A más de un siglo del viaje eterno de este monolito esteticista llamado Òscar Wilde, todavia la carne no termina por descomponérsele y parece que se nos inunda la habitación con un sutil olor a heliotropo o algún otro perfume; con alas sodomitas, descarado, rostro de loca, boca odiosamente excesiva.

Nunca he sido un seguidor fiel, lo confieso, y al decir esto no me refiero a que no lo desee charlando conmigo, principalmente después de leer Teleny, cuánto nos encanta pensar que él es el autor, ja!. Y más aún, pensar que su amante sin tiempo, Bosie, lo ayudó a escribir semejante monumento a la lujuria, una obra empapada de pecado y orgasmos.

Pero dejemos Teleny y sigamos; eso sí, con guantes y pinzas para no contagiarnos del mal de los carnavales y del vicio de los “genios”. Como les decía nunca he sido de los seguidores fieles que todo le perdonan a Wilde y lo convierten de plastilina, restándole mérito en vez de sumárselo; yo sí puedo decir que algunas de las obras de Òscar me parecen letalmente aburridas, desabridas y enladrilladas, de hecho uno de sus grandes amigos solía decir con desgano que Òscar muchas veces escribía presionado sólo por ganar dinero rápido y hacer guiones redituables que vendieran un buen número de palcos a cientos de acartonados y aristócratas traseros. Por lo mismo, muchas obras, si no es que todas, son a mi gusto extremadamente explícitas en detalles bofos, chuscos, rayando en lo hueco; sin importancia. Y sí, también tiene muy buenas paradojas, no estemos ciegos a ello, pero lo cierto es que Wilde amaba el dinero y fue capaz, muchas veces, de sacrificar su gran ingenio para obtener unas libras más; congraciarse con la sociedad era cuestión de vida o muerte.

Lo que nos fascina de este ente del siglo antepasado no son sus escritos ni su recalcado arte, lo qué nos fascina es que aún enfundado en esos anticuados trajes de poliéster y con esos ridículos cuellos postizos, nos hablara de sexo, hombres, mujeres, homosexuales y cuanta cosa excitara su obesa imaginación; no contento con esto, en plena época victoriana fornica en cuanto hotel hay a su paso con un seudo adolescente chulo, golfillo de 20 años llamado Bosie ;lo meten a la cárcel, sale, termina de morirse, (creían ilusos, ah!, que nunca pasaría pero la muerte llega hasta los más enaceitados).

Después de siglos sigue mortalmente, deliciosamente mojado, indolente, con su mirada sexual, orillándonos a lo prohibido; como una Eva nueva y regordeta nos invita a lo que el ser humano ya por sí mismo es propicio: a saltar por encima de lo establecido.

Òscar Wilde nos encanta porque es ese lado de nuestra conciencia, ese lado oscuro, que, nos dice, sensual: sigue, sigue, ¿una?, qué va!, una no es ninguna!.