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—¿Cómo que quién soy? ¡Soy Dios! –dijo Travis, abrazando un Teddy disfrazado de Diablo en Halloween.
—¡Muy bien, muy bien! –la señora Welsh guardó algunos caramelos para dar los últimos al niño que moqueaba sin poder secarse con la manga por el papel aluminio enrollado en los brazos, en el pecho y en las piernas.
—¡Mira el hombre de hojalata! –suspiró tía Otilia, atragantándose con el dulce de calabaza cuando vio a Travis ante su puerta—. Vengan, familia. Aquí está ese niño con su trajecito tan mono.
—¿Es el mismo que era un pirata o un ladrón el año pasado?
—No, mamá —dijo, sonriendo como un ángel Drew que estaba secretamente enamorada de Travis desde el jardín de niños y estaba dispuesta a pasar por alto que le escurría la nariz en una terrible gripe otoñal mientras masticaba M&Ms.
—¿No?
—No, el año pasado también era Dios, ¿recuerdas?
La mujer negó con la cabeza mientras la tía Otilia ofrecía a la pequeña Drew una cucharada que ella rechazó, cautivada con los manchones de tierra y las cejas despeinadas de Travis, un poquito más bajo que ella.
—¿No quieres pasar? —dijo por fin, la niña.
—Hija, no lo molestes. Seguramente quiere seguir tocando en otras casas antes que sea de noche.
—De cualquier forma no lo regañan si llega tarde, mamá.
—¿No? —dijo la tía Otilia.
—No, porque es Dios —completó Drew, sonriéndole con complicidad y la aureola ladeándose por insuficiencia de pasadores.
—Ya veo.
Cerraron la puerta, despidiéndose de Travis que trató que Teddy fuera educado pero sólo logró que escupiera mientras él tosía para repugnancia de las mujeres en la puerta 16 de Gillfield Street.
—Me da una penita ese muchachito. ¿Qué comerá cuando no es Halloween?
—No tiene que comer siempre, tía.
Las señoras se miraron enternecidas por el estoicismo tan infantil.
—Cuando no tiene dulce se entretiene con un truco. ¡Es Dios!
—Bueno, anda ya es hora —terminó su postre Otilia, se colocó el antifaz y llevó, tal como prometió, a su encantadora sobrina a aletear como si fuera un mensajero celestial de casa en casa.
Pasadas algunas horas, Drew insistió en que fueran a pedir dulces a casa de Travis.
—¡Nena, anda! ¿Cómo crees que van a tener dulces ahí?
Sin embargo, con increíble fuerza a sus 6 años, arrastró a su tía que más bien parecía la calabaza que se comió, hasta el lugar donde prendían botes de basura para calentarse todos los indigentes cerca de la trastienda del señor Maltus.
Travis corrió al encuentro de Drew que le gritó muerta de risa— ¡Dulce o truco!
Fascinado, él sacó de su tenis roto una envoltura aún intacta y la puso en el costal de ese ángel rosáceo.
Presurosa, tía Otilia se enfundó en la chamarra y jaló de la manita a su sobrina para regresar.
—¡Espera! —Drew se desprendió con la misma facilidad que si hubiese estado hecha de aire en lugar de carne y hueso y regresó para plantarle un beso a Travis y a Teddy también que le agradeció con un gargajo insolente, mientras Travis se rascaba la nariz.
Muerta de espanto e indignación Otilia se tornó autoritaria, le dio tremendo jalón a la niña y preguntó— ¡Qué fuiste a hacer! ¿Eh?
—Le fui a dar un truquito también, tía —respondió, caminando a trompicones.
—Pero ya te había dado dulce, Drew.
—Pero creo que tengo que esforzarme más tratándose de Dios.

* * *
La profesora Drew de 4to. grado vigilaba a sus niños en lo que elegían una calabaza que llevar a casa y hacer linternas hasta que una figura llamó su atención. Escudriñaba en el contenedor pegado a la reja de la institución y ella se aproximó, con cautela.
—¡Buenas tardes! ¿Puedo ayudarlo?
El mendigo alzó la mirada, sorprendido y la miró de frente, sin temor.
Impactada, Drew preguntó— ¿Travis?
Ahora lo veía con una luz distinta filtrada por los años. ¡Le parecía increíble toparse con aquel chico de su antiguo vecindario y reconocerlo! Le dolió por toda aquella gente que no supera sus condiciones de vida.
“No hay coincidencias”, pensó. ¿Para qué se le había presentado esa situación en particular?
Con su carita aún de ángel, sintió la necesidad, como algunas maestras, de comunicar un mensaje—.. Olvidaste que eres Dios, Travis —se escuchó decir sin remilgo, como si tuviera 6 años aún.
Resoplando como en una trompetilla maleducada, Travis dio media vuelta para alejarse entre algunas manualidades que revolotearon fuera del contenedor.
Drew no pudo saber si la había oído o no. ¿Era esto un dulce o un truco de Dios?

Texto agregado el 30-10-2010, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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