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La carta

Hoy, después de muchos año volví a abrir la vieja cajita amarilla. Estaba organizando mi alcoba, buscando un libro viejo que había leído en los tiernos días de mi infancia, recordaba haber pasado gratos ratos al lado de su compañía infalible. Con el propósito de evocar viejos tiempos, abrí el closet y escuche con atención el agudo chirrido que salía de las puertas en movimiento, metí la cabeza para ver mejor y un nubarrón de polvo salio despedido y entró desordenadamente por mis ojos y mi nariz; tosí durísimo y mis ojos se aguaron todos.

Busqué pacientemente durante un buen rato, cuadernos de mis días escolares aún se conservaban en un estado que podríamos llamar “aceptable” -Si no fuera por el color amarillento, y aquel peculiar olor que despiden las hojas que ya tienen sus años encima- Me reí con nostalgia al ver el típico dibujo burlón ubicado en la última pagina, que hacía alusión al profesor de matemáticas en alguna situación grotesca. Seguí buscando pero no hallé rastro alguno del libro en cuestión. Una sonrisita tonta se dibujaba en mis labios, mientras las imágenes de un pasado que pareciera no haber vívido, se evocaban con vivida nitidez ahora al frente mío.

En un rincón, encontré una cajita opaca bastante escondida, lleno de curiosidad la levanté, sin recordar siquiera que aquel objeto me pertenecía. Procedí a limpiarla con un trapo; a medida que este pasaba, un color amarillo se iba desvelando ante mi atónita expresión. En aquella caja había guardado en mi juventud todos los objetos que tenían algún valor especial para mí. No podía entender como era posible que hubiese olvidado aquel objeto tan importante, ni el porque había terminado guardado en aquel oscuro rincón.

Preferí no devanarme más los sesos con interpretaciones y abrí la cajita con emoción, quité la tapa con nerviosismo y desvele su contenido. La carta perfumada me hizo recordar a mi primer amor. Sabía por unos amigos que ella había fallecido hace unos cuantos años en un terrible accidente de tráfico. “El tiempo pasa y no perdona, es lo único irrefutable en nuestras vidas” pensé, mientras la nostalgia se apoderaba de mi cuerpo.
Al fondo, como algo que se tapa para ser olvidado, encontré una carta vieja, un objeto que nunca antes había visto en mi vida, de eso estaba seguro. Más extrañado aún, miré la fecha y pude constatar que era una carta de hace muchos años. ¿Acaso que significaba todo aquello? Por más que intente responder este interrogante no pude hallar ninguna respuesta racional.

En algún lado de mi inconsciente, aquella fecha retumbaba, como si fuera un pequeño sosiego a una respuesta anhelada durante tantos años. No pude entender a que se debía esta extraña excitación, respire hondo y la destapé con cuidado debido al precario estado en la que encontraba. Unos símbolos apenas visibles estaban escritos en ella, ocupando todo el espacio con su enigmático significado. A pesar de que forcé la vista durante un buen tiempo, no pude establecer razón alguna. Apenas pude hacer un paralelo bastante aproximado, entre aquellos extraños símbolos con letras del abecedario.

Aquella primera letra, ubicada en la parte superior parecía ser lo más cercano a una R, solo que dos culebras entrelazadas la formaban. Pronto me di cuenta que todos los caracteres estaban constituidos de aquel mismo tipo “culebresco”, y que pertenecían a una especie de clave secreta que no conservaba un patrón o un orden determinado. Según lo que pude ver eran catorce letras, o al menos catorce símbolos. Hasta ahora no lo sabía.

Triste y abrumado, retiré la carta y la puse encima de mi mesa de noche. Salí de mi casa a comer para despejar la mente pero no pude hacerlo. Aquella intriga sobre su verdadero significado se había convertido en una obsesión para mí, tanto así, que por estar divagando no vi un semáforo en rojo y crucé la calle sin mirar. Una gigantesca tracto mula me sacó de mi ensoñación con el sonido brutal de su claxon y tuve que salir corriendo para evitar ser atropellado.

Lejos de hacerme desistir de mi propósito, aquella situación, me hizo darme cuenta que no descansaría en paz hasta haber resuelto aquel misterio, que hoy no dormiría hasta hallar una solución. ¿Cómo era posible que le diera tanta importancia a una carta vieja? Llegue incluso a culparme por haber abierto el armario el día de hoy, nada habría cambiado y yo no estaría así, si no fuese por aquel libro infantil. Ahora, un inmundo escozor producto de la frustración hacía estragos en mis entrañas, y solo había una forma de calmarlo.

