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No quedaba en la conversación ninguna otra palabra por decir a Helena, cuando Tristán empezó su narración, y él muy triste repuso:
—Doncella de buen linaje, hay quienes piensan que la apariencia y el linaje del que se proviene es importante en esas cosas del amor. Que aquellos que no pertenezcan a una clase elevada no podrán merecer a una señora, y en este caso nada más y nada menos que a una de las altas cortes. Pero yo os contaré la historia de amor de Polifemenes, quien por su buen corazón, y siguiendo los consejos de su fiel compañero, supero la tristeza que tanto lo aguardaba por los insultos de todas las gentes y regalando un papiro escrito con pluma y corazón, enamoro y demostró a Calipso, la niña más hermosa, que la belleza está por dentro.
Y así comenzó su narración ante Helena, quien sentada frente a él, al ritmo de la melodía del arpa, prestaba humilde atención.
—En esta comarca hubo y aún existe una villa famoso por sus buenos estudiantes y su maestrosa, del cual no diré nada que sirva como so pretexto para hacer fiesta a las blasfemias; en aquel lugar hace algunos meses, acabándose de acentuar, unos niños dispuestos a leer y escribir todo cuanto por su mente se situase, en una de las aulas en la que había varios maestrosos entre ellos algunos frailes, con distintos grupos de alumnos, cada grupo de no más de 20 personas distribuidos, paulatinamente diez hombres y diez mujeres. Había en éste lugar un gordito que se comía en cada receso, doce holganzas de pan, veinte tajadas de mortadela, catorce viandas, y ocho dulces de leche, y no saciado con ello, se adentraba al salón de clases y robabasé para sí, un bizcocho que alguno de sus compañeros siempre guardaba, pues nunca faltaba tan exquisito manjar en dicho lugar.
Allí entre los demás estudiantes de aquel monasterio, Encontraba sé Calipso, una niña muy linda, con unos ojos más brillantes que el agua del rio Gales, y ¿cómo tan pulcra belleza no ser digna de alabar? de la cual, aquel gordo llamado Polifemenes estaba enamorado, pero como era de esperarse aquella niña no hacia otra cosa más que despreciarlo por su aspecto físico pues decía que siempre tenía la boca con restos de todo lo que se tragaba y que parecía una bola gigante que arrasaba con todo a su paso.
Polifemenes tenía un amigo el cual muy lealmente lo acompañaba día tras día llamado Gaubainis. Él era un niño de piel morena no muy alto, pero siempre fiel a su amigo Polifemenes, pues nunca se atrevió a juzgar por la condición física de su compañero adorado.
Uno de esos días en que estos dos muchachos andantes estaban en su receso, y Polifemenes no contentándose con el trato que le daban todos aquellos quienes tenían la mente más podrida que los cuerpos que están hoy tirados en las calles de nuestra hermosa Florencia; no feliz con aquello, dejó derramar unas lágrimas mientras le contaba a su amigo Gaubanis la tragedia que estaba soportando, seguro por cierto de que su amigo no diría su secreto nunca a nadie.
— ¡Estoy cansado de que me llamen “Poli el gordete”! Ya no aguanto más mi querido y fiel compañero, creo que estoy a punto de marcharme a un lugar en donde toda la comida del mundo esté a mi disposición y haya en ella tantos “tragones”, y todos ellos tengan una barriga en forma de planeta. Pero más dolor deviene en mi alma al saber que Calipso no me quiere y es ella una de las tantas y muchos que hablan de mí.
Así entonces Gaubanis repuso:
— Amigo, por ahí dicen que aquel que llora por una dama es porque es digno de dar todo el amor que os puedas imaginar. Por eso y aún más, tus lágrimas son tan creíbles como la barriga que esta frente a mí, y no debes echarte a la pena porque estoy seguro que no hay otra como ella que sea merecedora de vuestro corazón. Por eso puesto que no veo tu corazón en manos de otra aconsejo, que os escribáis una carta y se la entregues, para que ella pueda saber así quien sois. Y entonces ¿quién más feliz que una niña leyendo las palabras del corazón?
A lo que Polifemenes repuso:
—Es tan hermosa y tantas ganas tengo de que este conmigo que no dudaré un instante en hacer lo me indicáis. Mañana mismo aquélla belleza tendrá en sus manos un papiro escrito con tinta que parece ser hecha de los sentimientos más puros y bellos que alguien jamás haya llegado a sentir.
Así pues llego el día siguiente y Polifemenes guardaba en el bolsillo derecho de su saco la carta que habría escrito a altas horas de la noche cuando ya no escuchabase ningún ruiseñor cantar y todo el colegio estaba en silencio.
Contaba las horas en clase, y esperaba que fuera nona para salir disparado a comerse unas cuantas rodajas de queso fresco para calmar el hambre que tenía y no parecer hambriento ante la doncella Calipso.
Al fin sonó la campana de la capilla donde iban a rezar cuando las señoras monjas los castigaban, y salió disparado a comprar expensas. Este dulce gordito estaba nervioso y ¿qué otra opción? para calmar sus nervios que llegó a comerse veinte rodajas de queso de las veintiuna que había comprado.

