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Crimen en Óleo sobre Lienzo

El aire gélido entrecortaba rítmicamente mi respiración, cerré los ojos, aspire con delicia el olor añejo en cada ápice de tierra, en cada ventisca insolente transmitida por los árboles, la imperfección del paisaje, el silbido intemperante del viento. Todo conspiraba para un éxtasis rotundo, para dotar mi cuadro de magnificencia, mi obra, mi creación, yo había dado vida al aroma, yo era el creador del matiz tornasol en aquel arrogante y espléndido paisaje, yo era el pintor.

Pintar era el acto mismo de vivir, cada roce de mi brocha con el lienzo era la seducción de lo desconocido, era el puente ornamentado entre lo real y lo inexistente, era romper la opresiva muralla que nos separaba de lo trascendental, que nos mantenía confinados en la superficialidad de un mundo que no respondía ante el desasosiego del ser humano. Mi deber era otorgar a los hombres una dosis de aquel universo inédito, calmar su zozobra e incertidumbre, por eso decidí asesinarla, porque la amaba, y porque el amor y la muerte caminan paralelamente en aquel proceso que excita el ansia de conocer para salir de la disipada ignorancia e ineptitud a la que nos ata la vida terrenal.

Los hombres presentan una incapacidad para amar de manera permanente, su principal contrariedad es que no pueden eternizar el contacto con lo fastuoso y embelesador. Yo también era un ser humano, pero había encontrado el camino de la inmortalización en mis pinturas, así que en un arrebato de consternación y temor a perder el amor que sentía por ella, decidí realizar mi más sublime creación, está vez no era un paisaje, está vez le daría la vida a ella, la vida perpetua a mi amor se la concedería su muerte…

La envenené, corrompí su sangre con la dulzura de un pecado, ella sólo durmió, yació en el sosiego de la muerte con un deleite que quedo expresado en la serenidad de su semblante. La tomé entre mis brazos y cubrí su piel con un vestido rosa pálido, después abrí sus venas, la sangre corrió con precipitación y ardor por todo su cuerpo, ensucie mis manos de ella y extasiado tomé una brocha para comenzar a pintar. El olor de su muerte embaucaba mis sentidos, pintaba, entre una combinación exquisita de óleos y sangre, a aquella mujer que amaba mientras su mirada pérdida en la inmensidad de la grandeza le cedía su vida a mi cuadro, su muerte representaba el vehemente sacrificio por brindar al mundo la intemporalidad de la existencia y mi obra era el espejo cristalino que abría las puertas a aquella peligrosa utopía…

Texto agregado el 05-10-2010, y leído por 252 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-12-2010 hermoso texto lleno de fuerza furia y pasion.... trotamundos
23-11-2010 el anhelo de trascendencia, no muy de moda hoy que digamos, transfigura el amor en otro sentimiento cuya grandeza nos lo hace ininteligible. no sé qué más comentar, creo que lo mejor es callar. buen trabajo. quilapan
06-10-2010 Una narración impresionante. Felicitaciones y estrellas! MujerDiosa
06-10-2010 Excelente texto..Felicitaciones te dejo mis estrellas Saludos Geama01 Gema01
05-10-2010 Buen texto. firpo
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