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Cuando la Agustina se fue, no dude sería la última vez que la vería en nuestro hogar. Pero aun sabiendo que no regresaría, no es de hombres y lo repito porque mi padre me lo dijo un día, hace mucho tiempo, antes de conocer a la Agustina, no es de hombres dejarlas irse con cualquier hijo de puta sin dejar de darles su merecido a ambos. Pero la situación era difícil, era de comprenderlo. Yo no trabajaba desde hace mas de cuatro meses, ella, a la cual le había prometido que se viniera conmigo y que tendría todo, se me fue desilusionada al mirarse en el espejo diario mas engañada que nunca. Pero las mujeres son así, aunque uno no las engañe con otra hembra, para ellas es peor a veces, prometerles que se yo, tal vez un vestido, tal vez una cena, que se yo, y no cumplirles y dejarlas viéndose al espejo, a la espera de una sonrisa de alegría naciéndoles como flor de primavera. Ella estaba harta de la vida que le había dado y se fue por incumplimiento de palabra. No creo que fue porque ya no me quería. Pero bueno, yo había tratado de arreglar las cosas, y un día fui con ella adonde mi padre, un viejo rico que no sabía en cuales cosas gastar su dinero. A veces se iba al mar, esperando que una ola se lo llevara y así poder conocer alguna sirena para entretener sus últimos días. Otras veces, se iba de cacería a la espera de no casar, más bien a la espera, de ser la presa de algún animal salvaje. Nunca entendí esa su forma de pensar, a lo mejor era porque ya estaba muy viejo. Pero bueno, llegue y después de saludarlo como un buen hijo, le presente a la Agustina. Se sintió feliz, porque él pensaba que nunca me casaría. Él siempre vio en mi camino una sombra de soledad guiándome hasta la muerte, pero se dio cuenta que las cosas no siempre van de la mano con los presentimientos. Ahí estaba yo, con una mujer a quien quería y me quería. Después de todo nos invito a almorzar. Le conté mi situación, y él no dejaba de escucharme, ponía la atención que cualquier padre pone en su hijo cuando este, esta en una situación peligrosa. Yo hablaba y me pareció ver una lagrima bajándole por su mejía cuando ya iba a terminar mi historia y de pronto sin dejarme terminar me respondió que no podía hacer nada, que el dolor mas grande de los padres no es ver morir a sus hijos, si no ayudarlos cuando ya están en la edad de ayudarlos a ellos. Me fui y no quise volver a verlo.

En cambio invitó de nuevo a la Agustina, la invitaba muy seguido como buen suegro que era, así por lo menos, ya no me preocupaba por la comida de la pobre de mi mujer. Pasaron los días, yo moría de hambre y ella al verse al espejo, miraba como iba creciendo la sonrisa aquella. Un día ya no regreso, y yo, como un día me dijo mi padre, tenía que ir a donde estaba la muy puta esa y darle a ella y a al tipo su merecido. “La honra esta sobre todo mijo” y tenía toda la razón. Llegue a la puerta de su casa, llame y de pronto mi padre estaba esperándome. El quiso hablar conmigo, yo no tenía nada de que hablar. Saque mi revolver y las descargas se escucharon por todos los confines. Me quede parado si saber que hacer, no quería matar a la pobre de la Agustina, porque si ella se fue, de eso soy el culpable. Ahora que estoy en la cárcel y mi padre esta muerto por lo menos estoy seguro que cuando La Agustina se mira al espejo, ve muy emocionada, como esta de hermosa y fresca, la sonrisa que le ha nacido en sus labios.


Texto agregado el 06-06-2010, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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