Extrañamente, sabía de algún modo que el encontrar el significado de la carta alegraría alguna parte de mi ser. Y era esta misma razón la que me hacia sentir tan mal, al no hallar el resultado deseado. Después de almorzar, y de no haber disfrutado ni una sola de las cucharadas de la sopa que me había tomado se me ocurrió una brillante idea: Llevaría la carta a un arqueólogo que conocía, que desde hace tiempo me debía un par de favores. Aquel hombre era experto en la interpretación de símbolos, nada mejor para el problema que me aquejaba.

Cogí un bus vació y destartalado que cada intervalo de tiempo emitía una fuerte explosión de alguna parte de su motor, fue un pésimo viaje, ya que cada vez que mis ojos se cerraban para dormir, me despertaba sobresaltado. Llegué a mi destino un poco después de lo que había presupuestado, me anuncié por el citófono y procedí a seguir al apartamento de el Arqueólogo. Se sintió muy extrañado al recibirme, ya que hace mucho tiempo no lo visitaba, sin embargo intuyó que estaba ahí por algún favor y muy discretamente me pidió que era lo que necesitaba.

Le conté mi situación, aunque omití ciertos detalles por considerarlos demasiado personales. Le di la carta y note estupefacto la extraña expresión que hizo al verla. Me miró atónitamente y sin pronunciar palabra alguna se dirigió rápidamente a su habitación. Volvió al cabo de unos minutos con un papel amarillento en la mano y me lo pasó diligentemente; aquello era más que una simple coincidencia: Era una carta exactamente igual a la mía.

Antes de que el ambiente perfectamente silencioso se arruinara con la impureza propia de cualquier tipo de vocablo, cogí ambas cartas, cada una en una mano y las miré sistemáticamente: A diferencia de un símbolo que era un poco diferente, ambas cartas parecían fieles copias. Ahora sí, el escozor se me hizo insostenible y no tuve más remedio que romper el silencio. Anodino le pregunte al arqueólogo que significaba todo aquello y recibí por su parte, una respuesta que no esperaba encontrar; el misterio se empezaba a desvelar:



- ¿Qué hacía tu padre?-me preguntó
- Era vendedor de electrodomésticos – respondí un tanto desconcertado debido a aquella pregunta tan extraña-
- Veo... ¿Estas seguro que no era soldado?- me inquirió un tanto excitado-
- ¿Él?... pues no se... Se fue un día de la casa sin decir más.
- Lo que te voy a decir va a ser un tanto fuerte, pero si lo que quieres es la verdad...
- Dale, continúa- le exigí intrigado-
- La carta que tienes en tus manos, fue enviada por los soldados que participaron en “la batalla del gran lago”. – Me contó catedrático- Debido a lo peligroso de la misión, si morían, les era entregada una carta a su familia para que supieran que les había pasado y donde los habían enterrado.
- Así que murió pelando... Toda la vida pensé que nos había abandonado- respondí un tanto triste y decepcionado de mi madre, debido a que no había sido capaz de contarme lo que realmente había sucedido-
- Como te podrás haber dado cuenta, a mi padre también le ocurrió lo mismo, es por eso que te estoy contando todo esto. Según lo que dice acá tienes que ir al cementerio central y buscar la tumba número 52 de los héroes anónimos caídos, ve y busca allá tu respuesta al igual que yo ya hice con la mía- me dijo mientras me entregaba de nuevo la carta, y se dirigía hacía la cocina, dando por terminada la conversación con su ausencia.

Reconstruí rápidamente los hechos en mi cabeza; mi madre, antes de morir, presa del remordimiento había colocado la carta en la cajita por si algún día yo llegaba a abrirla. Por un momento la empecé a odiar, ¿cómo era posible que no me hubiese contado la verdad?, Habría sido duro, no había duda, pero era mejor que vivir engañado pensando que él era el peor ser sobre la tierra por habernos dejado abandonados. Lastimosamente ya no era posible preguntarle. También estaba muerta.

De nuevo, otro interminable paseo en bus. Llegué al cementerio central por primera vez en mi vida, y entré asombrado debido a la magnanimidad de las instalaciones y a la solemnidad arrogante de algunas tumbas de hombres poderosos. Avancé con cuidado por la representación terrenal de los campos Elíseos, intentando caminar sutilmente para no pisar ninguna tumba, ya que a pesar de que no soy devoto, sí les guardo profundo respeto a los muertos.

Llegué a la zona de los caídos de guerra. Un mausoleo, protegido por dos guardias militares, se imponía grandiosamente ante mi vista. El sol rojizo del atardecer, le daba una impresión de inmortalidad a la estructura. Saqué la carta del bolsillo para mostrársela a los guardias, tal como me había dicho el arqueólogo y me dirigí a entrar. Al llegar a la puerta se las mostré y se miraron extrañamente, hicieron una corta llamada por radio- teléfono y me dejaron pasar sin más contratiempos.

