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I malabarismo
Sale del banco. Trata de taparse la cabeza con el cuello de su casaca. No lleva gorra. Salta por encima del charco que se ha formado en la puerta de ingreso al banco. Cruza la calle por medio del tráfico: líneas, triciclos, mototaxis y algunos taxis estacionados a la deriva en la vereda del banco. No se oye ningún claxon ni chiflido. Viene hacia mí.
Las luces se encienden en los faros, el pavimento brilla. Calculo que ya es las cinco y treinta.
Se sacude las gotas de agua de la cabeza, está casi empapado. Se arrima a la pared de la vereda, me mira de reojo. Se fija en mis descalzos pies, los encojo, y me envuelvo más con el color sepia de mi manta. Pensativo mira el banco y, busca algo en el bolsillo de su casaca. Sigilosamente pateo un poquito mi lata hacia la mitad de la vereda; ansioso espero el estridente sonido de una moneda, mientras el hambre me hace abrir la boca y cerrar los ojos.
Por debajo de mi manta le miro de reojo, como búho. Saca una cajetilla de cigarro, de ella extrae uno. Enciende. Una bocanada, otra y tras otra. Toby recostado a mí, abre los ojos, rastrea el olor plomizo, siente recelo y gruñe.
El sabor mojado del humo amarga mi boca. Enojado, saco la cabeza del interior de mi manta. Maldito fumon, tacaño, murmuro mientras trato de calmar a Toby, acariciando su cabeza. Y giro la mirada a mi derecha:
Una mujer con pollera entra de prisa a la panadería, cargando un atado. Rápido señorita, dos soles, la línea me va dejar, vocifera.
La luz interior de la panadería proyecta en la acera mojada, la sombra de una pareja bajo un solo paraguas que pasa comentando el clima.
Un muchacho de negro, y empapado, pasa por mi lado, moviendo la cabeza para adelante y atrás. Lleva en los oídos audífonos muy llamativos. Me mira y moviendo la cabeza se pierde en el sur.
La calle se llena de escolares, de jóvenes y de hombres con maletas; algunos de estos lleva puesto poncho de plástico, los otros solo corren en busca de algún rincón.
Y ni una sola moneda.
Tal vez debería estirar la mano y dejar de acurrucarme, pienso.




II malabarismo
Miro mi lata, hasta la mitad está de agua, extraigo de ella, cinco monedas de diez céntimos y, echo la gélida agua. Cojo mi bastón y, me levanto, me duelen las rodillas y la espalda. También Toby se levanta, abre la boca, mueva el rabo y me ladra. Mira al hombre que fuma y, gruñe.
Observo las monedas en la palma de mi mano. Suspiro. Después de todo, tenemos algo, le digo, mientras le doy una jaloncito de oreja a Toby.
Miro el reloj de la pared de frente, son las siete de la noche. Deme cincuenta céntimos de pan, pido a la señorita. ¿Su reloj está bien, no? observo. Ella asiente, con cierto temor.
Recibo la bolsita de pan, con ansias de devorar hasta la bolsa. Toby se para de dos patas, salta, ladra; salgo de prisa del establecimiento.
Cojeando camino hacia la esquina, tratando de quitarme a Toby. ¡Auuu!, mi planta, maldigo. Perdón señor, perdón. Fíjese donde lanza sus colillas, protesto y, fijamente le miro a la cara. A través del resplandor de su pitillo, noto una manchita en la punta de su nariz, cavilo un momento. Lo conozco, si lo conozco. Desconcertado, recorre de costado hacia la esquina. Cómo no me di cuenta hace rato, recapacito.
Entonces, le hundo el bastón en el pecho. Tú, eres El payaso, ¿Estas pensando robar el banco, de nuevo?. Dejando caer su colilla a la pista de autos, inclina la cabeza y me increpa con el índice. Oye traposo, ¿quién te crees para acusarme de esa manera? ¡ah! . El índice le temblaba y la voz le flaqueaba. Prefiero serlo, antes que un ladrón como tú. Le lanzo la bolsa de pan en la cara. Toby al percibir la trifulca, ladra desesperado y traga los panes regados. Viejo de mierda, toma esto. En ese instante: un puño se estrella en mi ojo derecho y caigo a la canaleta. Salta por encima de mí y sale a empujones de la gente que nos rodeaba.
Me agarro la espalda, siento un dolor descomunal. La gente se esparce en todas las direcciones. Miro a Toby que regresa ladrando del sur. Gateo, estiro el brazo y, apenas logro alcanzar: la máscara de payaso, la misma que usó hace 15 años para asaltar el banco de la La Nación. Las lágrimas invaden mis mejillas. La chica de la panadería me consuela y me ayuda a levantarme. Inclinándome al bastón, lo veo perderse en el sur. ¡Richard…Richard …¡(repito como un disco rayado). ¡Hijo mío! Hijo, volviste enmascararte en esta triste vocación de alegre, pronuncio mientras la chica me alcanza un poncho de plástico.
FIN

Texto agregado el 02-10-2010, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


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