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Inicio / Cuenteros Locales / jorgerodriguez / Capítulo 5

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La cima del mundo, cabeza del cielo o Sagarmatha como la nombran en nepalí. Última tarea en la lista, visitar el sitial que nos acerca a la inmensa obra de Dios. Tenía dudas que el alma frágil del joven pudiera soportar tal trayecto.
Nos establecimos en Nepal por unos días, cuna de Tenzing Norgay, quien junto a Hillary lograron su gloria en mil novecientos cincuenta y tres. Juntamos provisiones suficientes y escuchamos las anécdotas de algunos sherpas ancianos de como lograron que la mente sobreviera allá arriba, mientras nuestros cuerpos se acostumbraban al clima.

Recuerdo aún frescas las palabras del mismo Norgay en los labios de su hijo, con él que nos conocimos en empresas similares. "Desde la cumbre de la montaña no se puede ver todo el mundo, Jamling. La vista sólo le recuerda a uno lo grande que es el mundo y las muchas cosas que quedan por ver y aprender", a esto le sumo aquellas que nunca conoceremos en vida.

Finalmente llegó el día -¿Estás seguro de querer hacer esto? ¿Te sientes preparado?- le pregunté al chico, pero el dolor se comió su lengua. Sin articular respuesta tomó su mochila y con paso decidido se dirigió a la montaña.
Me preocupaba que siguiera afectado y que eso pudiera perjudicar el ascenso, por lo que no perdí tiempo en volver a su lado y continuar, ya no como guía sino como amigo. Le doy las primeras indicaciones que acató sin discutir y de una manera eficiente.

Tres meses han transcurrido y sólo llevó dos tercios de mi propio recorrido en años anteriores. Mientras mi acompañante se convertía en hombre, mis constantes cansancios me recordaron cuan cerca del atardecer de mi vida me encontraba. Por suerte los sherpas que encontramos en cada campamento a medida avanzabamos, nos indicaron que las condiciones eran aún aptas para el ascenso.

Siete mil novecientos veinte metros de altura, cuarto campamento por la vía del Collado Sur, localización conocida también con el nombre de “zona de la muerte”. Cada vez cuesta más respirar y sólo contábamos con tres días para intentar llegar a la cima, antes de que nuestros cuerpos sucumbieran a los efectos de la altura.
Paz, es un concepto que se descubre en estas alturas y aún encontrando algún alma con quien compartirla preferiría ahorrar energías para continuar. Cada bocanada de aire vale oro.

-Ascenderemos a medianoche, se estima que nos demoremos entre 10 a 12 horas en lograrlo por lo que esperemos las condiciones del tiempo estén a nuestro favor- el chico tenía la mirada helada, escuchó cada palabra que dije para responderla asintiendo con la cabeza. Extrañaba el sonido de sus preguntas.

El Escalón de Hillary. Doce metros de una imponente pared de roca, testigo de cómo los jóvenes se vuelven hombres. Un último esfuerzo para contemplar en toda su magnificencia a la madre de las montañas. Amanecía pero poco le importa a mi cuerpo acalambrado y a mi respiración que guardaba con desesperación un poco de aire. “Sólo un poco más, hazlo por el muchacho”, me convencía para gastar un poco más de mis energías.

Mediodía y la cima fue nuestra, sólo estaríamos unos cuantos minutos por lo que reponer fuerzas era lo primordial.
-Disfruta lo que ven tus ojos, muy pocos tienen esta oportunidad- dije a espaldas del chico, mientras buscaba entre mis cosas algo para calmar el cansancio y el hambre.
-Ya no tiene sentido…- murmuró el joven, de pie y aferrando la lista entre sus manos, rompiendo el silencio con sonidos que volvieron a entibiar su garganta.

-¡Sorpresa! Bienvenido- giré para charlar un momento antes de la merienda. Sin embargo, él seguía ahí estático. Dándome la espalda, como si algo lo perturbara.
-Ya nada tiene sentido para mí, esperaba que la montaña sería justa conmigo y no me permitiría llegar tan lejos- prosiguió.
-A que te refieres ¡Lo has logrado!- intenté animarlo un poco con mis palabras.
-Se supone que esto me tomaría el resto de mi vida, y en menos de un año ya todas las tareas están tachadas. Si tan sólo hubieras fallado lo suficiente, no tendría que soportar todo lo que a la vez perdí-.

-Hey, no podemos reducir nuestros planes en una simple hoja de papel. La vida es mucho más que eso…- dije mientras mi cuerpo se puso de pie.
-¡Cállate! El único responsable de que ahora me sienta mal, eres tú, que terminaste con cada una de mis ilusiones a medida se cumplía la lista y ya nada puede cambiar eso- dicho esto, el muchacho soltó el papel en el viento.
-Hijo, no te lo tomes así- me acerqué lentamente a su lado aún acalambrado por el ascenso. Puse mi mano en su hombro, comprendía su sentir, no era la primera vez que el mundo me decepcionaba. Mientras, sentía que esa sombra de mundo en mí se desvanecía. ¿Lograría un legado?

Sin embargo, reaccionó contrario a mi estima y cegado por la confusión, el muchacho se abalanzó sobre mí, para luego, en un arrebato de ira, comenzar una golpiza como si mi persona se tratará de su mejor enemigo.
Mis brazos no respondían por el cansancio, cada vez me era más difícil respirar y la pureza de la montaña no tardó en teñirse de rojo. Éramos sólo aquel desconocido y yo en la cima del mundo y por cada puño que acertaba en mi viejo rostro el frenesí aumentaba. Sus nudillos estaban ardiendo, sentía que me despedazaba como si fuese un viejo costal de carne.

Tal como me ocurrió alguna vez, el chico se ha convertido en un hombre.

Así concluye esta odisea, donde su significancia no radica en como un niño debe descubrirse luego de recorrer toda una vida, sino en cómo finalmente fue apagada la mía.
Hay personas que buscan todos los días su ideal, otras que silencian el suyo por cumplir sueños ajenos. A todas ellas les dedico mi historia.

Texto agregado el 26-07-2010, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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