Ahora estoy aquí, parado al frente de la tumba, recopilando los datos de este día tan inverosímil para ganar un poco más de tiempo. Tengo miedo, miedo al destino, a lo que me pueda deparar la vida después de este encuentro. Tengo miedo a mi madre, la mentirosa, y a mi padre el supuesto comerciante, pero más que todo me temo a mi mismo. Le temo a mi cobardía, a mi quimérica vida, ¿No seria yo diferente, tal vez mejor, si tan solo me hubieran contado la verdad? Imposible saberlo, solo sé que estoy dando pasos paralíticos con rumbo a la tumba de aquél desconocido, que durante algunos años de mi infancia, osé llamar Padre.

Me agacho, y veo la tumba de cerca, es de mármol blanco totalmente lisa, salvó la inscripción de un 52 en la esquina superior derecha no dice nada más. Me siento defraudado, ¿Solo esto? Me pregunto. Estoy a punto de irme cuando un soldado me ataja por la espalda.

- Creó que no observó bien- me dice con voz de ultratumba- busque la llave, con ella hallara la respuesta que desea. Con la llave se disiparan sus fantasmas – concluyó mientras seguía su marcha, sus pasos en la distancia me siguieron siendo audibles un buen rato más-

Me devuelvo, y empiezo a tantear el terreno alrededor, no encuentro nada. Empiezo a tocar la tumba de todas las maneras posibles y afortunadamente, no se como, alcancé a accionar un mecanismo y del 52 se levantó una tapa. Hay una llave adentro, la cojo y salgo rápidamente, para ser atajado una vez más por el soldado misterioso.

- Ahora tiene que ir a la siguiente dirección.- me dice mientras me pasa una tarjeta- Allí encontrara todo lo que su padre quería darle. Es muy extraño que haya venido a este sitio después de tantos años. Sus razones tendrá. Ah, y disculpe por tanta parafernalia, cosas del gobierno vera usted...

Todo esto me tiene muy confundido, decido no darle más largas al asunto, y parto para allá a resolver de una vez por todas el misterio, solo que esta vez voy en taxi, ya aburrido de coger buses inútiles. Llego al sitio indicado y muestro una vez más la carta en la entrada. Otra vez, llamada de radio-teléfono, me dejan entrar con la única condición de que tengo que ser breve, ya dentro de poco van a cerrar. La luna, solitaria y espectralmente bella empieza a subir a la cima que el sol ya ha abandonado.

Me señalan el sitio donde están ubicados los lockers con las cosas personales y voy rápidamente. Busco el número 52 y lo encuentro en una esquina. Saco la llave de mi bolsillo y debido a mi evidente nerviosismo fracaso tres veces intentando abrirlo, a la cuarta tengo un poco más de suerte, y escucho el inconfundible “clic” de la cerradura que cede.

Abro la puertita, y al igual que esta vez en la mañana, un nubarrón de polvo me hace toser. Hay varios objetos adentro, un cuchillo de combate, un reloj, una brújula, una bala y otros tantos más. Solo dos llamaron mi atención: El primero era una foto de mi padre en camuflado acompañado de unos amigos. En ella salía con una foto mía en su mano, mientras se la mostraba orgullosamente a sus compañeros. Supe que era yo por una nota que estaba escrita en la parte de atrás: “ E aquí a mi orgullo y a mi vida, tan solo quiero volver a casa para contarle las hazañas de su padre”.

El segundo objeto era una carta de mi madre, en la cual se disculpaba conmigo por no haberme contado nada. Ella había cogido la caja y la había escondido hace muchos años atrás, era por esto que no la recordaba. En la carta decía que por puro miedo y cobardía no había sido capaz de contarme la verdad, pero es que cuando estaba a punto de decírmelo las lagrimas acudían a sus ojos y le era imposible hacerlo. Finalmente se despedía diciendo que se alegraba de que me enterara de lo que ella en vida no había sido capaz de contarme.

Ya nada importa, excepto el recuerdo grato que tengo ahora de mi padre, meto todos los objetos en una caja y me los llevo para mi hogar, dispuesto a empezar una nueva vida. En el camino a casa, alcanzo a ver en el vidrio del bus, el reflejo mío, y de mis padres felices, unidos como una familia, antes de que llegue un semáforo y lo desvanezca con su destello rojo de luz incandescente.

Texto agregado el 08-07-2004, y leído por 124 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-07-2004 es un buen relato aunque carece de un climax intenso que vaya acorde con la calidad del texto, besitos. lorenap
 
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