Aquí se hizo un alto en la narración de Tristán porque Helena, no paraba de reírse a carcajadas por escuchar la historia de Polifemenes pues decía que no imaginaba como alguien le cabía tanta comida, a lo que Tristán repuso:
—Vuestra merced es un tanto o más parecida que la doncella Calipso pues está preocupándose por las acciones de este buen hombre y no por el sentido del relato. Ordeno que os quedéis callada y me dejes finalizar la historia.
Helena no teniendo más nada que decir se quedó callada y así continuo la historia:

—Polifemenes vio cuando paso ante sus ojos la belleza de la doncella Calipso y al verla le dio un mordisco a su última rodaja de ese queso fresco y guardo dentro su bolsillo derecho la otra mitad. Se fue tras el paso de Calipso y para parecer interesante ante el acelerado paso de ella, se le adelanto un poco y se agachó para recoger una flor de lis que muy hermosa estaba sembrada en el césped.
Arrancó la flor y de rodillas le dijo:
—Perdonara vuestra merced que os detenga de sus quehaceres pero hay algo que quiero entregarte.
Calipso no se mostró molesta por lo que aquel quería entregarle y espero para ver qué era eso de lo que hablaba. Polifemenes metió la mano en su bolsillo grasoso y saco el papiro que estaba completamente manchado de grasa, a tal punto que esta quedaba impregnada alrededor de los diminutos pero repuestos dedos de Polifemenes.
Calipso le dio asco al ver aquel papiro sucio, pero se vio sorprendida cuando se dio cuenta que dos gotas brillantes estaban entrando en el centro de la flor de lis que tenía en la mano izquierda aquel gordito. Eran sus lágrimas, aquellas gotitas que impregnaban aquella flor.
Calipso lo tomó de la mano izquierda y le ordeno que se levantase del suelo. El gordito de buen corazón se levantó y la miro a los ojos. Calipso le quitó la flor que sostenía, y la llevo a su nariz para expiar su fragancia. Luego tomo el papiro lo abrió y vio unos cuantos trozos de ese queso fresco que ya estaba casi seco, pero esto no fue problema para que se diera cuenta que tenía en sus manos un corazón robusto a punto de reventar por exceso de amor. Esta mujer no hizo otra cosa más que abrazar al gordito que tenía en frente y le dijo:
— Vuestro corazón es más fuerte y robusto que la panza que tienes. Por eso desde ahora yo te nombraré caballero principal de la corte de mi alma.
Polifemenes no pudo contener la emoción y sacando la mitad de la rodaja que aun guardaba se sentó en el césped en compañía de su doncella y compartiendo un mordisco de amor pactaron el nombramiento que aquel día se había hecho.


ESTEBAN

Texto agregado el 26-03-2011, y leído por 83 visitantes. (1 voto)


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