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Me dijeron cuando nací que nunca volviese a soñar con ese lugar húmedo y oscuro. Ni yo misma imaginé que después de soportar nueve meses de claustrofobia iba a tener que vivir cada día con esa desesperación de no poder encontrar el rincón exacto para escapar. Me lo repitieron una y otra vez. Y a medida que pasaba el tiempo y yo intentaba colgarme de él, me daba cuenta poco a poco que mi ángulo de la visión permanecía constante en los menos ciento ochenta grados. Fue en ese momento cuando comprendí que había nacido sentenciada a que mis ojos flotasen entre aquel lugar húmedo y oscuro, y a que mi vista se centrara sólo en distinguir la masa inquieta que llevamos dentro.

Me acostumbré a que todos mis sentidos siguieran la misma porción limitada que adoptaron mis ojos. Con el tiempo aprendí a escuchar voces y sonidos que seguramente yo misma creaba o quizás que aquella masa inmóvil producía con el eco de los lugares vacíos que se forman dentro de los huesos.

Tuve que resignarme a vivir en ese mundo de humedad y mareo. Absorber los líquidos que mis propios tejidos liberaban fue lo que sació mi sed y mi hambre; por lo mismo, fue uno de los pocos sabores que llegué a degustar. Sólo en situaciones extremas me esforzaba para llegar al mar más profundo que dejaba caer en mí sus corrientes rojas y agresivas. Todo se fue transformando en un ciclo. Respiré la misma mezcla de células durante toda mi estadía en la peor cárcel que me impuso el destino.

Mis propios suspiros me enseñaron a sentir placer a través de escalofríos que recorrían el circuito completo de mi cuerpo. Sólo mi intuición me llevó a suponer el final de aquel escurridizo circuito, porque yo sólo alcanzaba a percibir infinitas represas en todas las direcciones y sentidos posibles; sobre todo, si por alguna razón llevaba la vista hacia aquel horizonte difuso que algunos llaman “mente”.

Al ir viajando a través de las paredes fui designando nombres a lo que observaba, de acuerdo a la forma que tenían los histéricos órganos de mi interior. A medida que el camino avanzaba fui creando un sinfin de personajes que formaron parte de mi solitaria compañía. Llegué a tocar distintas sensaciones, pero nunca fui capaz de dejar mis manos dormidas por más de un segundo sin que la resbalosa superficie las empujara.

Con el tiempo me fui envolviendo entre los ruidos absorbentes, entre la oscuridad impalpable, entre la monotonía de los sabores y la mezcla de células inspiradas y expiradas miles de veces. Me sentí confundida y agobiada a través de todas de todas las cuerdas flojas que me sostenían. Delante de mi bailaban sombras de marionetas que yo misma controlaba.

En un detallado segundo no pude seguir desvaneciéndome en ese ácido espeso y había llegado la hora de apoyar mi nariz en la pared húmeda que me cubría y recurrir al suicidio. Lo único que llevé conmigo fue ese intenso olor a lluvia que me haría soñar para siempre.

Texto agregado el 09-07-2004, y leído por 151 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
09-07-2004 Me gusto mucho como esta redactado y el final es bastante deslumbrrante. mrtamborineman
09-07-2004 interesante danielnavarro
 
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