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María, si pudieras ver lo que yo veo, si tan solo sintieras lo que yo siento. Quizás así me perdones. Cielo y tierra están vestidos de luto. El fuego cae desde lo alto y surge desde lo bajo, la tierra se deshace bajo mis pies, los mares corrompen las fecundas praderas, aquello que era selva hoy es desierto, todos aquellos a los que conocías, a los que conocíamos… se han desvanecido, María, yo los vi, sus ojos no eran más que cenizas en el aire, sus cuerpos… éste es el castigo por mi pecado, solo yo me encuentro aún en este lugar, sangrando, sin fuerzas, pero aquí estoy, como hace tres años, arrodillado frente a tu tumba. Nunca tuve la fuerza para venir, lo sé, no pienses eso de mí, soy un cobarde, en todo este tiempo no pude enfrentarme a vos. Aquel cuarto blanco, los rumores sordos que nos rodeaban, aquella luz espectral, todo eso es mi último recuerdo tuyo. Tus labios tenían el sabor amargo de la sangre, como hoy lo tienen los míos, tus ojos estaban llenos de lágrimas, como hoy se encuentran los míos. Pero después de aquel día jamás pude venir a aquí. Hace tres años… el sol brillaba y la naturaleza parecía no estar anoticiada de tu partida. La gente llegaba lentamente, pasaban a mi lado mirándome tristes. Llegó el cura, su Biblia brillaba en sus brazos como alguna vez lo había hecho en tu regazo, aquellas noches en duermevela mientras esperábamos nuevas noticias sobre Juan. ¿Está con vos aún? ¿Lo ves, lo podés sentir? Sí, aún lo llamo por su nombre, como vos lo hacías, mi vida, como lo hacíamos juntos mientras te recostabas en el sillón tratando de sentir en tu vientre el manar de la nueva vida que habíamos creado. Aún hoy, mientras el flujo del tiempo se desvanece y todo lo construido por el hombre se transforma en la suave arena que ahora gobierna nuestra ciudad, pienso en aquellos días, aquellos momentos en los cuales nuestras vidas estaban en tu vientre, nuestros corazones formaban uno solo. Pero no es por ello por lo que vine. Aquel cuarto blanco…Vos lo viste allí, Él estaba a los pies de aquella triste cama de hospital, pero yo no te creí, yo no pude creerte. Tu alma brillaba pero tus brazos estaban tan pálidos, tan fríos. Y Juan… ¿Dónde estaba Él cuando Juan…? María, mi cuerpo ya no me responde, como a vos no te respondió bajo la lluvia de aquel noviembre en aquella fría carretera, aquel gris principio de tu blanco final. ¿No estaba Él en tu corazón esa noche? Todos lo que hoy ya no existen, todos los que hoy se han esfumado bajo el velo de mi pecado, todos ellos me decían que Él me cuidaría ahora que vos no estás, pero… esta tarde, sí, lo sé, Juan cumpliría tres años hoy, una tarde fría, tormentosa, caminaba perdido por la ciudad, quizás no lo sepas pero desde que te fuiste camino mucho, sobre todo cuando llueve, aún te busco en las esquinas, entre los rostros anónimos que me rozan al pasar. Allí lo vi, mientras cruzaba lentamente la calle. Su túnica blanca resplandecía y la lluvia parecía acariciarlo. El viento se rendía a sus descalzos pies y el sol, venciendo a las grises nubes, brillaba sobre su rostro, adornado con una dorada corona de espinas. Debería haberte cuidado aquel día pero vos te fuiste y Él desapareció, pero hoy lo encontré bajo la lluvia, en la calle. Lo seguí, sabía que Él había sentido mi furia ciega desde un primer momento, pero no me importó. Aquél que te dejó morir, aquél que me quitó a nuestro hijo… lo tenía frente a mí, sonriendo plácidamente, elevándose entre las gotas que caían elegantes a su alrededor. La pistola me quemaba en las manos, cómo ardió en mi pecho desde tu muerte, cómo se fundió en mi corazón desde aquella noche trágica. María… no me digas nada, no pienses en nada, su muerte es mi perdición y mi castigo, el de toda la humanidad. Su sangre derramada ocultó el brillante blanco de su ropaje y la corona, al tocar el suelo, se desvaneció junto con Él. Aquello que dejó en su lugar fue oscuridad y terror, el cielo resquebrajándose y la gente… se disolvía, no moría, no caía, simplemente desaparecía ante mis ojos.
Acá estoy, como hace tres años. Mis piernas ya no me responden, mis ojos ya no pueden llorar. El mundo ha dejado de existir, solo la eterna oscuridad, la soledad absoluta, el castigo de la propia existencia. Pronto estaré muerto, he pagado por mi pecado. María, pronto los veré, pronto volveremos a estar juntos… dañar es humano, perdonar es divino.

Texto agregado el 20-10-2010, y leído por 82 visitantes. (0 votos)


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