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“No se es
amigo de una mujer
cuando se puede ser
su amante”


Honoré de Balzac



Eso no se hace



El día había llegado. Tomó el bolso de cuero donde celosamente había desarmado el rifle y se lo cargó al hombro. Estaba a punto de oscurecer y hacía mucho frío cuando en la calle se dio cuenta que había bebido en demasía para pretender un pulso firme que no le hiciera errar el blanco, pero aún así, se convenció que la espera, si no era poca, le serviría para despejarse. Pensó: “...de no haber sido por Mara, Julio y yo hubiéramos seguido siendo los amigos que siempre fuimos, pero tuvo que aparecer ella para arruinarlo todo; aunque pensándolo bien... ella no tuvo la culpa de nada; fue Julio el imbécil. Todo iba bien entre los tres... y justo al idiota se le ocurrió enamorarse de ella. Maldito traidor...” Fácilmente pudo desanudar los alambres del portón y entrar en la obra en construcción que por abandonada, carecía del habitual sereno que la vigilaba. Subió por la escalera de material hasta el segundo piso y eligió acomodarse junto a la abertura sin ventana que daba a la calle, justo frente al edificio al que dispararía. Armó sigilosamente el rifle colocando la mira telescópica en último término, luego cerrando su ojo izquierdo chequeó con el derecho la precisión que tenía. Recorrió lentamente con el lente todo el primer piso y a pesar de no ver a nadie en las habitaciones, pudo ubicar con exactitud el sitio de cada mueble. “...toda la primaria y la secundaria juntos; hasta la misma carrera elegimos seguir; donde iba uno, iba el otro; siempre juntos... Lástima por vos, pero te voy a hacer pagar por lo que me hiciste; eso no se hace... En el primer ventanal estaba el living; luego descubrió el baño por el ventiluz que seguía y a continuación el dormitorio en un segundo ventanal. Todo estaba listo, ahora tendría que esperar, por lo que suponiendo larga la vigilia se sentó sobre unas bolsas de material y encendió un cigarrillo. “... Mara... que mujer de ley; pensar que no la tragaba; pero...-así son las cosas- resultó ser de fierro; ojalá me hubiera dado a mí por enamorarme de ella... Un ruido a llaves lo alertó de una llegada. Eran ellos que estaban ingresando al edificio. Con lenta parsimonia se acomodó apoyando la culata del rifle en el hombro; de ahí en mas, usaría la mira telescópica para seguir todos sus movimientos. Los vio entrar en el living, quitarse los abrigos y caminar juntos hacia el dormitorio. Los perdió unos instantes tras el muro del baño, pero de inmediato los visualizó en el dormitorio. Él se quitó la corbata y ella los zapatos y la bincha del pelo; conversaban, se reían. Descalza ella quiso salir del cuarto, pero él tomándola de un brazo se lo impidió; se puso a su espalda y comenzó a descorrerle el cierre del vestido. Ambos volvieron a reír dejando al descubierto, deseos que para nada contuvieron. Se besaron, se desnudaron y se dejaron caer sobre la cama. “...Mara no lo hagas... no por favor; tiempo, necesito un poco más de tiempo por favor, ya vas a ver, voy a cambiar... Ese era el momento justo -se dijo-. Tenía el oído de su amigo, en el exacto cruce de las líneas horizontal y vertical de la lente; si disparaba le despedazaría el cerebro. ¡Que placer verlo con la cabeza destrozada! -pensó-... aunque rápidamente reflexionó; aquella imagen sería espantosa para ella; sangre y sus pedazos desparramados sobre la cama. No. Eso no era lo que quería. No podía exponerla a cargar con ese horror toda su vida; prefirió entonces esperar. “... me usaste siempre hijo de puta, yo creía en vos, ¡cerdo!... y resultó que me cambiaste por la primera mujer que se te cruzó... ¡basura!... Por los vidrios del ventiluz del baño pudo ver el espejo; ese consideró el sitio justo; al entrar