¿Alguna vez te has detenido a pensar lo podrido que está este mundo? ¿Lo degenerada que esta la gente? ¿Lo desfiguradas que son las ciudades? ¿Los magnificentes vicios? ¿Y la más oscurantista ignorancia?... ¡y que simplemente a tu tierna edad y corta “vida”, no te ves allá adentro!

Mi mundo. Una exquisita maquinaria en que todo funciona a la perfección. Listo para la venta, pero sin posibilidad de devolución. Todo está hecho para fallar, inclusive esta hermosa máquina; pero… ¿cuál es el precio de la reparación?
La eliminación y cambio de una de las piezas. Sin darnos cuenta que somos nosotros mismos. Nos están forjando para ser aquellas piececitas prescindibles.
Te llama la atención, (porque ya nada asombra), este pequeño invento, que por lo demás cada vez es más complicado y enmarañado su funcionamiento, y lo abres. Ves que todas las piezas son iguales salvo la forma en que funcionan. Relucientes, pero débiles, listas para fallar. Es sólo cuestión de tiempo…
Pero a pesar de lo grande del sistema, todavía lo siento lejano. Por eso me devuelvo a lo más cercano. Yo…

Mi vida. Bastante simple. Nacido en la era de la explosión mediática. Sedado por el bombardeo de información. Guiado por la “libertad de pensamiento” que llega a ser coartador. Crecido bajo el falso concepto que el “dinero no puede comprarlo todo”. Hoy en día es la afirmación más débil que se puede formular. El amor al dinero es más poderoso.
Y desarrollado en un mundo en que todo es relativo, porque siempre va a salir la versión actualizada y “corregida” (HUMANO 2.0)

Pero siento que tengo algo especial. A decir verdad no soy el único pero cada vez son menos. Hay algo en el aire. Que se siente y que va creciendo. Y cada segundo que pasa me siento más ahogado por la impotencia. Quizás nos forman para encauzar ideas… no para romperlas. Y eso nos hace ser tan pasivos hacia algunas cosas. No exigir mucho.
“Estoy perfectamente bien y no necesito más”
Los medios te han insertado esa consigna. Para mantenernos planos, lisos, sin aspiraciones de ser mejores, de estar mejor. Nuestras grandes luchas diarias son; ser el más exitoso de tu metro cuadrado, tener el auto más rápido y la tele más grande.

Esa idea es bastante cómica. “tener la tele más grande…” El icono más representativo del control de los “medios de comunicación” sobre las personas. Medios de incomunicación. La TV es la más coartadora de libertad que existe. Te vende el concepto que la actualidad es todo lo que el lente puede captar. Y tú te lo compras gustoso. Te obliga a estar atado a ella, a ver cosas que tu no quieres ver. A querer cosas que no necesitas, y a querer ser alguien que no eres. Lamentablemente mi generación es hija de la tele, fue nuestra leche materna y ya no podemos negar la influencia que ésta tiene sobre nosotros. Muchos de nosotros tiene mejores recuerdos de sus series favoritas que de sus vidas. De hecho, esos famosos programas educativos para niños lo único que hacen es: esperar a los niños a la salida de los colegios para repartirles dulces con drogas. Drogas tan adictivas que luego los harán inseparables.
Ella te hace que cada noche tu único anhelo sea querer masturbarte para conseguir el placer inmediato que tanto promociona y dormir tranquilo por que eres una persona completa, como “las de la tele”.
Sabato hace una comparación entre las polillas que son atraídas por la luz y tontamente se golpean contra ella. Las personas tontamente miran esta luz y siguen golpeándose contra ella sin siquiera dudarlo. ¡Ese! Es el poder de la tele, dándote pequeñas dosis de “realidad” que te adormecen.

Estoy cansado y sólo tengo la edad de un niño, y ya me siento agobiado. Pero no hay nada que me incentive a ser mejor. No soy ni mejor ni peor que nadie. Sólo no soy nada. No es afán de fama. Es afán de autorrealización. Peor sólo me falta todo para empezar a realizarme.
A veces pienso que si tuviera el don de escribir, mis palabras serían más penetrantes. Y si tuviera el don de la inteligencia, serían más profundas, pero soy un falso poeta que sólo escribe esperando esa complacencia que nunca llega. A veces me pregunto que tan trivial puedo llegar a ser… y me asusto. Sobretodo porque parte de ese sentirse especial, es sentirse “superior” al resto. Sentir cosas que los otros no pueden. Haber vivido internamente o externamente situaciones aleccionadoras. Sólo en ese sentido superior.

Espero no equivocarme, porque es una de las cosas que me mantienen vivo.

Supongo que más de alguna vez te sentiste incomprendido, falto de amor, vacío, sin nada trascendental en tu vida. Pero son sentimientos fugaces, que al cabo de una breve reflexión caen, pero queda una sensación extraña que te dice que no son del todo falsas.
Yo me siento ahí. Todo el tiempo sabiendo que es imposible pero sintiendo lo contrario.

¿Por qué tanto negativismo? Quizás lo descubra algún día, pero siento que es como un freno que me impide ser la persona que quisiera ser, pero está ahí y no lo puedo quitar por el momento.
Mi mente está envenenada. Pero lo único que hago es este tipo de gritos de guerra que solo yo escucho y eso es igual de inútil que no gritar.