerdo lo aisló de cuanto ocurría en el Consejo. Cuando bajó la mirada, vio los ojos de Romyna, profundos y misteriosos como algo en el centro del océano.
- Abuelo, si te parece bien, quiero ir al Templo de la Luz.
- Pe… pero… ¡no!, ¡no me parece bien!, ¡estos tipo no pueden venir y decir que…!
- Abuelo, está bien. Yo siento que… que…- movió lentamente la cabeza- Perdón abuelo, es algo que tengo que hacer, por…
El silencio se expandió desde Franco hasta el otro extremo del salón, donde Lyonel y el Gran Sacerdote miraban a la muchacha casi con veneración:
- Por todos.


Mientras peregrinaban hacia el Templo de la Luz, Lyonel Samson se quedó en las escalinatas del Consejo. Viendo esto, el Gran Sacerdote se le acercó y le puso una mano sobre el hombro:
- ¿Y si me estoy equivocando, venerable hombre?- preguntó Lyonel- ¿Y si estoy enviando a la única esperanza del mundo a su muerte?
El viejo, que mucho tenía de sabio y poco de tonto, suspiró y se encomendó al Único, pero viendo que esto no consolaba al Jefe del Consejo, le dijo:
- A veces uno tiene que arriesgarse a estar equivocado.
- Pero cuando hay tanto en juego…
- Mi estimado Jefe del Consejo- dijo el Sacerdote- Lyonel… ya sufriste demasiado, ¿no te parece?, si bien el sufrimiento de una persona no tiene final hasta la Visión del Único, está bien que tu corazón descanse un poco. Tu familia está golpeada.
- Lo sé, pero igual…
- Silencio, hijo. Si te estás equivocando, nadie te lo va a demandar. En cambio, piensa diferente. Todo cuanto puedes hacer se está haciendo.
- Gracias, venerable Sacerdote.
- Todos estamos en las mismas manos cuando es el mundo el que está enfermo- suspiró el viejo- No me queda mucho en este Plano, lo sé, lo presiento… pero algo va a pasar.
- ¿Dice que va a morir?
- Digo que dejo mi Baj en manos del Único- sonrió el Sacerdote- Y, quizás hijo, deberías hacer lo mismo.

Texto agregado el 19-04-2010, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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