se pararía de frente al botiquín y allí tendría a su disposición toda la nuca para dispararle; además el peso de su cuerpo, al caer obstruiría la puerta y eso no permitiría a ella ingresar fácilmente, de modo que no tendría otra salida que ir por ayuda y con esto lograría preservarla de ver el sangriento cuadro. Seguro de su plan, optó por esperar, a sabiendas de que ese tiempo se transformaría en un tormento. “...esperaste a que me fuera de viaje para irte a vivir con ella... ¡Que bien que me la hiciste!... ¿Qué le habrás dicho para convencerla...que no me ayude más, que no tengo cura... que se fije en las otras mujeres y que me trate como ellas... Seguro que le dijiste eso, pero ¡oh sorpresa! aquí estoy... antes de lo previsto... Sin oírlos, sintió como jadeaban buscando el éxtasis y no pudo contener su ira: “Yo tendría que estar en ese lugar, cerdo traidor” –murmuró por lo bajo-. La tensión le hizo jugar con el gatillo, al extremo de casi disparar para evitarse el suplicio de verlos, pero se contuvo cosa que alentó aún más su sed de venganza. Minutos después, como lo había supuesto, lo vio ponerse de pie y entrar al baño. El momento estaba por llegar. Se afirmó entonces el rifle entre la quijada y el hombro y buscó relajarse; uno por uno hizo sonar los dedos de su mano derecha para luego retraer lentamente el percusor del arma y centrar en la mira la tan deseada nuca. Sonrió satisfecho y comenzó a jalar lentamente del gatillo, pero a segundos del disparo final sorpresivamente se detuvo; ella, como era lógico suponer, había entrado a ducharse. Maldijo su imprevisión y mala suerte, cuando también vio que cerraban el ventiluz; ya no podía distinguir quien era quien. Al cabo de un rato, ambos salieron vistiendo ropa de cama. Ella bajó entonces la persiana del dormitorio y encendió la luz del living; ahora estaban juntos allí, como organizando la cena. Por un momento temió que también bajaran esa persiana, pero no, habían decidido comer mirando a la calle. Frente al ventanal una mesa pequeña y dos sillas enfrentadas lo situaron en lo que serían tal vez sus próximas ubicaciones. No se había equivocado. Esperó pacientemente que cenaran; al culminar los vio girar las sillas para quedar sentados de frente al balcón. Ponían su interés en algo que les llamaba la atención en la calle; se reían de eso. Tal vez ese era el momento; no tenía otra posibilidad para elegir; pronto se irían a dormir, ya era tarde. De pronto una actitud de ella lo sobresaltó. Sentada, había extendido su brazo llegando a tocar la correa de la persiana; él le hablaba y Mara estaba como esperando a que culminara la frase, para jalar de la cinta y bajarla. Decididamente los observó con la mira calculando la distancia entre ambos. Moviendo el rifle apenas dos centímetros y medio a la derecha de ella, centró perfectamente la cabeza de él. Debía resolver ya, pero ¿cómo?... Si gatillaba, habría llegado al fin su venganza, pero ella lo vería todo y si no lo hacía tendría que posponer quien sabe por cuanto tiempo más, el bien merecido sufrimiento de su traidor amigo. ¡Eso... sufrir; debe sufrir; sufrir para pagar!... ¡si claro... como no me di cuenta antes! –reflexionó- . Cuando ella jaló de la correa y la soltó cayó el primer tramo de la cortina precipitando la decisión que ya había tomado... Movió el rifle dos centímetros y medio a la izquierda... y disparó.

Texto agregado el 22-01-2011, y leído por 172 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-01-2011 Los celos juegan malas pasadas, muy buena narración y decidido final=D mis cariños dulce-quimera
22-01-2011 ¿De quién estaba enamorado el hombre? De verdad, hay amores que matan. Salú. leobrizuela
22-01-2011 Ajá,,,,definitivamente, eso no se hace. atayo
 
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