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Día libre




—Hoy te damos el día libre —me dice la Srta. Álvarez nada más entrar en la oficina.
Está como de costumbre, detrás del mostrador de opacos cristales que sólo dejan entrever la silueta de su cuerpo sentado —una visión mucho más sugestiva que la propia transparencia, ya que transfiere a la imaginación idear qué curvas exactas moldean sus piernas cruzadas, el color y la textura de sus medias o a qué altura muere su falda—. Pero en esta ocasión su cuerpo no se balancea de un lado a otro en su silla giratoria, como canturreando, manifestando en su infantil movimiento la despreocupación ante su rutina laboral; sino que se mantiene erguida, extrañamente firme, con los músculos tensos, en una pose que parece contener una tesura inapropiada en aquel lugar y a aquella hora de la mañana.
Vacilo un momento antes de girarme hacia la puerta por la que he entrado hace apenas unos segundos, sin duda algo anormal está ocurriendo, llevo diez años en esta oficina y ningún hecho ha interrumpido mi horario laboral, ni siquiera la muerte de mi abuela había sido motivo suficiente. Pero ¿qué importancia tiene conocer exactamente la causa de esta insólita decisión? Me han dado día libre, un martes a las nueve de la mañana, con lo que tengo por delante ocho horas de total libertad —robadas siempre por llamadas a clientes, por cálculos de datos, cifras y porcentajes, por el café a las diez y tres minutos, por la sonrisa hipócrita al jefe y por nuevas llamadas, cifras y porcentajes…
Al salir del edificio mi cabeza se alza, resiguiendo las letras anaranjadas que coronan la puerta principal: SOMSA. Ahí te quedas… por hoy, pienso mientras me alejo con paso distraído, moviendo los brazos hacia delante y hacia atrás, relajados y ligeros, en una actitud parecida a la de un niño al salir del colegio un viernes a la tarde. Bordeo la manzana y recorro unas cuantas travesías. Es extraño, pero no logro estar cómodo. Empiezo por aflojarme el nudo de la corbata, noto su presión en la garganta —cosa curiosa puesto que hasta ahora nunca antes me ha molestado—, para más tarde quitármela y guardarla en un bolsillo de la americana. Como extraviado en un laberinto, vuelvo a toparme con la calle en la que está mi oficina y enseguida retrocedo para perderme por otro camino. Noto entonces un sudor húmedo bajo las axilas y la camisa pegada a mi espalda. Me quito la chaqueta y la dejo doblada en un pliegue informal sobre mi hombro izquierdo y, de no ser por convencionalismos cívicos, me hubiera quitado también la camisa y los zapatos. Ir con traje me hace sentir como un mecánico vestido con su mono azul-grasiento en un domingo ocioso. Algo más cómodo, continúo mi travesía sin destino. Al principio, me complace observar a los dependientes tras sus urnas de cristal, a los guardias patrullando en pareja, a los conductores de autobuses, de camiones y de taxis, a los repartidores, a los mecánicos, a la cartera, al barrendero, a la señora con su carro de la compra… Todos ordenados e inmersos en sus quehaceres cotidianos.
De pronto, me paro. Noto una punzada en el estómago e impulsivamente miro el reloj: justo las diez y tres minutos, la hora del rutinario café. Maldita sea ¿Acaso no vas a respetar mi día libre? Me digo mirando mi incipiente barriga y acto seguido continúo mi periplo. Los pasos cada vez son más pausados, arrastrados, en un creciente hastío de vagar sin ninguna dirección. Quizá fuera mejor marcharse a casa, pero ¿qué hacer cuando ahora mi hogar no es más que un espacio vacío? No es la hora de cenar y ningún plato me esperará sobre la mesa, como tampoco habrá nadie recibiéndome con un fugaz y monótono beso en los labios. Aunque lo cierto es que tengo la absurda impresión que eso supondría una especie de derrota.
Empieza a inquietarme el tiempo. ¿Qué hora es? Todavía las diez y veinte. Es como si los minutos pasaran igual que avanzan mis pasos: pausados y arrastrados… Sin darme apenas cuenta, empiezo a pensar en el Sr. Serrano, había quedado en llamarle a las diez y media, también en que he de modificar los datos trimestrales y… Me niego a seguir pensando en todo esto. Será mejor dejar de caminar, distraerme en cualquier cosa para que mi mente no regrese a su hábito de calcular cifras y porcentajes. Entro en el primer bar… el tanto por ciento de termaelectric ha variado en… un cortado, por favor, largo de… designación de interventores… observo como la cucharilla traza círculos… privados con casi un 40% del mercado… Miro el reloj, las diez y veintiocho. Me puede decir dónde está el teléfono… comisiones: un 28%... Gracias. Recojo la americana del taburete y me la pongo… se ha de concretar la compra… Saco la corbata del bolsillo y me la anudo al cuello… la acción de la entidad… Entro en la cabina, justo las diez y media… concretar en acuerdo de venta… Quisiera hablar con el Sr. Serrano, llamo de SOMSA…










Texto agregado el 24-04-2011, y leído por 282 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-02-2014 Me gusta el ritmo que va creciendo con la inconformidad del personaje. Al principio no me dí cuenta que se trataba de un hombre. Si, es posible que admita un nudo mas fuerte, pero me gusta. adelsur
06-11-2011 Me has hecho recordar cómo me siento los días que me cojo puente. ¿Acaso la gente no es autosuficiente? ¿Acaso uno es imprescindible? Ni una ni otra, pero somos como los canarios que ni teniendo la puerta abierta nos atrevemos a salir y revolotear y mandar jaula y dueño a donde se merecen... ikalinen
12-08-2011 Lo veo flojillo. Se trata de divagaciones que en todo momento uno espera qué suceda algo, un atraco que explique el hieratismo de la jefa, que encuentre un kalashnikov en la acera, algo que rompa la rutina en la que estará sumido, perfecto, pero que acaba aburriendo. Por otra parte el personaje está construido sobre tópicos que lo hacen poco creíble. Egon
03-05-2011 El ingrato pasar por pasar como el día del cesante que vive las horas eternas en la sala previa a una entrevista, como el vivir porque aún queda vida después de haber vivido para encontrar en algún rincón lo que queda, algo que no sabes lo que es, pero se busca igual, a los hijos, los nietos a la familia les queda mucho por hacer, para ellos el tiempo y las horas corren muy rápido. Muy buen texto, redacción y contenido de lectura entretenida y motivadora. zimarron
25-04-2011 Qué potente reflexión sobre el trabajo y la libertad, me llevó a pensar en el jubilado que sus días libres pasan a ser condena. NeweN
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